miércoles, 21 de septiembre de 2011

A menudo nos dicen que la venganza nos embrutece y el perdón nos purifica. Pero también puede darse el fenómeno contrario.

Hace tiempo estuve  hablando con un rabino sobre el perdón en el caso del holocausto y me comentaba: “el que sea misericordioso con el cruel sentirá indiferencia por el inocente”. Entendía, por tanto, que el perdón demasiado generoso puede hacer insensible a quien lo concede. Aunque añadía: “el perdón no condona o excusa, permite la redención, hace borrón y cuenta nueva, nos estimula para comenzar de nuevo”.
“Te perdono –solemos decir a los niños que ensucian la alfombra-, pero no vuelvas a hacerlo”. La próxima vez dejarán fuera las botas embarradas. El perdón, maestro eficiente, con su cualidad extensiva se lo habrá enseñado. Y mientras tanto las manchas ya se habrán lavado.
Pero el asesinato es irreparable. En el asesinato no existe una próxima vez. Aunque el perdón nos disuade de perpetrar una nueva serie de asesinatos, ¿puede hacer que regresen los muertos a la vida?
Se podrá objetar que si el perdón no puede lavar un asesinato, tampoco lo puede hacer la venganza, ya que esta compensa el mal con otro mal, añadiendo de este modo una nueva desgracia al mundo.
La venganza no puede compensar, reparar o equilibrar. Lo que llamamos venganza no es más que el acto de extender un mal sin tratar de reparar el anterior.
El perdón es una actitud personal y reflexiva del ser humano, pero también tiene una versión pública, que es su conocimiento por parte ya no sólo del perdonado sino también de un sector de la sociedad, que de una manera u otra participa en el crimen como cómplice anónimo.
La manifestación pública de este perdón es la reconciliación. Para llegar a esta reconciliación se necesita un proceso más largo y complejo, especialmente en un caso como puede ser el terrorismo. La reconciliación supone varias etapas: arrepentimiento, contrición, aceptación de la responsabilidad, curación y, finalmente, reunión. Esta reconciliación no se puede hacer de un día para otro. Todas estas etapas requieren un proceso largo de siembra y recolección.
Un primer e importante paso es sembrar la simiente de la reconciliación; con el paso del tiempo esta simiente será abonada y comenzará a crecer hasta que nos muestre su flor, que, finalmente, acabará convirtiéndose en fruto. Es un proceso largo, complejo, pero con generosidad puede llegar a convertirse en una evolución natural.
Éstos son algunos de los sentimientos que manifiestan las víctimas del terrorismo. Hablar de perdón siempre es muy difícil y más cuando se habla de un perdón ajeno. En mis conversaciones mucha gente me dice que el perdón de un asesinato es algo imposible porque el único que puede perdonar está muerto. Pero el difunto no es la única víctima; son también víctimas de esta violencia las viudas, los huérfanos, todos los que le lloran, y éstos sí pueden conceder el perdón, y ante ellos el criminal asesino deberá arrepentirse (Ana María Vidal-Abarca. Perdones difíciles, 1999).

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