domingo, 30 de octubre de 2011

Catástrofes y respuestas sociales

En muchas catástrofes y situaciones de riesgo se observan conductas colectivas adecuadas que van a permitir luchar contra la propagación del peligro, o de los rumores, y la organización racional de los recursos. Sin embargo, en otras circunstancias se observan conductas inadecuadas como es el considerar que la situación es irreal o el éxodo desorganizado de un grupo o una comunidad. Estas conductas no constituyen una respuesta adecuada y, como consecuencia, aumentan la desorganización social del grupo.
El comportamiento colectivo inmediato más frecuente ante una catástrofe suele ser el de Conmoción-Inhibición-Estupor. En el curso del cual se ve a los supervivientes emerger de los escombros, alterados por el choque emocional, sin iniciativas y cuya única movilidad es un lento éxodo centrífugo que los aleja del centro de la catástrofe para ganar espacios amplios hacia la periferia o lugares alejados catástrofe.
Ejemplos de ello son la destrucción de Pompeya, los terremotos de Lisboa y Méjico y los bombardeos de Hamburgo, Tokio, Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. Los testigos de estos sucesos describieron esas lentas filas silenciosas de supervivientes siguiéndose los unos a los otros por los caminos improvisados de las ruinas. Estas reacciones duran, la mayor parte de las veces, unas horas.
El sentir intensamente miedo es una reacción frecuente en situaciones de catástrofe o de amenaza, pero no es una condición suficiente para que aparezcan conductas de pánico. Incluso las investigaciones con personas entrenadas para la guerra (aviadores e infantería norteamericana, voluntarios del Ejercito Republicano español, etc.) confirman que la mayoría aplastante de los soldados sienten miedo en el combate.
Pese a sentir y compartir un miedo intenso, muchas veces las personas llevan a cabo acciones heroicas y coordinadas (hecho mostrado no sólo entre víctimas de guerra,  sino también entre personal de profesiones peligrosas como policías o bomberos). Más aún, las  investigaciones llevadas a cabo sobre personas aterrorizadas por desastres sugieren que el  pánico es de corta duración y que, aún las personas que sienten miedo intenso y están más alteradas, pueden ser rápidamente inducidas a seguir las reglas de las autoridades y los líderes locales.
El valor adaptativo del miedo ha sido reconocido en diferentes contextos de manejo de situaciones amenazantes. Por ejemplo, entre los refugiados indígenas de Guatemala, sometidos a represiones masivas, se decía que los que se creían valientes ya no quedaban entre ellos: estos se habían quedado a afrontar o intentar esquivar la represión militar y habían muerto. Los aviadores norteamericanos, en la segunda guerra mundial, tenían un dicho que también representa la idea del valor adaptativo del miedo y la prudencia: "Hay pilotos con experiencia y pilotos sin miedo, lo que no hay son pilotos sin miedo con experiencia".
El pánico es una reacción colectiva muy temida, a pesar de no ser la más frecuente. Se puede definir como el miedo colectivo intenso, sentido por todos los individuos de una población y que se traduce por las reacciones primitivas de "fuga loca", de fuga sin objetivo, desordenada, de violencia o de suicidio colectivo1.
El pánico se define a partir de los siguientes elementos:
  • Componente subjetivo: un intenso miedo.
  • Contagio emocional: es un miedo compartido.
  • Componente conductual: asociado a huidas masivas.
  • Efectos negativos para la persona y la colectividad.
Se trata de reacciones no adaptativas, egoístas o individualistas, que producen más víctimas que la catástrofe misma que lo provoca. El comportamiento colectivo que desemboca en conductas de pánico se desarrolla a través de una cadena de pasos acumulativos y necesarios:
  • En primer lugar aparece una sensación de estar atrapado.
  • Además se da un malestar general provocado por esa sensación y se produce la imposibilidad de escapar de la situación por las diferentes rutas.
  • El tercer paso que desencadena el pánico es la dificultad de comunicarse para solicitar ayuda.
  • En cuarto lugar estaría la percepción de peligro para la vida. El pánico aparece cuando existen trabas para movilizarse hacia la huida, y cuando se percibe que no existe una coordinación, información y actuación eficaces. 

En una investigación sobre la experiencia subjetiva tras un accidente y/o catástrofe se entrevistó a un grupo de personas que habían vivido catástrofes colectivas, definidas operacionalmente como accidentes en los que estaban involucrados más de 10 sujetos. Los entrevistados indicaban si habían tenido la sensación de estar atrapados, si había maneras de escapar de la situación, si existían posibilidades de comunicarse para solicitar ayuda y si habían experimentado peligro en el momento del suceso. Se les preguntó además si habían huido y si habían vivenciado miedo o experimentado pánico.
Utilizando técnicas de análisis multivariado (regresión logística) se pudo contrastar que la sensación de miedo se veía asociada al hecho de estar atrapado y por la sensación de peligro. La huida también era precedida por encontrarse atrapado y por la sensación de peligro. Finalmente, el miedo también se asociaba a la huida con la excepción de la oportunidad de comunicarse.
En definitiva, la influencia del conjunto de las variables que clásicamente se habían asociado a las respuestas de pánico se vio confirmada. Con la excepción de que el pánico y la posibilidad de comunicarse se asociaban de forma negativa.
Sin embargo es un mito muy frecuente considerar al pánico como la experiencia típica de las catástrofes. Aún en los incidentes denominados de pánico, en los que las personas se están enfrentando con la percepción de amenaza inminente, las conductas desadaptativas no son dominantes, y son frecuentes las conductas cooperativas y coordinadas.
Realmente el pánico de masas es muy poco frecuente. Dependerá del grado de coordinación percibido, del nivel de información, de la experiencia previa y del grado de tranquilidad con que se afronta el hecho. En un primer momento, después de un gran desastre, la gente herida y confusa intenta escapar del área de peligro, entonces el mayor problema es establecer de antemano un número alternativo de rutas de escape que sean posibles, tener en cuenta las diversas maneras que hay de abandonar esa situación y planificar adecuadamente los modos de actuación, transmitiendo tranquilidad y seguridad. 
Los éxodos constituyen la variante menos extrema de las conductas colectivas. Los éxodos de la población del norte y este de Francia por el avance alemán (1914,1940), el éxodo de la población alemana huyendo del ataque soviético en 1945 y los éxodos de los habitantes de Somalia y Ruanda en la década de los 90 a causa de la guerra, son acontecimientos que reflejan esta conducta.
Las condiciones de precariedad o amenaza asociadas al éxodo suponen, frecuentemente, nuevos peligros para la vida. Así, en el accidente químico de Bopal (India) el éxodo fue una causa de la mortalidad: una proporción notable de los 2500 cadáveres que se recogieron sobre la ruta, no sólo habían sido intoxicados, sino que habían sido aplastados por los coches de gente que huía de la región. Sin embargo, en otras crisis sociopolíticas, la población, incluso en medio de situaciones de emergencia, realiza movimientos tácticos de huida, con evaluación del riesgo y de las posibilidades de permanecer en el lugar, aunque, en ocasiones, se generalicen éxodos masivos como en el caso de Guatemala (1980-1982) o Rwanda (1993-1996) como consecuencia de las masacres masivas.
Las fases sociales del afrontamiento de catástrofes colectivas
La información referente a la dinámica colectiva frente a las catástrofes, y después de ellas, es limitada. La mayoría de la investigación sobre respuestas individuales y colectivas ante catástrofes es transversal y retrospectiva.
1.- Fases previas y de alerta
Las investigaciones descriptivas han postulado la existencia de una fase previa y otra de alerta. La fase de estado previo se caracteriza por el grado de preparación de las autoridades y de la población ante la catástrofe.
En la fase previa al impacto del hecho negativo ya sea una catástrofe o un accidente tecnológico es muy frecuente que las autoridades y la colectividad nieguen o minimicen la amenaza. Así, cuando apareció la amenaza de la Peste, los médicos y las autoridades buscaron tranquilizar a la población negando la posibilidad de que ocurriera o minimizando su alcance. Se decía que no era la peste, que eran otras enfermedades más benignas, se atribuían los aumentos de mortalidad a causas menos amenazantes (los problemas de alimentación, etc.); se decía que la enfermedad era una invención de las autoridades. Actitudes colectivas similares emergían ante el caso del cólera en el siglo XIX. En el caso del SIDA ha ocurrido algo similar: por ejemplo, en Francia se minimizó el riesgo de transmisión por transfusión, con un resultado letal para muchos hemofílicos.
Al igual que con respecto a otras conductas de riesgo, se pensó que las personas se exponían a circunstancias peligrosas por falta de conocimiento. Sin embargo, se ha encontrado que el conocimiento de lo peligroso de un lugar, o su exposición a posibles catástrofes, no es un factor suficiente para evitar que la gente se exponga a él. También se ha encontrado que la gente que vive con situaciones amenazantes inhibe la comunicación sobre el peligro y lo minimiza. En este sentido, personas que viven en áreas en que existen ciertas enfermedades endémicas transmisibles, o que viven cerca de centrales nucleares, evitan hablar del tema o evalúan que el problema no les amenaza particularmente a ellos.
Las encuestas muestran que a mayor cercanía de una central nuclear más cree la gente que está segura. En el mismo sentido, los trabajadores de industrias de alto riesgo profesional se niegan a reconocer la peligrosidad de sus trabajos, hasta el punto que resulta difícil hacerles aplicar las indispensables medidas de seguridad.
La fase de alerta está delimitada entre el anuncio del peligro y la aparición de la catástrofe. Está jalonada de señales de alerta y da lugar a un estado de ansiedad útil, con vigilancia en cuanto al período de preparación y medidas de protección. Sin embargo, si es gestionada sin instrucción y sin informaciones precisas, puede dar lugar a la propagación de rumores y de pánico. A la inversa, entre las poblaciones habituadas a la catástrofe, por ejemplo gente que vive cerca de ríos que se desbordan o gente que está acostumbrada a hacer frente a tifones o tornados, puede dar lugar a un comportamiento de indiferencia aparente, que corresponde ya sea a la resignación o a la negación del peligro, centrándose, por tanto sin cambios, en actividades cotidianas.
Además de esta actitud de negación, frecuentemente se plantea que una parte de la colectividad tiene un comportamiento de aprensión o exageración de la amenaza. Aunque hay datos que apoyan esta hipótesis, en relación con la actitud de la población ante catástrofes que están emergiendo, con respecto a las respuestas de las instituciones y élites lo que predomina es el silenciamiento de las voces críticas y la reafirmación de hipótesis optimistas, que llevan a una visión de ilusión de invulnerabilidad grupal.
Entre los factores que influyen en la falta de respuesta ante la inminencia del peligro, en caso de desastres naturales y guerras, están: la dificultad de abandonar las pertenencias, tierra, etc.; la dificultad de creer en lo que está sucediendo ("eso no puede pasar aquí"); la creencia de que la protección vendrá de un ente sobrenatural (Dios); la falta de información clara y concreta; el tiempo que pasa la población en alerta; la experiencia previa que tenga de situaciones similares; la organización de la alerta inmediata, cuando el peligro se acerca de forma inminente; la credibilidad de la fuente que transmite la información sobre la amenaza y la difusión de rumores contradictorios que quitan fuerza a la indicación de huir o refugiarse.
2.- Fases de choque y de reacción
Las investigaciones fenomenológicas han incluido en esta fase los momentos de choque y de reacción. En estos momentos alrededor de un 15% de los individuos presentan una reacción patológica, otro 15% mantienen su estabilidad y el 70% restante manifiestan un comportamiento de calma en apariencia, pero que recubre una especie de anestesia emocional o una sensación de realidad aparente.
La fase de shock, breve y brutal, corresponde a un estado de estrés colectivo; una alteración afectiva, sensación de irrealidad, suspensión de la actividad y también desconcentración de la atención. Respecto al plano comportamental, es la fase de la conmoción-inhibición-estupor.
Con relación a la experiencia vivida se da el fenómeno de ilusión de unicidad (cada uno se cree el centro de la catástrofe) y una impresión de invulnerabilidad.
La fase de reacción, inmediatamente posterior a la fase de shock, se puede caracterizar por la continuidad de conmoción-inhibición-estupor en éxodo centrífugo, sin inhibición motriz, y por la agitación psicomotora o el pánico. La fase de reacción es muy breve y no sobrepasa, generalmente, unas horas.
Investigaciones recientes confirman que en el momento de la catástrofe, o cuando ésta amenaza de forma persistente, aunque los rumores sobre el fenómeno circulen, las personas prefieren no hablar ni reflexionar sobre el tema.
Este mecanismo de evitación cognitiva y comunicacional se puede explicar como una forma adaptativa de enfrentar momentos de gran tensión.
Pennebaker2, comparando dos comunidades que afrontaron una catástrofe colectiva (erupción de un volcán), encontró que en la comunidad en que el volcán había afectado poco y aún podía afectar, la gente rechazaba en mayor medida ser entrevistada sobre el hecho y declaraba no sentirse alterada afectivamente - en comparación con la comunidad en que la erupción ya había ocurrido y que sentía que la catástrofe ya había pasado. La gente que está en medio de una tarea inacabada, como afrontar una catástrofe, puede tratar de enfrentarla inhibiendo los pensamientos y sentimientos.
Que la inhibición de pensamientos, sentimientos y comunicación sobre hechos negativos sea adaptativa, no niega que tenga un coste. Un grupo de supervivientes de Chernobil describió que la gente de la ciudad cercana de Belaris había buscado mecanismos de negación del peligro para disminuir su ansiedad ("no queremos tener información") manteniendo actitudes de pasividad, impotencia y uso de alcohol. Los datos epidemiológicos sugieren que esta parálisis comunicativa e inhibición se asocian a tasas de mortalidad y morbilidad comunitarias más elevadas, en función del tiempo.
3.- Fase de emergencia y resolución contemporánea
Existe una fase de resolución, contemporánea al retorno del período de lucidez y a la estructuración social, que se asocia a la disminución de la agitación, del pánico y los éxodos, así como a la aparición de las conductas adaptadas de ayuda, de socorro y de salvamento.
Según las investigaciones longitudinales sobre las respuestas a catástrofes puntuales (erupción de un volcán, terremotos, etc.), inmediatamente después del impacto se produce una fase de emergencia, que dura entre 2-3 semanas tras del hecho. En ella se observa alta ansiedad, intenso contacto social y pensamientos repetitivos sobre lo ocurrido. Luego emerge una segunda fase de inhibición, que dura entre 3 a 8 semanas.
Esta fase se caracteriza por una importante disminución en el modo de expresarse o compartir social sobre lo ocurrido. Las personas buscan hablar sobre sus propias dificultades, pero están "quemadas" para escuchar hablar a otros. En esta fase aumenta la ansiedad, los síntomas psicosomáticos y los pequeños problemas de salud, las pesadillas, las discusiones y las conductas colectivas disruptivas.
4.- Fase de adaptación y post-catástrofe
Las investigaciones longitudinales han encontrado una fase de adaptación, alrededor de dos meses después del hecho. Las personas dejan de pensar y de hablar sobre el hecho estresante, disminuyen la ansiedad, los síntomas y los otros indicadores. Esto sugiere que preferentemente la intervención de grupos de escucha y de autoayuda debe realizarse después de dos semanas, y especialmente con grupos que después de dos meses sigue con ansiedad, rumiación y síntomas psicosomáticos.
La fase de post-catástrofe, se caracteriza por actividades de organización social, en el seno de las cuales hay que subrayar la estructuración del duelo colectivo. El efecto a largo plazo del estrés colectivo se puede manifestar bajo la forma de miedos "irracionales", no fundados en la catástrofe, miedos de epidemias, o problemas como secuelas psicosomáticas, síndrome de estrés post-traumático etc. A más largo plazo, se instala frecuentemente una mentalidad de post catástrofe, con resignación, aceptación de lo sucedido -del destino-, culpabilidad y actitud de dependencia en relación con los poderes públicos.
En esta fase también se producen esfuerzos por el retomo a la autonomía y a la actividad social. Los estudios sobre efectos psicológicos de catástrofes naturales muestran que, a los 4 meses, los problemas disminuyen sustancialmente, pero permanecen respuestas al estrés con reacciones que incluyen componentes del trastorno por estrés postraumático, particularmente problemas para dormir, anestesia afectiva, pensamientos recurrentes y evitación.
Javier Gómez Segura 2009


1 Crocq, L. (1989). Psicología de las catástrofes y de las alteraciones psíquicas. En R. Noto, P. Huguenard y A. Larcan, Medicina de catástrofes. Barcelona: Masson
2  Pennebaker, J.W. (1989). Confession, inhibition and disease. En L. Berkowitz (ed): Advances in experimental social psychology (vol 22, pp 211-244. New Tork: Academic Press

viernes, 21 de octubre de 2011

¡Aguantad la situación!

Tenía que escribir algo para esta reunión. Este título no es casualidad: son palabras de una chica a quién no conozco, que me dirige en una carta.
¿Cómo escribir y no ser parte de esto? En esta reunión no puedo presentar un solo caso, porque todos somos "casos", yo también. Estoy llena de tristeza y dolor, me siento ofendida y humillada, llena de cólera. Como psiquiatra debo ayudarme primero a mí, para después poder ayudar a otra gente, debo hablar, contar.
En esta zona he pasado casi toda la vida, viví con esta gente, fui feliz y triste, tenía mi trabajo, me hice abuela. Todo esto para que alguien pueda impedirme ir a mi trabajo; para que alguien pueda incendiar mi casa en dos idas. Y yo, con todo este horror y miedo, mientras el piso superior de mi casa ardía, pensaba: al menos me queda la planta baja. Al día siguiente ardió lo que quedaba. Deje a mis vecinos las cosas que pude salvar pensando que quedaban a salvo, pero les sucedió lo mismo a ellos y todo fue quemado.
Terminé en un oscuro y húmedo garaje.
Murió mi gracioso perro Kastor, mis niños están muy lejos de mí, me han quitado el derecho a ver cómo crece mi nietecita.
Alrededor de mi solo muerte, cuerpos lisiados, caras asustadas, delgadas y con hambre. Nadie sabe de nosotros, nadie pregunta. Todo se pierde, nuestra ciudad desaparece delante de nosotros, todos los edificios se destruyen sin piedad.
Después aparecen cientos de personas asustadas, llorando, casi desnudas, que han sido expulsadas de sus hogares sin nada. Una mujer demasiado asustada, cuenta que fue forzada a hacer un acto sexual con su marido a la vista de "ellos", y después fue violada. Miro el cuerpo de un hombre mayor que trató de pasar el frente con una bandera blanca pero fue asesinado, un periodista que estaba allí rodó todo.
Dicen que hay muchos muertos en el cruce del lado Oeste hacia este lado, son los que fueron expulsados de sus casas y matados por la espalda. ¿Cómo sacarlos de este sitio cuando siempre está iluminado con reflectores como un campo de fútbol? Los cadáveres de muchos de ellos han sido sacados recientemente.
Hay muchos hombres valientes, pero desgraciadamente es muy corta la lista de los vivos. ¿Dónde está mi comandante Stosa?, ¿dónde está Bosanac?, ¿dónde están los otros? Ahora puedo solamente llevarles flores a sus tumbas y recordarles para siempre.
Así día a día, mes a mes, la vida pasaba, perdida en el tiempo. Entre muchas caras asustadas todo va desapareciendo.
Pensé que nunca podría recuperar la confianza en algunas personas. Pensé que todos eran iguales, todos monstruos, todos ciegos y sordos.
Entonces, como si apareciese el sol, me sorprendió la carta de una chica a quien no conozco, una refugiada de Medjugorje. Ella encontró la fuerza y la manera de mandármela. Lo más importante son sus palabras: ¡aguantad la situación!
Esto me ha dado la fuerza para vivir. Hay más gente como ella. Hay gente buena y mala.
Escribiendo de mí escribo de otros muchos. ¿Cómo ayudarles? ¿Cómo ayudar a los padres apenados?, ¿a los niños apenados por la pérdida de sus padres?, ¿a los lisiados?, ¿cómo hacer felices a los jóvenes que son infelices? ¿Cómo ayudar?
Decidme, ayudadme para que pueda ayudar a los demás. ¿Cómo librarse de la tristeza y el dolor?, ¿cómo ayudar al proceso de recuperación?, ¿cómo ayudar a las personas traumatizadas para que sepan que deben vivir en el futuro con paz y tranquilidad y no en el pasado rabioso y triste?
Sin el perdón y el olvido no existe el futuro. Creo que son la base del proceso de restablecimiento. Solíamos decir en muchas ocasiones: "¡Empecemos de nuevo!" Se debe castigar a los criminales para que la gente no se sienta culpable. Pero la mayor carga: poder olvidar, se queda solo para las víctimas. A ellas debemos ayudar para que se liberen del dolor y la rabia y para que puedan vivir juntos en un futuro feliz.  
Mostar, Abril de 1994

(Texto escrito, tras la guerra de la antigua Yugoslavia, por una psiquiatra de Mostar y que iba a ser leído en una reunión que, entre psiquiatras de ambos bandos, organizó “Médicos del Mundo” dos meses después del alto el fuego. La reunión al final no pudo celebrarse al ser suspendida en el último momento por las autoridades bosnio-croatas. El texto fue publicado por Domingo Díaz del Peral (et al.) en “Mostar, ciudad de la luz, ciudad de las tinieblas” Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. 1995, 15 (52), pp 121-123)

domingo, 16 de octubre de 2011

Profiling: El análisis psicológico de la conducta criminal

La comprensión de la conducta delictiva siempre ha resultado algo de gran interés para las personas, tanto desde un punto de vista judicial o policial como desde planteamientos sociales. Así, vemos como el análisis del comportamiento criminal no solo está captando el interés de la literatura y el cine, sino que también se está trasladando al público en general. Pero, como suele ser habitual, los ejemplos que podemos ver en las películas o en las series de televisión son bastante confusos e imprecisos.
La técnica de análisis criminal conocida como “ofender profiling” o “perfilamiento  criminal”, es básicamente una herramienta de investigación elaborada desde principios derivados de las ciencias de la conducta y cuya finalidad es la realización de un perfil psicológico del criminal partiendo del estudio de la forma en que el delito ha sido cometido. Se trata de una disciplina de reciente aparición y, como tal, tiene los problemas característicos de esta circunstancia, es decir, adolecer de una metodología claramente establecida, no disponer en muchos casos de una base teórica suficiente, y sentirse constantemente a prueba.
Cuando hablamos de realizar un “perfil psicológico” no podemos mantener el objetivo de hacer una descripción completa del delincuente. Este objetivo sería poco realista y nos llevaría con seguridad al fracaso. Más bien, se trata de hacer algo parecido a lo que se consigue cuando se hace un retrato robot, es decir, concretar aquellas características esenciales del agresor que nos servirán para elegir dónde y qué buscar. En la mayoría de las ocasiones será más útil para excluir hipótesis que para incluirlas.
Un acto delictivo no deja de ser una manifestación de conducta, desviada de la norma, pero conducta al fin y al cabo, por lo que la tarea del profiler no es más que el estudio de un episodio concreto de conducta humana. Resulta obvio que ésta es, por definición, una tarea propia del área de conocimiento de la Psicología.
Este profesional, por tanto, debe tener una amplia formación en Psicología y, a ser posible, experiencia como investigador criminal. Ser capaz de abordar cualquier escenario sin prejuicios, actuar en muchos casos como elemento de enlace entre diversos elementos de un equipo, disponer de un amplio acervo cultural que le permita encontrar significado a conductas poco usuales de carácter sexual, religioso, etc., y, finalmente, tener la capacidad comunicativa necesaria para transmitir todo esto tanto a los equipos policiales como a los tribunales de justicia.
Tradicionalmente se han venido realizando dos tipos de aproximaciones al estudio de la conducta criminal, una de ellas, desde el ámbito policial, iniciada por agentes del FBI en EEUU, y otra, desde instancias académicas entre las que destaca el trabajo del profesor David Canter de la Universidad de Liverpool (Inglaterra).
El profiling policial se caracteriza por constituir un marco basado primordialmente en la experiencia acumulada por un grupo reducido de agentes del FBI. Estos agentes han participado en numerosas investigaciones, constatando como diversos crímenes mantienen una serie de elementos en común y, además, son capaces de clasificar ese tipo de coincidencias como resultado de un proceso conductual similar desarrollado por los autores de esos actos delictivos. Desde este modelo se desarrolla una clasificación dicotómica entre lo que ellos denominan delincuente organizado (psicopático) y desorganizado (psicótico), y se describen qué indicios conductuales pueden encontrarse en la escena del crimen según el subtipo al que pertenezca el agresor.
Por su parte, Canter señala, refiriéndose a esta visión del profiling, que el hallazgo más importante llevado a cabo por la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI, es establecer que existe un patrón conductual, un molde en el que se inscriben las acciones de los criminales violentos y que en algunos casos esto es suficiente para descubrirlos, aunque también señala, como aspecto negativo, que a pesar de que realicen un gran trabajo recopilador de datos, nunca llegan a plantear o elaborar una teoría o guía sobre cómo realizar un “perfil criminal”.
Desde el modelo británico no se pide al experto que busque en su experiencia anterior elementos coincidentes con el caso actual, sino que en base a sus conocimientos sobre Psicología intente realizar un análisis de los hechos y que, como hipótesis, desarrolle un patrón psicológico descriptivo de los posibles autores.
En este modelo subyace la idea de que el comportamiento criminal no difiere sustancialmente en cuanto a sus características conductuales de cualquier otro desarrollado por una misma persona, constituyendo su elemento diferenciador el transgredir la norma jurídica.
En resumen, podemos decir que la aproximación policial pretende “inducir” en un caso concreto los conocimientos adquiridos en la experiencia profesional. Para esto utiliza un método de razonamiento inductivo que se basa en la comparación de los datos de un caso con los de hechos delictivos previos mediante la utilización de técnicas de procesamiento estadístico.
La perspectiva psicológica pretende deducir un caso concreto utilizando los conocimientos científicos que se poseen, aunque éstos no tienen que haber sido adquiridos directamente en el campo criminal. El método de razonamiento deductivo se centra en los patrones de conducta del delincuente particular utilizando como referente el conjunto de conocimientos científicos sobre la conducta humana.
La realización de perfiles criminales mediante el procedimiento inductivo es una forma económica de producción. Una vez que se dispone de una base suficientemente amplia, se confecciona un protocolo de recogida de datos que permite realizar un proceso comparativo para clasificar el caso en base a su similitud con casos anteriores.
La mayor desventaja de esta forma de realizar perfiles tiene que ver con el hecho de estar basada en generalizaciones de datos procedentes de poblaciones limitadas y no estar específicamente relacionada con ningún caso. La variedad de datos de que se dispone proviene sólo de los delincuentes conocidos y aprehendidos, lo que puede dar lugar a una serie de errores al suponer que los ofensores del pasado son culturalmente iguales que los actuales y que les influye el mismo medio ambiente. Se intenta predecir la conducta humana desde muestras muy pequeñas y no se valoran los posibles cambios en motivación y conducta a través del tiempo.
En el caso del procedimiento deductivo se realiza un análisis independiente de cada caso mediante el que pretenden extraerse conclusiones relativas al mismo. El proceso está condicionado por los conocimientos científicos y culturales de la persona que realiza el análisis, así como su actitud crítica.
Las fuentes de datos serán las evidencias halladas en la escena del crimen, el resultado de los análisis forenses, las declaraciones de la víctima y cualquier otro indicio o dato accesible que provenga de una fuente que ofrezca garantías y, por supuesto, que guarde relación directa con el caso.
El profiler que utiliza este sistema mantiene una serie de asunciones: Ningún agresor actúa sin motivación. Cada agresor individual debe investigarse como si una única conducta y motivación existiese. Diferentes agresores exhiben la misma o similares conductas por razones completamente diferentes. Dada la naturaleza de la conducta humana, la interacción y las influencias ambientales, dos casos nunca son iguales debido a que la conducta humana se desarrolla de una forma única, en un momento histórico concreto y en respuesta a factores biológicos y ambientales concretos. El modus operandi del criminal puede evolucionar con el tiempo, bien por un aumento de su sofisticación o, simplemente, para adaptarse a nuevas circunstancias.
Javier Gómez Segura, 2007

domingo, 9 de octubre de 2011

La violencia contra los niños en la familia

La violencia directa es la señal de una repulsa consciente o inconsciente del niño por parte de uno de los padres. El padre –o la madre- se justifica explicando que actúa por el bien del niño, con un propósito educativo, pero, en realidad, ese niño le molesta y necesita destruirlo interiormente para protegerse.
Sólo la víctima puede percibirlo, pero la destrucción es real. El niño se siente desgraciado, pero no tiene nada objetivo de lo que quejarse. Si se queja, se queja de gestos o de palabras vulgares. Así las cosas, únicamente se comenta que el niño no se siente bien consigo mismo. Sin embargo, existe una voluntad real de anularlo.
Al niño maltratado se lo considera inoportuno. Se dice que resulta decepcionante, o que es el responsable de las dificultades de sus padres: “¡Este niño es difícil, no desaprovecha ninguna ocasión, lo rompe todo; en cuanto le doy la espalda, no hace más que tonterías!”. Este niño decepcionante no se inscribe en la representación del imaginario parental.
Molesta, ya sea porque ocupa un lugar particular en la problemática parental (por ejemplo, un niño no deseado responsable de una pareja que no quería serlo), ya sea porque presenta una diferencia (enfermedad, o retraso escolar). Su mera presencia revela y reactiva el conflicto parental. Es un niño-diana cuyos defectos hay que corregir para que ande derecho.
Bernard Lempert describe muy bien esta repulsa que a veces sufre una víctima inocente: “El desamor es un sistema de destrucción que, en ciertas familias, azota a un niño y quisiera verlo morir: no se trata de una simple ausencia de amor, sino de la organización, en lugar del amor, de una violencia constante que el niño no solamente padece, sino que también interioriza –hasta el punto que se accede a un doble engranaje, pues la víctima termina por tomar el relevo de la violencia que se ejerce sobre ella mediante comportamientos autodestructivos” (B. Lempert, Desamour, Paris, Seuil, 1989).
Entramos así en una espiral absurda: se riñe al niño porque es torpe o distinto a como debiera ser, y el niño se vuelve cada vez más torpe y se aleja cada vez más del deseo que expresan sus padres. No se desprecia al niño porque sea torpe; el niño se vuelve torpe porque es despreciado. El padre que lo rechaza busca, y forzosamente encuentra (un pipí en la cama, o una mala nota escolar), una justificación de la violencia que siente, pero es la existencia del niño, y no su comportamiento, lo que desencadena esa violencia.
Una manera muy trivial de expresar esta violencia de una forma perversa consiste en apodar al niño con un mote ridículo. Quince años más tarde, Sarah no puede olvidar que, cuando era pequeña, sus padres la llamaban “basurera” porque tenía mucho apetito y siempre se comía todo lo que le ponían en el plato. Por su peso excesivo, no se correspondía con la niña que sus padres habían soñado. En lugar de ayudarla a dominar su apetito, sus padres intentaron ponerle más dificultades.
También puede ocurrir que un niño tenga un exceso de algo en relación con su padre o su madre: que sea demasiado dotado, demasiado sensible, o demasiado curioso. Los padres suprimen lo mejor de su hijo para no ver en él sus propias carencias. Las afirmaciones adoptan la forma de los predicados: “¡No sirves para nada!”. El niño termina por volverse insoportable, idiota o caracterial, con lo cual sus padres tienen una buena razón para maltratarlo. Con el pretexto de la educación, apagan en su propio hijo la chispa de la vida de la que carecen. Así, rompen la voluntad del niño, quebrantan su espíritu crítico y procuran que no les pueda juzgar.
En todos los casos, lo que los niños notan muy claramente es que no satisfacen los deseos de sus padres o, más sencillamente, que no han sido deseados. Se sienten culpables de decepcionarlos, de producirles vergüenza y de no ser suficientemente buenos para ellos. Por ello, piden excusas, pues quisieran reparar el narcisismo de sus padres. Lo hacen en vano (Marie-France Hirigoyen. El acoso moral, 1998).

viernes, 7 de octubre de 2011

Afrontamiento psicológico del secuestro

Según el diccionario de la Real Academia Española “secuestrar” es la acción de “retener indebidamente a una persona para exigir dinero por su rescate, o para otros fines”; así las situaciones de secuestro pueden ser muy variadas y con múltiples móviles.
De acuerdo con sus intereses, podemos clasificar a los secuestradores delincuentes en dos grupos: por una parte aquéllos que tienen algún interés político y/o religioso y por otra parte aquéllos otros que tienen un objetivo de tipo económico. Dentro de este grupo nos podemos encontrar con profesionales del secuestro (suelen planificar muy bien sus golpes); secuestradores oportunistas (suelen elegir por azar a su víctima y sus acciones no son apenas planeadas) y secuestradores accidentales (en el contexto de otro delito que se complica se captura un rehén para negociar una huida). Otros tipos de secuestro pueden ser protagonizados por personas, no necesariamente delincuentes, pero que padecen algún tipo de psicopatología, desviación sexual o alteración emocional puntual.
Dependiendo del tipo de secuestro el grado de amenaza para la vida de la víctima será distinto. El mayor peligro puede encontrarse en aquellos secuestros de tipo político o religioso, donde el terrorista puede estar dispuesto a morir o matar a su víctima para publicitar su causa. En los secuestros con móvil económico el secuestrador no suele tener interés en hacer daño a la víctima ya que desea evitar complicaciones y cobrar el dinero en el menor tiempo posible. En el caso de los secuestros protagonizados por desequilibrados es más difícil estimar el grado de amenaza para la vida del secuestrado.
La experiencia de ser secuestrado es siempre aterradora y, aunque parezca insoportable la incertidumbre de no saber si se va a salvar la vida o la impotencia de tener que soportar malos tratos y amenazas injustas, siempre existirán estrategias de afrontamiento que permitan la adaptación psicológica y la supervivencia.
Una persona secuestrada no reacciona de la misma manera durante todo el periodo que dura el secuestro sino que la percepción de su situación pasará por distintas etapas: la primera de estas se caracteriza por un fuerte shock emocional  y una negación de la realidad. En una segunda fase la persona comienza a ser consciente de lo que le sucede e intenta poner en marcha alguna conducta que le permita protegerse o proteger a otros en caso de secuestro múltiple. En ocasiones en esta fase la persona puede sufrir un bloqueo general a causa del miedo.
En la tercera fase, habitualmente denominada “Fase de depresión traumática”, la persona comprende la realidad de su situación y se da una amalgama de sentimientos (miedo, apatía, ira, resignación, tristeza) y síntomas de estrés (hipervigilancia, insomnio, pesadillas, inquietud). En esta fase es también frecuente la aparición de sentimientos auto-recriminatorios.
Una vez que el secuestrado es plenamente consciente de su situación, intenta adaptarse incorporando la experiencia traumática en su repertorio cognitivo. En esta cuarta fase pueden darse conductas paradójicas de cooperación e identificación con los secuestradores como una forma de transferencia patológica, o una infantilización del comportamiento en la que el rehén se muestra sumiso y obediente en extremo para lograr la benevolencia de sus captores, esta actitud se configura como una estrategia para la supervivencia. Ambos mecanismos son los pilares que explican el desarrollo del conocido “Síndrome de Estocolmo”.
En este proceso tienen mucha influencia las características de personalidad del secuestrado y la duración del secuestro. Las personas menos dependientes van a tener reacciones depresivas menores y si la cautividad se prolonga mucho en el tiempo la persona vivirá la situación de forma más desesperada, pudiendo llevar a cabo actos suicidas y sintiendo una parálisis de su afectividad conocida con el nombre de “Terror frío”.
Cuando una persona es víctima de un secuestro puede beneficiarse de las siguientes recomendaciones:
En el momento de la captura puede entrar en shock y tratará de oponerse a sus captores. Esto puede ser peligroso. Intente mantener la calma en el momento de la captura y el traslado. Ponga mucha atención y cumpla todas las instrucciones que le den los secuestradores. Intente estimar el tiempo, la dirección, la distancia y la duración del viaje hasta el lugar del cautiverio.
Esté muy pendiente de lo que sucede, qué dicen los secuestradores entre ellos, cómo se llaman o cuántos son. Si no ofrece resistencia y coopera en los momentos iniciales generalmente los delincuentes se volverán menos recelosos una vez hayan llegado al sitio de retención.
Prepárese mentalmente para un cautiverio que puede prolongarse por un largo periodo. Tenga presente que en este caso puede llegar a simpatizar e identificarse con su secuestrador. Aunque éste sea cortés y le trate bien, nunca debe olvidar que le ha privado de su libertad de una manera abominable y puede estar dispuesto a matarle si las cosas no salen como ha planeado.
Intente establecer conversación con sus captores, sobre todo los que estén encargados de su custodia directa y que están viviendo en condiciones similares a las suyas. El objetivo es mantener una relación interpersonal simple, que no ayude a los delincuentes pero tampoco los amenace o los perturbe, este tipo de relación ayudará a rebajar la tensión en las relaciones cotidianas y hará que, si las cosas salen mal, el secuestrador le vea como una persona y no como algo desechable.
Usted necesitará mantenerse en buenas condiciones físicas. Busque la manera de ejercitar sus músculos caminando, haciendo flexiones u otro tipo de actividad física. También podrá mantener su forma aún estando atado, en este caso puede recurrir a ejercicios de tipo isométrico que le permitan la realización de tensiones y distensiones de diversos grupos musculares. Este tipo de ejercicios son muy importantes para la mente y para el cuerpo.
Informe a sus captores si necesita algún medicamento especial. Manténgase lo mejor alimentado posible. También dentro de sus posibilidades debe cuidar su aseo y su aspecto físico aprovechando cualquier recurso que le ofrezcan.
Aunque desarrolle una buena comunicación con sus captores desconfíe de cualquier información que estos le suministren. Procure hablar de cosas poco trascendentes y evite dar la impresión de ser una persona importante.
Intente mantener en todo momento sus emociones bajo control, no pierda la entereza y la calma. No use la violencia física o la agresión verbal. No antagonice innecesariamente sobre temas políticos o controvertidos. Nunca piense que su familia, o su entorno social, le han abandonado o se han olvidado de usted.
No intente escapar a menos que tenga un plan prácticamente infalible. Cuando llegue el momento de la liberación se enfrentará nuevamente con una situación de elevado riesgo: ponga mucha atención a las instrucciones de sus captores, manténgase alerta, tenga prevista la posibilidad de que algo salga mal y retrase la liberación, si esto sucede no deje que la frustración le hunda, no se relaje hasta llegar a un lugar seguro.
En el caso de que por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado se inicie una operación de rescate la intervención puede comenzar con explosiones, humo y/o cortes de luz. Todos estos estímulos están dirigidos a provocar mucho estrés y aturdir a sus captores. Los agentes intervinientes tratarán de neutralizar con la mayor rapidez posible a los delincuentes y es posible que la intervención esté apoyada desde el exterior por francotiradores.
Manténgase alejado de las ventanas y si hay disparos túmbese en el suelo y no se mueva. Si es posible busque la protección de algún muro, enseres sólidos o configuraciones del terreno. No se mueva hasta que todo termine. No intente levantarse o intervenir en la detención para ayudar a la policía.
Quédese tumbado hasta que se le indique que se puede levantar. Cuando se levante permanezca con las manos en alto y a la vista, sin hacer gestos bruscos o movimientos que puedan resultar sospechosos a los agentes. Tenga en cuenta que al principio puede verse bruscamente tratado por los policías, que pueden no estar aún seguros de su identidad, o debido a la urgencia por sacarle y ponerle a salvo.
Una vez en libertad ha acabado lo peor de la pesadilla pero aún tendrá que hacer frente a diversas situaciones difíciles: la policía judicial tendrá que tomarle manifestación en diversas ocasiones, tendrá que atender los requerimientos judiciales y otras demandas sociales y laborales.
Tenga en cuenta que cualquier persona normal puede reaccionar con alteraciones psicológicas al tener que enfrentar una experiencia tan anormal. Por esta razón será importante realizar una evaluación médica y psicológica, dejándose ayudar y orientar por especialistas. 
Javier Gómez Segura (2007)