sábado, 31 de diciembre de 2011

El entrenamiento psicológico Pre-Incidente en unidades policiales especiales

Además de las técnicas estrictamente policiales y los conocimientos legales, administrativos o médicos pertinentes, hay una dimensión esencial en la formación de los agentes de policía: hablamos de los conocimientos de Psicología Aplicada en el terreno de las operaciones policiales y las relaciones humanas.

Efectivamente, las relaciones humanas son básicas en el trabajo del funcionario de policía, bien sea en sus tareas de información, de prevención, de vigilancia, de comprobación, de apoyo o de represión. De ahí la importancia de conocerse bien, de ser consciente de sí mismo y poder modificar o ajustar alguna de sus actitudes o alguno de sus comportamientos. Adquiriendo, también, un bagaje suficiente de conocimientos en el plano humano que le permita conocer mejor al otro, comprender mejor su comportamiento y anticipar mejor sus reacciones.

En este contexto destaca por su importancia la gestión del estrés por incidente crítico; tipo de estrés laboral que viene mereciendo una especial atención por parte de los psicólogos policiales.

Hay cierta evidencia del cambio de actitudes que se favorece con la adquisición de conocimientos acerca de los procesos psicológicos que están en la base de nuestras propias emociones. Este cambio de actitudes es un paso previo necesario para adquirir estrategias adecuadas de afrontamiento al estrés. Los agentes necesitan tener conocimiento sobre el estrés, su origen, sus efectos, la identificación de factores de riesgo, las estrategias de afrontamiento efectivas, así como dominar algunas técnicas de relajación y autocontrol emocional.

Dado el número de bajas que este tipo de estrés llega a generar en las plantillas de algunas unidades, durante la última década se ha puesto mucho interés en la intervención post-incidente, incluyendo la realización de sesiones de debriefing, defusing, primeros auxilios psicológicos, estrategias de apoyo entre compañeros (Peer Support) e incluso tratamiento médico o psicológico del personal afectado.

Este tipo de intervenciones post-incidente muestran ser muy eficaces a la hora de recuperar a los agentes expuestos a estresores violentos, pero en la actualidad el interés de los departamentos policiales más innovadores se está centrando en el entrenamiento pre-incidente.

Básicamente se trata de una intervención realizada desde modelos de evaluación conductual, en la que mediante el análisis de incidentes críticos, tanto de los casos de resolución positiva como en los de fracaso en la intervención, se descubren aquellas competencias necesarias para los agentes, se evalúan las necesidades formativas y se pueden guiar los procesos de reclutamiento y selección.

Para el entrenamiento se combinan clases intensivas de tipo teórico con instrucciones sobre técnicas de afrontamiento a situaciones de estrés y control emocional, que son cuidadosamente diseñadas, con ejercicios prácticos, de carácter individual y grupal, en los que desarrollar esas habilidades.

Idealmente esta formación debería darse ya desde el periodo académico. Se trata, de hecho, de un proceso de “inoculación” contra crisis psicológicas futuras por lo que estas intervenciones tradicionalmente han recibido la denominación de Programas de Inoculación de Estrés. Este tipo de programas hizo su primera aparición en el campo de la intervención psicológica grupal al principio de la década de los 70, de la mano de Donald Meichenbaum que lideró un importante equipo de investigadores en la Universidad de Waterloo, Ontario (Canadá). No obstante, la introducción de estos procedimientos en la formación de los agentes de policía es un fenómeno relativamente nuevo.

La respuesta de estrés se entiende como el resultado de la evaluación que el sujeto realiza en relación con las demandas de la situación y los recursos que él cree que posee para manejarlas. Si el balance de esta evaluación es negativo, es decir, si las demandas resultan percibidas como superiores a los recursos propios, entonces se generarán las respuestas de estrés que, si son muy elevadas, van a interferir gravemente en la capacidad del agente para llevar a buen puerto su intervención.

Por lo tanto, para fortalecer esta capacidad del agente se necesitará, por una parte, incrementar su repertorio de habilidades, y por otra, tomar una mejor conciencia de sus recursos para reducir la percepción de desproporción, facilitando así un afrontamiento más eficaz del peligro.

La forma más sencilla de conseguir este objetivo es la de enseñar a los sujetos a formular planes de actuación concretos que puedan guiar la intervención en distintas situaciones problemáticas. Estos deben contemplar siempre cinco aspectos: la preparación para la situación (identificación de la situación, análisis de posibilidades y preparación del plan de afrontamiento); la conducta de afrontamiento (con la puesta en marcha de las estrategias seleccionadas); la prevención de crisis durante el afrontamiento (en todo momento debe disponerse de una salida para el caso de un fracaso parcial o para un acontecimiento especialmente difícil); la recompensa de ejecuciones correctas (son muy importantes las autoverbalizaciones positivas por lo que todo plan de afrontamiento debe incluir frases como “qué bien lo he hecho” o “ha sido difícil pero he podido con ello”, expresiones que ayudan a instaurar el comportamiento más eficaz y producen aumentos en la autoestima) y el afrontamiento de fracasos (debe preverse la posibilidad de un fracaso total en alguna ocasión determinada, la persona debe disponer de estrategias de afrontamiento del fracaso ya que el hecho de anticipar su posibilidad ayuda enormemente a superarlos una vez ocurridos).

En los grupos más especializados el desarrollo de estos programas de inoculación de estrés debe complementarse con un Entrenamiento Pre-Incidente continuado, con los objetivos de favorecer un perfecto conocimiento del material; automatizar los procedimientos de actuación para que requieran la menor cantidad de recursos atencionales; mantener de manera permanente una forma física suficiente; practicar el autocontrol en situaciones de elevado estrés; motivar al personal para conseguir los objetivos y lograr grupos compatibles y bien cohesionados.

La mayoría de las unidades más especializadas de todos los cuerpos policiales del mundo introducen desde siempre, en sus programas de entrenamiento, medidas que en realidad están ayudando a los agentes a controlar su estrés. Pero habitualmente lo hacen de una forma no planificada y al no diseñarse unos mínimos controles no es posible valorar la eficacia de las mismas, o la necesidad de introducir cambios en los diseños de entrenamiento y, lo que es más importante, no favorecen en los agentes la toma de conciencia de sus verdaderos recursos.

Hay que ejercitar no solo los procedimientos de actuación sino también prepararse para hacerlo dominando situaciones angustiosas. Por esto, resulta esencial la práctica del autocontrol (capacidad para dirigir la propia conciencia y conducta) para lograr la autoconfianza (conciencia de la capacidad para afrontar dificultades) a través del diseño de maniobras que provoquen situaciones estresantes graduadas en entornos controlados, favoreciendo la adquisición de destreza y de confianza.

A la hora de diseñar estos entrenamientos conviene tener en cuenta algunos aspectos importantes como, por ejemplo, el hecho de que el factor que más influye en el miedo es el peligro de muerte. Éste será peor cuanto más intenso y prolongado sea, o cuando la persona ya se tambalea por uno anterior. Un miedo ligero mejora la actuación mientras que uno intenso la interfiere gravemente. El entrenamiento y el afrontamiento de situaciones reales es la mejor forma de superar el miedo. Es necesario evitar a toda costa el mantenimiento de actitudes temerarias. Estamos entrenando a un grupo de profesionales de la seguridad, no a una pandilla de locos o una partida de forajidos, por lo que hay que desterrar del grupo cualquier tipo de conducta irresponsable. Tendremos en cuenta que los miembros de un grupo bien cohesionado son siempre más eficaces. No necesitamos héroes individuales, la eficacia está en el grupo y dependerá de su grado de coordinación. El equipo es mejor si tiene los mismos miembros durante el entrenamiento y durante la intervención.

Las dinámicas de los grupos pueden ejercer una presión positiva sobre sus miembros, así, la necesidad de cuidar la imagen frente al grupo puede ayudar al agente a mantenerse más tiempo firme durante la crisis. La mejor fuente de apoyo y soporte frente al incidente crítico está en el propio grupo, por esta razón hay que cuidar y proteger todas las dinámicas que favorezcan su cohesión, tanto las formales como las informales. Las actividades lúdicas o de ocio que ayuden al grupo a mantenerse unido también son importantes.


Hay que ser conscientes de que la utilización del humor, aunque sea del humor negro, es una estrategia de defensa útil para hacer frente a las situaciones más dramáticas, por lo que no conviene sancionarla cuando aparece de manera espontánea en el grupo.

Por último hay que tener en cuenta que el ver desfallecer a un compañero es muy perturbador para el resto del grupo. Para estos casos deberá tenerse prevista una estrategia de evacuación inmediata.

Cuando en los procesos de entrenamiento aparezcan problemas concretos en un agente, éste será derivado a los psicólogos policiales de la organización que pueden ayudarle a superarlos a través del trabajo individual con técnicas de autoobservación, técnicas de exposición u otras estrategias de intervención psicoterapéutica como, por ejemplo, la desensibilización sistemática.

Javier Gómez Segura (2007)




jueves, 29 de diciembre de 2011

Me estoy preparando hace tiempo para escribirte sobre cómo echo en falta la libertad y la vida normal

Es un tema difícil y por ahora no sé exactamente cómo describirlo todo de manera que resulte elocuente. Las pocas observaciones que voy a dedicar hoy a este tema son provisionales, hablan de los aspectos más sencillos del tema y de ninguna manera lo agotan; más bien lo inician.

Durante las primeras semanas de detención añoraba muchas cosas distintas: antes que nada, naturalmente, a los más intimos, pero no sólo a ellos, sino muchas cosas concretas, atmósferas, anbientes, relaciones, situaciones, vivencias, etc. Pensaba mucho en lo que haría si me dejasen en libertad. Me imaginaba distintos seres próximos, amigos y conocidos, y una y otra vez me repetía todas las cosas de las que me gustaría hablar con ellos (y tenía remordimientos por no haberlo hecho cuando estaba en libertad); me imaginaba a mi mismo que sudaba en la sauna, nadaba en la piscina, paseaba por Malá Strana, dormía en mi cama y con mi pijama, comía en ese u otro restaurante un buen bistec o un cóctel de cangrejos o un pastel con nata, preparaba un pollo a la parrilla y una buena salsa tártara para acompañarlo, esto en Hrádecek, sorbiendo vino blanco y escuchando mis discos preferidos, estaba echado en la hierba tomando el sol, sorbía mi café habitual y bien cargado de las mañanas, frecuentaba las galerías de arte y los talleres de amigos pintores, entraba en los bares, iba a ver buenas películas y un largo etcétera.

Ese flujo de recuerdos concretos, martirizantes deseos, imágenes y proyectos que al principio volvían una y otra vez a mi mente, disminuyó con el paso de los meses y retrocedió; no era que empezase a olvidar mi ambiente familiar, más bien se fueron desdibujando los contornos concretos de ese ambiente y sus elementos perdieron su carácter excitante para amalgamarse en un cuadro monolítico y cubierto con un velo transparente, un cuadro que representaba mi hogar, el "paraíso perdido", algo alejado que antes existía y tal vez un día (quién sabe bajo qué aspecto, indudablemente transformado) volvería a existir. Todo ese mundo -que en una de mis cartas denominé "el horizonte concreto"-, ha perdido su presencia física y la intensidad de su ausencia y, de la esfera de lo específico, de los alegres o penosos recuerdos sensoriales, nostalgias, empeños y proyectos físicamente excitantes, se ha trasladado a una esfera más profunda de mi ser, a mi alma, donde está presente de una manera más espiritual y por lo tanto más esencial: como un conjunto oculto de parámetros vitales, como la medida y el punto de fuga de su sentido. Ahora ya no experimento la ausencia de ese mundo de un modo físico (hace tiempo que tengo la sensación de que si me comiera el antes tan codiciado cuarto de pollo con salsa tártara, acompañado con una botella de vino blanco, seguramente no tardaría en devolverlo todo), sino que lo percibo con mayor fuerza -en cuanto conjunto de valores- como la fuente de mis esperanzas y la razón de mis sacrificios (para decirlo de manera solemne), como aquello que contiene el sentido propio de todas mis acciones. Y cuanto menos echo en falta la forma material de ese cuadro, más su forma abstracta se hace cotidianamente presente en mi vida de forma penetrante e imprescindible configurando un segundo plano omnipresente aunque "borroso" que me ayuda a ver todo lo de aquí bajo una luz verídica, una silueta dibujada con absoluta precisión.

Todo ese desplazamiento es fruto de un cierto mecanismo de autodefensa existencial: si uno tuviese que pasar varios años pensando adónde podría ir y con quién, las cosas que podría hacer si estuviese en libertad, se volvería loco. Por eso se aferra cada vez más a los valores accesibles: procurarse un rato tranquilo, poder leer algo bueno, dormir bien, evitar un sufrimiento inútil, mantener sus cosas ordenadas y limpias, estar satisfecho con su trabajo, etc. La comparación siguiente no es precisa (espero no pasar aquí toda la vida): la falta de libertad es parecida a la situación de una persona a quien le cortan una pierna: en vez de plantearse que haría si tuviese ambas piernas le interesa aprender a caminar con una prótesis sin que ello le produzca dolor.

Repito que he escrito sólo sobre los aspectos más fácilmente descriptibles del tema. Ahora tendría que seguir una reflexión acerca de cómo soporta uno la falta de libertad, en qué consiste exactamente esa falta, qué es ese fenómeno, qué es lo que uno añora con más fuerza. Y es que no se trata sólo de la pérdida de la casa con todas las personas y valores que la constituyen; eso es sólo una parte de una pérdida mucho más amplia y compleja: y es que nuestro "hogar existencial" es, en cierto sentido, "únicamente" el resultado concreto de nuestra elección, y aquí uno no ha perdido tan sólo ese resultado sino también la posibilidad de elección en sí. De momento no me atrevo a escribir sobre cosas tan complejas; aún no lo tengo del todo claro.

Me despido por hoy, recuerdos a todas las amigas y amigos, y a tu madre. Quiero que estés alegre, activa, optimista, que pienses en mí, y sólo cosas buenas.

Besos. Vasek

Václav Havel (1983) Cartas a Olga

lunes, 12 de diciembre de 2011

Estrés policial por incidentes críticos

¿Quién puede calcular los efectos que tiene un trabajo en el que hay que estar continuamente expuesto a asesinatos, suicidios, raptos, violaciones y otros actos de violencia contra las personas?, ¿qué precio personal se paga por ser testigo de la parte mas cruel y salvaje de la humanidad?

De manera general, los profesionales del trabajo en emergencias están expuestos a situaciones altamente estresantes que repercuten en su bienestar personal, en su rendimiento laboral y en su entorno social y familiar. En el campo de la Psicología de Emergencias estas circunstancias han recibido tradicionalmente la denominación de Incidente Crítico y son objeto de estudio.

Se trata de situaciones que, por su naturaleza, producen en cualquier persona normal tal grado de afectación que la coloca en una situación de riesgo psicológico. Pueden tener muy diversa naturaleza, pero podemos señalar unas características comunes: son súbitas e inesperadas; producen pérdida de la sensación de control; ponen en entredicho los valores y asunciones básicas sobre el mundo en que vivimos, la gente y el trabajo que hacemos; Incluyen la sensación de amenazas a la integridad física y pueden conllevar pérdidas emocionales o físicas.

Como es lógico, el tener que enfrentarse con este tipo de situaciones es más probable en las profesiones relacionadas con la emergencia que en otros contextos laborales. Así un psicólogo policial tan importante como es John Violanti, (profesor del Rochester Institute of Technology) advierte que la mayoría de los agentes de policía pueden verse expuestos a más eventos traumáticos en un mes que los que se puede esperar encontrar el resto de la población durante toda su vida.

Incluso en labores policiales cotidianas de aparente bajo riesgo la probabilidad de enfrentarse con un incidente crítico es alta. Así en una investigación realizada en el Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York resultó que en un solo año un total de 134 agentes (9.18%) del total de la plantilla encargada de la vigilancia del tráfico, había sido víctima de agresiones por parte de ciudadanos (no delincuentes) enojados tras la notificación de una denuncia. De estos el 11.94 % (16 casos) resultaron gravemente lesionados y el resto presentó lesiones de carácter leve.

Quizá el incidente crítico de mayor gravedad en el ámbito policial sea el enfrentamiento armado. Otros incidentes críticos relevantes son la muerte de un compañero en acto de servicio, las lesiones en acto de servicio, los suicidios de compañeros, las muertes de niños y otras intervenciones con víctimas especialmente sensibles, la intervención en grandes accidentes, los pinchazos con agujas o la exposición a fluidos corporales, el realizar arrestos violentos y el atender casos con víctimas conocidas.

Los agentes de policía son tan humanos como cualquier otra persona. Esto tan obvio, implica que pueden verse tan afectados como cualquier otro. Así no es extraño que presenten alteraciones a nivel fisiológico (fatiga, tensión, opresión en el pecho, dolor de cabeza o espalda, mareos, escalofríos, temblor, respiración entrecortada, etc.); a nivel cognitivo (confusión, desconcierto, hipervigilancia, búsqueda de culpables, problemas para tomar decisiones, pensamientos intrusivos, disminución en la capacidad para solucionar problemas o para hacer razonamientos, falta de concentración, etc.); a nivel afectivo (tristeza, culpabilidad, miedo, ansiedad, agitación, irritabilidad, cólera, aprehensión, indefensión, etc.) y a nivel motor: (retraimiento, comportamiento antisocial, incapacidad de descansar, movimientos deambulantes, habla acelerada y balbuceante, apetito alterado, consumo de alcohol, tranquilizantes, coordinación y respuesta técnica deteriorada, etc.)

Si reflexionamos un instante sobre las consecuencias de este impacto psicológico veremos fácilmente como éstas se extienden afectando a varios núcleos:

El agente: la posibilidad de padecer serias consecuencias psicológicas en algún momento de su carrera (estrés postraumático o síndromes ansioso-depresivos) es un hecho que se puede dar con mayor probabilidad que en otro tipo de profesión.


El contexto laboral: Como es fácilmente deducible, el malestar psicológico del agente revierte de manera directa en la calidad de su trabajo y en su productividad. Así, no es extraño encontrar consecuencias como un deterioro en la calidad de la tarea; un aumento del absentismo laboral; una propensión al abandono del puesto o de la organización; una menor implicación laboral o un aumento de los conflictos interpersonales. Estos hechos, además del malestar que origina entre el personal afectado y el resto de la plantilla, suponen un gasto económico para la organización (gasto en formación y preparación de la persona que abandona la profesión, cobertura de bajas laborales, etc.), mucho mayor que el que supone adoptar medidas de calidad en prevención. Pocas organizaciones se han parado a hacer esta lectura.

El contexto extralaboral: La afectación del profesional salpica también su ámbito familiar. Por una parte, la pareja o familiar son a veces las personas sobre las que el profesional vuelca sus emociones, acompañándolas de detalles sobre la situación crítica. Los familiares, en ocasiones, no tienen capacidad para digerir lo que su ser querido les narra convirtiéndose también en víctimas vicarias. Por el contrario, es a veces el propio profesional el que se aísla de la familia para no implicarla en su problema. Tanto en uno como en otro caso, se generan barreras que impiden un afrontamiento familiar adecuado y acarrean consecuencias como rupturas o dinámicas familiares disfuncionales.

El entorno social: Por último, y elevando las consecuencias a marcos más generales, hay una última afectada. Esta, no es otra que la propia sociedad para la que trabaja el agente y que es, en definitiva, la beneficiaría real de su trabajo. Los ciudadanos desean tener buenos profesionales a su servicio y que estos se encuentren en las condiciones adecuadas para prestarlo.

Las organizaciones policiales empiezan a tomar conciencia de la importancia de afrontar cuanto antes las crisis derivadas de la exposición a situaciones críticas pero, en general, la comunidad policial tiene reticencias para aceptar que el estrés derivado de las situaciones críticas pueda ser un agente patológico que afecte tanto a su desempeño profesional como a su vida privada.

La subcultura policial suele incorporar muchos mitos que disminuyen la habilidad del agente para tratar con situaciones extremas. En este colectivo es frecuente la existencia de valores y normas no escritas que no aceptan en su seno muestras de debilidad, siendo frecuentes expresiones como “si no puedes con esto búscate otro empleo”, “ya sabías dónde te metías”, “aquí todos hemos venido voluntarios, nadie te obligó” y calificaciones del tono de “crybabies”.

Existe un sentimiento de invulnerabilidad y una percepción de ser distintos que, no sin ironía, ha sido denominada por algunos psicólogos policiales como el “Síndrome de John Wayne” y que es una consecuencia de la tendencia policial a “endurecerse emocionalmente” y aislarse del resto de la sociedad.

Los agentes de policía, y los trabajadores de emergencias en general, tienden a poseer una personalidad que puede aumentar la vulnerabilidad al estrés por incidente crítico: alta necesidad de control; tendencias perfeccionistas; valores tradicionales; altos niveles de motivación interna; orientación a la acción; elevada necesidad de estimulación; tendencia a asumir riesgos y alta dedicación e identificación con su rol profesional.

Estas características no solo les hacen ser unos buenos policías, sino que también hacen que sean más vulnerables.

Lamentablemente, la falta de sensibilidad por parte de las organizaciones policiales hacia sus miembros, se pone de manifiesto en la necesidad de que se den incidentes graves para que se pongan en marcha programas para disminuir el impacto del estrés entre los agentes.
Javier Gómez Segura, 2007

viernes, 25 de noviembre de 2011

Mi marido me pega lo normal

Las características de la agresión a la mujer la hacen diferente a otros tipos de violencia, pero la tendencia es a compararla con el resto de las agresiones para igualarla a ellas. Sin embargo, de la comparación podemos enriquecernos si en lugar de intentar justificar nuestros planteamientos a priori, buscando los elementos compatibles con ellos y descartando los demás, realizamos un análisis de los diferentes tipos de conductas violentas.

Es cierto que se pueden asemejar en cuanto al resultado lesivo, a las lesiones que aparecen tras un episodio violento en otro contexto, pero también es cierto que existen más diferencias entre ellos que similitudes, aunque aquellas permanezcan en planos menos superficiales y menos accesibles a la argumentación. Entre las diferencias están las razones y las pretensiones que mueven al agresor, pero en este momento destacaremos el papel del espectador, que ha venido contemplando este tipo de hechos a lo largo de la historia con actitudes muy parecidas. ¿Qué podemos decir del comportamiento de la sociedad ante este tipo de hechos?, ¿por qué han perdurado tanto en el tiempo a pesar del enorme y significativo desarrollo social y de los avances en el reconocimiento de los derechos de las personas? ¿Cuáles son las razones que mueven a pensar que las agresiones no son como aparecen, sino que parecen lo que no son?, ¿por qué se justifica y se le resta importancia, cuando por mucho que insistiéramos en sus consecuencias, probablemente nos quedaríamos cortos?

La razón esencial reside en las circunstancias que las originan, en ese contexto patriarcal en el que la mujer es un elemento más sobre el que asentar el orden, que debe permanecer en el lugar correspondiente y desempeñando el rol asignado, puesto que de lo contrario la estructura social así construida cobraría inestabilidad y podría causar "víctimas colaterales". De este modo, la agresión a la mujer se convierte en una violencia estructural, a diferencia de los otros tipos de violencia interpersonal, que son considerados como parte de la violencia externa.

La violencia estructural se caracteriza porque tiene su origen y se fundamenta en las normas y valores socioculturales que determinan el orden social establecido. Surge, por tanto, desde dentro y actúa como elemento estabilizador de la convivencia bajo el patrón diseñado, puesto que contribuye a mantener la escala de valores, a reducir los puntos de fricción que puedan presentarse en las relaciones de pareja entre hombres y mujeres, y desde ahí a las relaciones entre hombres y mujeres en la sociedad en general, por medio de la sumisión y el control de la mujer. Bajo este planteamiento se intenta recluir y confinar este tipo de conductas al ámbito de lo privado, ocultándolo y dejando entrever una cierta normalidad y aceptación si por alguna causa los hechos lograran traspasar la barrera levantada entre lo público y lo privado. De esta manera se aleja de esta vida pública que continúa inalterada e incólume, consiguiendo la ausencia de crítica, puesto que no se puede criticar lo que no existe o lo que no se ve, y favoreciendo la perpetuación del orden por medio de la reproducción de conductas y la transmisión de valores.

Por el contrario, los otros tipos de agresiones, aquellas que forman la violencia externa, se apartan de las normas y valores sociales, tienen su origen en factores que están al margen de lo aceptado por la sociedad (drogas, robo, delincuencia en general, racismo, grupos ultras,...), por lo que actúan como un elemento desestabilizador de la situación y atacan directamente a la convivencia y al orden establecido. El hecho de que la primera haya sido privatizada y limitada al hogar o a la relación, y que la segunda aparezca en el seno de la vida pública, también contribuye a que la percepción y la valoración de la sociedad sea distinta, ya que la violencia externa crea una mayor sensación de riesgo al poder afectar a cualquier persona en determinadas circunstancias.

En ocasiones resulta difícil aceptar esta división y las consecuencias derivadas de considerar una violencia estructural. Generalmente ocurre porque, cuando se plantea, siempre se piensa en los casos conocidos, aquellos que trascienden y que generalmente lo hacen a través de los medios de comunicación, más por las consecuencias especialmente graves que hayan podido tener, que por un interés sobre ellos. Pero pocas veces se presta atención a los casos que no llegan a ser públicos, es más, en alguna ocasión los vecinos o familiares saben o sospechan que están ocurriendo, pero prefieren ignorarlos. Todos ellos, más del 90% de los que ocurren, pasan desapercibidos, más por ser negados que por no haberse enfrentado a ellos. Son muchos los que llegan a los juzgados, los que acuden a un servicio de urgencias, los que se presentan en una consulta de un centro de salud o los que son simulados como accidentes, éstos si, domésticos, ... pero no se ven. Por ello nunca se pueden contraponer a los graves, a los públicos, y por dicha razón se cree que se está actuando correctamente frente a este tipo de violencia (Miguel Lorente Acosta. 2001. Mi marido me pega lo normal)

lunes, 21 de noviembre de 2011

Curarse

Curarse significa volver a unir las partes dispersas y restablecer la circulación entre ellas. Una psicoterapia tiene que permitir que la víctima tome conciencia de que su vida no se reduce a su posición de víctima. Si utiliza su parte sólida, la parte masoquista, que la mantenía eventualmente bajo el dominio, retrocede. El trabajo de curación empieza en la región de la memoria y prosigue en la del olvido. Tanto puede ocurrir que uno tenga demasiada memoria y que lo atormente el recuerdo de las humillaciones sufridas, como lo inverso, es decir, que uno padezca una falta de memoria y que huya de ese modo de su propio pasado.

El paciente debe reconocer su sufrimiento como una parte de sí mismo que es digna de estima y que le permitirá construir un porvenir. Tiene que encontrar el valor para mirar su herida cara a cara. Sólo entonces podrá dejar de lamentarse o de ocultarse a sí mismo su propia enfermedad.

La evolución de las víctimas que se liberan del dominio del maltratador demuestra que no estamos ante un problema de masoquismo. Por el contrario, con mucha frecuencia, esta experiencia dolorosa sirve de lección: las víctimas aprenden a proteger su autonomía, a huir de la violencia verbal y a rechazar los ataques contra su autoestima. Cuando un psicoanalista le dice a una víctima que, con su sufrimiento, se autocompadece, está escamoteando el problema relacional. No somos un psiquismo aislado, sino un sistema de relaciones.

La vivencia de un trauma supone una reestructuración de la personalidad y una relación diferente con el mundo. Deja un rastro que no se borrará jamás, pero sobre el que se puede volver a construir. A menudo, esta experiencia dolorosa brinda una oportunidad de revisión personal. Uno sale de ella reforzado, menos ingenuo. Uno puede decidir que, en lo sucesivo, se hará respetar. El ser humano que ha sido tratado cruelmente puede encontrar en la conciencia de su impotencia nuevas fuerzas para el porvenir.

Ferenczi observa que un desamparo extremo puede despertar repentinamente aptitudes latentes. Allí donde el perverso había mantenido un vacío se puede producir una atracción de energía, una especie de aspiración de aire: "El intelecto no nace simplemente de los sufrimientos ordinarios, sino que nace únicamente de los sufrimientos traumáticos. Se constituye como un fenómeno secundario o como un intento de compensar una parálisis psíquica total" (Ferenczi). La agresión puede adquirir de este modo un valor de prueba iniciática. La curación podría consistir en integrar el acontecimiento traumático como un episodio que estructura la vida y que facilita el reencuentro con un saber emocional reprimido (Marie-France Hirigoyen, 1998. El Acoso Moral).

domingo, 30 de octubre de 2011

Catástrofes y respuestas sociales

En muchas catástrofes y situaciones de riesgo se observan conductas colectivas adecuadas que van a permitir luchar contra la propagación del peligro, o de los rumores, y la organización racional de los recursos. Sin embargo, en otras circunstancias se observan conductas inadecuadas como es el considerar que la situación es irreal o el éxodo desorganizado de un grupo o una comunidad. Estas conductas no constituyen una respuesta adecuada y, como consecuencia, aumentan la desorganización social del grupo.
El comportamiento colectivo inmediato más frecuente ante una catástrofe suele ser el de Conmoción-Inhibición-Estupor. En el curso del cual se ve a los supervivientes emerger de los escombros, alterados por el choque emocional, sin iniciativas y cuya única movilidad es un lento éxodo centrífugo que los aleja del centro de la catástrofe para ganar espacios amplios hacia la periferia o lugares alejados catástrofe.
Ejemplos de ello son la destrucción de Pompeya, los terremotos de Lisboa y Méjico y los bombardeos de Hamburgo, Tokio, Hiroshima y Nagasaki en la Segunda Guerra Mundial. Los testigos de estos sucesos describieron esas lentas filas silenciosas de supervivientes siguiéndose los unos a los otros por los caminos improvisados de las ruinas. Estas reacciones duran, la mayor parte de las veces, unas horas.
El sentir intensamente miedo es una reacción frecuente en situaciones de catástrofe o de amenaza, pero no es una condición suficiente para que aparezcan conductas de pánico. Incluso las investigaciones con personas entrenadas para la guerra (aviadores e infantería norteamericana, voluntarios del Ejercito Republicano español, etc.) confirman que la mayoría aplastante de los soldados sienten miedo en el combate.
Pese a sentir y compartir un miedo intenso, muchas veces las personas llevan a cabo acciones heroicas y coordinadas (hecho mostrado no sólo entre víctimas de guerra,  sino también entre personal de profesiones peligrosas como policías o bomberos). Más aún, las  investigaciones llevadas a cabo sobre personas aterrorizadas por desastres sugieren que el  pánico es de corta duración y que, aún las personas que sienten miedo intenso y están más alteradas, pueden ser rápidamente inducidas a seguir las reglas de las autoridades y los líderes locales.
El valor adaptativo del miedo ha sido reconocido en diferentes contextos de manejo de situaciones amenazantes. Por ejemplo, entre los refugiados indígenas de Guatemala, sometidos a represiones masivas, se decía que los que se creían valientes ya no quedaban entre ellos: estos se habían quedado a afrontar o intentar esquivar la represión militar y habían muerto. Los aviadores norteamericanos, en la segunda guerra mundial, tenían un dicho que también representa la idea del valor adaptativo del miedo y la prudencia: "Hay pilotos con experiencia y pilotos sin miedo, lo que no hay son pilotos sin miedo con experiencia".
El pánico es una reacción colectiva muy temida, a pesar de no ser la más frecuente. Se puede definir como el miedo colectivo intenso, sentido por todos los individuos de una población y que se traduce por las reacciones primitivas de "fuga loca", de fuga sin objetivo, desordenada, de violencia o de suicidio colectivo1.
El pánico se define a partir de los siguientes elementos:
  • Componente subjetivo: un intenso miedo.
  • Contagio emocional: es un miedo compartido.
  • Componente conductual: asociado a huidas masivas.
  • Efectos negativos para la persona y la colectividad.
Se trata de reacciones no adaptativas, egoístas o individualistas, que producen más víctimas que la catástrofe misma que lo provoca. El comportamiento colectivo que desemboca en conductas de pánico se desarrolla a través de una cadena de pasos acumulativos y necesarios:
  • En primer lugar aparece una sensación de estar atrapado.
  • Además se da un malestar general provocado por esa sensación y se produce la imposibilidad de escapar de la situación por las diferentes rutas.
  • El tercer paso que desencadena el pánico es la dificultad de comunicarse para solicitar ayuda.
  • En cuarto lugar estaría la percepción de peligro para la vida. El pánico aparece cuando existen trabas para movilizarse hacia la huida, y cuando se percibe que no existe una coordinación, información y actuación eficaces. 

En una investigación sobre la experiencia subjetiva tras un accidente y/o catástrofe se entrevistó a un grupo de personas que habían vivido catástrofes colectivas, definidas operacionalmente como accidentes en los que estaban involucrados más de 10 sujetos. Los entrevistados indicaban si habían tenido la sensación de estar atrapados, si había maneras de escapar de la situación, si existían posibilidades de comunicarse para solicitar ayuda y si habían experimentado peligro en el momento del suceso. Se les preguntó además si habían huido y si habían vivenciado miedo o experimentado pánico.
Utilizando técnicas de análisis multivariado (regresión logística) se pudo contrastar que la sensación de miedo se veía asociada al hecho de estar atrapado y por la sensación de peligro. La huida también era precedida por encontrarse atrapado y por la sensación de peligro. Finalmente, el miedo también se asociaba a la huida con la excepción de la oportunidad de comunicarse.
En definitiva, la influencia del conjunto de las variables que clásicamente se habían asociado a las respuestas de pánico se vio confirmada. Con la excepción de que el pánico y la posibilidad de comunicarse se asociaban de forma negativa.
Sin embargo es un mito muy frecuente considerar al pánico como la experiencia típica de las catástrofes. Aún en los incidentes denominados de pánico, en los que las personas se están enfrentando con la percepción de amenaza inminente, las conductas desadaptativas no son dominantes, y son frecuentes las conductas cooperativas y coordinadas.
Realmente el pánico de masas es muy poco frecuente. Dependerá del grado de coordinación percibido, del nivel de información, de la experiencia previa y del grado de tranquilidad con que se afronta el hecho. En un primer momento, después de un gran desastre, la gente herida y confusa intenta escapar del área de peligro, entonces el mayor problema es establecer de antemano un número alternativo de rutas de escape que sean posibles, tener en cuenta las diversas maneras que hay de abandonar esa situación y planificar adecuadamente los modos de actuación, transmitiendo tranquilidad y seguridad. 
Los éxodos constituyen la variante menos extrema de las conductas colectivas. Los éxodos de la población del norte y este de Francia por el avance alemán (1914,1940), el éxodo de la población alemana huyendo del ataque soviético en 1945 y los éxodos de los habitantes de Somalia y Ruanda en la década de los 90 a causa de la guerra, son acontecimientos que reflejan esta conducta.
Las condiciones de precariedad o amenaza asociadas al éxodo suponen, frecuentemente, nuevos peligros para la vida. Así, en el accidente químico de Bopal (India) el éxodo fue una causa de la mortalidad: una proporción notable de los 2500 cadáveres que se recogieron sobre la ruta, no sólo habían sido intoxicados, sino que habían sido aplastados por los coches de gente que huía de la región. Sin embargo, en otras crisis sociopolíticas, la población, incluso en medio de situaciones de emergencia, realiza movimientos tácticos de huida, con evaluación del riesgo y de las posibilidades de permanecer en el lugar, aunque, en ocasiones, se generalicen éxodos masivos como en el caso de Guatemala (1980-1982) o Rwanda (1993-1996) como consecuencia de las masacres masivas.
Las fases sociales del afrontamiento de catástrofes colectivas
La información referente a la dinámica colectiva frente a las catástrofes, y después de ellas, es limitada. La mayoría de la investigación sobre respuestas individuales y colectivas ante catástrofes es transversal y retrospectiva.
1.- Fases previas y de alerta
Las investigaciones descriptivas han postulado la existencia de una fase previa y otra de alerta. La fase de estado previo se caracteriza por el grado de preparación de las autoridades y de la población ante la catástrofe.
En la fase previa al impacto del hecho negativo ya sea una catástrofe o un accidente tecnológico es muy frecuente que las autoridades y la colectividad nieguen o minimicen la amenaza. Así, cuando apareció la amenaza de la Peste, los médicos y las autoridades buscaron tranquilizar a la población negando la posibilidad de que ocurriera o minimizando su alcance. Se decía que no era la peste, que eran otras enfermedades más benignas, se atribuían los aumentos de mortalidad a causas menos amenazantes (los problemas de alimentación, etc.); se decía que la enfermedad era una invención de las autoridades. Actitudes colectivas similares emergían ante el caso del cólera en el siglo XIX. En el caso del SIDA ha ocurrido algo similar: por ejemplo, en Francia se minimizó el riesgo de transmisión por transfusión, con un resultado letal para muchos hemofílicos.
Al igual que con respecto a otras conductas de riesgo, se pensó que las personas se exponían a circunstancias peligrosas por falta de conocimiento. Sin embargo, se ha encontrado que el conocimiento de lo peligroso de un lugar, o su exposición a posibles catástrofes, no es un factor suficiente para evitar que la gente se exponga a él. También se ha encontrado que la gente que vive con situaciones amenazantes inhibe la comunicación sobre el peligro y lo minimiza. En este sentido, personas que viven en áreas en que existen ciertas enfermedades endémicas transmisibles, o que viven cerca de centrales nucleares, evitan hablar del tema o evalúan que el problema no les amenaza particularmente a ellos.
Las encuestas muestran que a mayor cercanía de una central nuclear más cree la gente que está segura. En el mismo sentido, los trabajadores de industrias de alto riesgo profesional se niegan a reconocer la peligrosidad de sus trabajos, hasta el punto que resulta difícil hacerles aplicar las indispensables medidas de seguridad.
La fase de alerta está delimitada entre el anuncio del peligro y la aparición de la catástrofe. Está jalonada de señales de alerta y da lugar a un estado de ansiedad útil, con vigilancia en cuanto al período de preparación y medidas de protección. Sin embargo, si es gestionada sin instrucción y sin informaciones precisas, puede dar lugar a la propagación de rumores y de pánico. A la inversa, entre las poblaciones habituadas a la catástrofe, por ejemplo gente que vive cerca de ríos que se desbordan o gente que está acostumbrada a hacer frente a tifones o tornados, puede dar lugar a un comportamiento de indiferencia aparente, que corresponde ya sea a la resignación o a la negación del peligro, centrándose, por tanto sin cambios, en actividades cotidianas.
Además de esta actitud de negación, frecuentemente se plantea que una parte de la colectividad tiene un comportamiento de aprensión o exageración de la amenaza. Aunque hay datos que apoyan esta hipótesis, en relación con la actitud de la población ante catástrofes que están emergiendo, con respecto a las respuestas de las instituciones y élites lo que predomina es el silenciamiento de las voces críticas y la reafirmación de hipótesis optimistas, que llevan a una visión de ilusión de invulnerabilidad grupal.
Entre los factores que influyen en la falta de respuesta ante la inminencia del peligro, en caso de desastres naturales y guerras, están: la dificultad de abandonar las pertenencias, tierra, etc.; la dificultad de creer en lo que está sucediendo ("eso no puede pasar aquí"); la creencia de que la protección vendrá de un ente sobrenatural (Dios); la falta de información clara y concreta; el tiempo que pasa la población en alerta; la experiencia previa que tenga de situaciones similares; la organización de la alerta inmediata, cuando el peligro se acerca de forma inminente; la credibilidad de la fuente que transmite la información sobre la amenaza y la difusión de rumores contradictorios que quitan fuerza a la indicación de huir o refugiarse.
2.- Fases de choque y de reacción
Las investigaciones fenomenológicas han incluido en esta fase los momentos de choque y de reacción. En estos momentos alrededor de un 15% de los individuos presentan una reacción patológica, otro 15% mantienen su estabilidad y el 70% restante manifiestan un comportamiento de calma en apariencia, pero que recubre una especie de anestesia emocional o una sensación de realidad aparente.
La fase de shock, breve y brutal, corresponde a un estado de estrés colectivo; una alteración afectiva, sensación de irrealidad, suspensión de la actividad y también desconcentración de la atención. Respecto al plano comportamental, es la fase de la conmoción-inhibición-estupor.
Con relación a la experiencia vivida se da el fenómeno de ilusión de unicidad (cada uno se cree el centro de la catástrofe) y una impresión de invulnerabilidad.
La fase de reacción, inmediatamente posterior a la fase de shock, se puede caracterizar por la continuidad de conmoción-inhibición-estupor en éxodo centrífugo, sin inhibición motriz, y por la agitación psicomotora o el pánico. La fase de reacción es muy breve y no sobrepasa, generalmente, unas horas.
Investigaciones recientes confirman que en el momento de la catástrofe, o cuando ésta amenaza de forma persistente, aunque los rumores sobre el fenómeno circulen, las personas prefieren no hablar ni reflexionar sobre el tema.
Este mecanismo de evitación cognitiva y comunicacional se puede explicar como una forma adaptativa de enfrentar momentos de gran tensión.
Pennebaker2, comparando dos comunidades que afrontaron una catástrofe colectiva (erupción de un volcán), encontró que en la comunidad en que el volcán había afectado poco y aún podía afectar, la gente rechazaba en mayor medida ser entrevistada sobre el hecho y declaraba no sentirse alterada afectivamente - en comparación con la comunidad en que la erupción ya había ocurrido y que sentía que la catástrofe ya había pasado. La gente que está en medio de una tarea inacabada, como afrontar una catástrofe, puede tratar de enfrentarla inhibiendo los pensamientos y sentimientos.
Que la inhibición de pensamientos, sentimientos y comunicación sobre hechos negativos sea adaptativa, no niega que tenga un coste. Un grupo de supervivientes de Chernobil describió que la gente de la ciudad cercana de Belaris había buscado mecanismos de negación del peligro para disminuir su ansiedad ("no queremos tener información") manteniendo actitudes de pasividad, impotencia y uso de alcohol. Los datos epidemiológicos sugieren que esta parálisis comunicativa e inhibición se asocian a tasas de mortalidad y morbilidad comunitarias más elevadas, en función del tiempo.
3.- Fase de emergencia y resolución contemporánea
Existe una fase de resolución, contemporánea al retorno del período de lucidez y a la estructuración social, que se asocia a la disminución de la agitación, del pánico y los éxodos, así como a la aparición de las conductas adaptadas de ayuda, de socorro y de salvamento.
Según las investigaciones longitudinales sobre las respuestas a catástrofes puntuales (erupción de un volcán, terremotos, etc.), inmediatamente después del impacto se produce una fase de emergencia, que dura entre 2-3 semanas tras del hecho. En ella se observa alta ansiedad, intenso contacto social y pensamientos repetitivos sobre lo ocurrido. Luego emerge una segunda fase de inhibición, que dura entre 3 a 8 semanas.
Esta fase se caracteriza por una importante disminución en el modo de expresarse o compartir social sobre lo ocurrido. Las personas buscan hablar sobre sus propias dificultades, pero están "quemadas" para escuchar hablar a otros. En esta fase aumenta la ansiedad, los síntomas psicosomáticos y los pequeños problemas de salud, las pesadillas, las discusiones y las conductas colectivas disruptivas.
4.- Fase de adaptación y post-catástrofe
Las investigaciones longitudinales han encontrado una fase de adaptación, alrededor de dos meses después del hecho. Las personas dejan de pensar y de hablar sobre el hecho estresante, disminuyen la ansiedad, los síntomas y los otros indicadores. Esto sugiere que preferentemente la intervención de grupos de escucha y de autoayuda debe realizarse después de dos semanas, y especialmente con grupos que después de dos meses sigue con ansiedad, rumiación y síntomas psicosomáticos.
La fase de post-catástrofe, se caracteriza por actividades de organización social, en el seno de las cuales hay que subrayar la estructuración del duelo colectivo. El efecto a largo plazo del estrés colectivo se puede manifestar bajo la forma de miedos "irracionales", no fundados en la catástrofe, miedos de epidemias, o problemas como secuelas psicosomáticas, síndrome de estrés post-traumático etc. A más largo plazo, se instala frecuentemente una mentalidad de post catástrofe, con resignación, aceptación de lo sucedido -del destino-, culpabilidad y actitud de dependencia en relación con los poderes públicos.
En esta fase también se producen esfuerzos por el retomo a la autonomía y a la actividad social. Los estudios sobre efectos psicológicos de catástrofes naturales muestran que, a los 4 meses, los problemas disminuyen sustancialmente, pero permanecen respuestas al estrés con reacciones que incluyen componentes del trastorno por estrés postraumático, particularmente problemas para dormir, anestesia afectiva, pensamientos recurrentes y evitación.
Javier Gómez Segura 2009


1 Crocq, L. (1989). Psicología de las catástrofes y de las alteraciones psíquicas. En R. Noto, P. Huguenard y A. Larcan, Medicina de catástrofes. Barcelona: Masson
2  Pennebaker, J.W. (1989). Confession, inhibition and disease. En L. Berkowitz (ed): Advances in experimental social psychology (vol 22, pp 211-244. New Tork: Academic Press

viernes, 21 de octubre de 2011

¡Aguantad la situación!

Tenía que escribir algo para esta reunión. Este título no es casualidad: son palabras de una chica a quién no conozco, que me dirige en una carta.
¿Cómo escribir y no ser parte de esto? En esta reunión no puedo presentar un solo caso, porque todos somos "casos", yo también. Estoy llena de tristeza y dolor, me siento ofendida y humillada, llena de cólera. Como psiquiatra debo ayudarme primero a mí, para después poder ayudar a otra gente, debo hablar, contar.
En esta zona he pasado casi toda la vida, viví con esta gente, fui feliz y triste, tenía mi trabajo, me hice abuela. Todo esto para que alguien pueda impedirme ir a mi trabajo; para que alguien pueda incendiar mi casa en dos idas. Y yo, con todo este horror y miedo, mientras el piso superior de mi casa ardía, pensaba: al menos me queda la planta baja. Al día siguiente ardió lo que quedaba. Deje a mis vecinos las cosas que pude salvar pensando que quedaban a salvo, pero les sucedió lo mismo a ellos y todo fue quemado.
Terminé en un oscuro y húmedo garaje.
Murió mi gracioso perro Kastor, mis niños están muy lejos de mí, me han quitado el derecho a ver cómo crece mi nietecita.
Alrededor de mi solo muerte, cuerpos lisiados, caras asustadas, delgadas y con hambre. Nadie sabe de nosotros, nadie pregunta. Todo se pierde, nuestra ciudad desaparece delante de nosotros, todos los edificios se destruyen sin piedad.
Después aparecen cientos de personas asustadas, llorando, casi desnudas, que han sido expulsadas de sus hogares sin nada. Una mujer demasiado asustada, cuenta que fue forzada a hacer un acto sexual con su marido a la vista de "ellos", y después fue violada. Miro el cuerpo de un hombre mayor que trató de pasar el frente con una bandera blanca pero fue asesinado, un periodista que estaba allí rodó todo.
Dicen que hay muchos muertos en el cruce del lado Oeste hacia este lado, son los que fueron expulsados de sus casas y matados por la espalda. ¿Cómo sacarlos de este sitio cuando siempre está iluminado con reflectores como un campo de fútbol? Los cadáveres de muchos de ellos han sido sacados recientemente.
Hay muchos hombres valientes, pero desgraciadamente es muy corta la lista de los vivos. ¿Dónde está mi comandante Stosa?, ¿dónde está Bosanac?, ¿dónde están los otros? Ahora puedo solamente llevarles flores a sus tumbas y recordarles para siempre.
Así día a día, mes a mes, la vida pasaba, perdida en el tiempo. Entre muchas caras asustadas todo va desapareciendo.
Pensé que nunca podría recuperar la confianza en algunas personas. Pensé que todos eran iguales, todos monstruos, todos ciegos y sordos.
Entonces, como si apareciese el sol, me sorprendió la carta de una chica a quien no conozco, una refugiada de Medjugorje. Ella encontró la fuerza y la manera de mandármela. Lo más importante son sus palabras: ¡aguantad la situación!
Esto me ha dado la fuerza para vivir. Hay más gente como ella. Hay gente buena y mala.
Escribiendo de mí escribo de otros muchos. ¿Cómo ayudarles? ¿Cómo ayudar a los padres apenados?, ¿a los niños apenados por la pérdida de sus padres?, ¿a los lisiados?, ¿cómo hacer felices a los jóvenes que son infelices? ¿Cómo ayudar?
Decidme, ayudadme para que pueda ayudar a los demás. ¿Cómo librarse de la tristeza y el dolor?, ¿cómo ayudar al proceso de recuperación?, ¿cómo ayudar a las personas traumatizadas para que sepan que deben vivir en el futuro con paz y tranquilidad y no en el pasado rabioso y triste?
Sin el perdón y el olvido no existe el futuro. Creo que son la base del proceso de restablecimiento. Solíamos decir en muchas ocasiones: "¡Empecemos de nuevo!" Se debe castigar a los criminales para que la gente no se sienta culpable. Pero la mayor carga: poder olvidar, se queda solo para las víctimas. A ellas debemos ayudar para que se liberen del dolor y la rabia y para que puedan vivir juntos en un futuro feliz.  
Mostar, Abril de 1994

(Texto escrito, tras la guerra de la antigua Yugoslavia, por una psiquiatra de Mostar y que iba a ser leído en una reunión que, entre psiquiatras de ambos bandos, organizó “Médicos del Mundo” dos meses después del alto el fuego. La reunión al final no pudo celebrarse al ser suspendida en el último momento por las autoridades bosnio-croatas. El texto fue publicado por Domingo Díaz del Peral (et al.) en “Mostar, ciudad de la luz, ciudad de las tinieblas” Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. 1995, 15 (52), pp 121-123)

domingo, 16 de octubre de 2011

Profiling: El análisis psicológico de la conducta criminal

La comprensión de la conducta delictiva siempre ha resultado algo de gran interés para las personas, tanto desde un punto de vista judicial o policial como desde planteamientos sociales. Así, vemos como el análisis del comportamiento criminal no solo está captando el interés de la literatura y el cine, sino que también se está trasladando al público en general. Pero, como suele ser habitual, los ejemplos que podemos ver en las películas o en las series de televisión son bastante confusos e imprecisos.
La técnica de análisis criminal conocida como “ofender profiling” o “perfilamiento  criminal”, es básicamente una herramienta de investigación elaborada desde principios derivados de las ciencias de la conducta y cuya finalidad es la realización de un perfil psicológico del criminal partiendo del estudio de la forma en que el delito ha sido cometido. Se trata de una disciplina de reciente aparición y, como tal, tiene los problemas característicos de esta circunstancia, es decir, adolecer de una metodología claramente establecida, no disponer en muchos casos de una base teórica suficiente, y sentirse constantemente a prueba.
Cuando hablamos de realizar un “perfil psicológico” no podemos mantener el objetivo de hacer una descripción completa del delincuente. Este objetivo sería poco realista y nos llevaría con seguridad al fracaso. Más bien, se trata de hacer algo parecido a lo que se consigue cuando se hace un retrato robot, es decir, concretar aquellas características esenciales del agresor que nos servirán para elegir dónde y qué buscar. En la mayoría de las ocasiones será más útil para excluir hipótesis que para incluirlas.
Un acto delictivo no deja de ser una manifestación de conducta, desviada de la norma, pero conducta al fin y al cabo, por lo que la tarea del profiler no es más que el estudio de un episodio concreto de conducta humana. Resulta obvio que ésta es, por definición, una tarea propia del área de conocimiento de la Psicología.
Este profesional, por tanto, debe tener una amplia formación en Psicología y, a ser posible, experiencia como investigador criminal. Ser capaz de abordar cualquier escenario sin prejuicios, actuar en muchos casos como elemento de enlace entre diversos elementos de un equipo, disponer de un amplio acervo cultural que le permita encontrar significado a conductas poco usuales de carácter sexual, religioso, etc., y, finalmente, tener la capacidad comunicativa necesaria para transmitir todo esto tanto a los equipos policiales como a los tribunales de justicia.
Tradicionalmente se han venido realizando dos tipos de aproximaciones al estudio de la conducta criminal, una de ellas, desde el ámbito policial, iniciada por agentes del FBI en EEUU, y otra, desde instancias académicas entre las que destaca el trabajo del profesor David Canter de la Universidad de Liverpool (Inglaterra).
El profiling policial se caracteriza por constituir un marco basado primordialmente en la experiencia acumulada por un grupo reducido de agentes del FBI. Estos agentes han participado en numerosas investigaciones, constatando como diversos crímenes mantienen una serie de elementos en común y, además, son capaces de clasificar ese tipo de coincidencias como resultado de un proceso conductual similar desarrollado por los autores de esos actos delictivos. Desde este modelo se desarrolla una clasificación dicotómica entre lo que ellos denominan delincuente organizado (psicopático) y desorganizado (psicótico), y se describen qué indicios conductuales pueden encontrarse en la escena del crimen según el subtipo al que pertenezca el agresor.
Por su parte, Canter señala, refiriéndose a esta visión del profiling, que el hallazgo más importante llevado a cabo por la Unidad de Ciencias de la Conducta del FBI, es establecer que existe un patrón conductual, un molde en el que se inscriben las acciones de los criminales violentos y que en algunos casos esto es suficiente para descubrirlos, aunque también señala, como aspecto negativo, que a pesar de que realicen un gran trabajo recopilador de datos, nunca llegan a plantear o elaborar una teoría o guía sobre cómo realizar un “perfil criminal”.
Desde el modelo británico no se pide al experto que busque en su experiencia anterior elementos coincidentes con el caso actual, sino que en base a sus conocimientos sobre Psicología intente realizar un análisis de los hechos y que, como hipótesis, desarrolle un patrón psicológico descriptivo de los posibles autores.
En este modelo subyace la idea de que el comportamiento criminal no difiere sustancialmente en cuanto a sus características conductuales de cualquier otro desarrollado por una misma persona, constituyendo su elemento diferenciador el transgredir la norma jurídica.
En resumen, podemos decir que la aproximación policial pretende “inducir” en un caso concreto los conocimientos adquiridos en la experiencia profesional. Para esto utiliza un método de razonamiento inductivo que se basa en la comparación de los datos de un caso con los de hechos delictivos previos mediante la utilización de técnicas de procesamiento estadístico.
La perspectiva psicológica pretende deducir un caso concreto utilizando los conocimientos científicos que se poseen, aunque éstos no tienen que haber sido adquiridos directamente en el campo criminal. El método de razonamiento deductivo se centra en los patrones de conducta del delincuente particular utilizando como referente el conjunto de conocimientos científicos sobre la conducta humana.
La realización de perfiles criminales mediante el procedimiento inductivo es una forma económica de producción. Una vez que se dispone de una base suficientemente amplia, se confecciona un protocolo de recogida de datos que permite realizar un proceso comparativo para clasificar el caso en base a su similitud con casos anteriores.
La mayor desventaja de esta forma de realizar perfiles tiene que ver con el hecho de estar basada en generalizaciones de datos procedentes de poblaciones limitadas y no estar específicamente relacionada con ningún caso. La variedad de datos de que se dispone proviene sólo de los delincuentes conocidos y aprehendidos, lo que puede dar lugar a una serie de errores al suponer que los ofensores del pasado son culturalmente iguales que los actuales y que les influye el mismo medio ambiente. Se intenta predecir la conducta humana desde muestras muy pequeñas y no se valoran los posibles cambios en motivación y conducta a través del tiempo.
En el caso del procedimiento deductivo se realiza un análisis independiente de cada caso mediante el que pretenden extraerse conclusiones relativas al mismo. El proceso está condicionado por los conocimientos científicos y culturales de la persona que realiza el análisis, así como su actitud crítica.
Las fuentes de datos serán las evidencias halladas en la escena del crimen, el resultado de los análisis forenses, las declaraciones de la víctima y cualquier otro indicio o dato accesible que provenga de una fuente que ofrezca garantías y, por supuesto, que guarde relación directa con el caso.
El profiler que utiliza este sistema mantiene una serie de asunciones: Ningún agresor actúa sin motivación. Cada agresor individual debe investigarse como si una única conducta y motivación existiese. Diferentes agresores exhiben la misma o similares conductas por razones completamente diferentes. Dada la naturaleza de la conducta humana, la interacción y las influencias ambientales, dos casos nunca son iguales debido a que la conducta humana se desarrolla de una forma única, en un momento histórico concreto y en respuesta a factores biológicos y ambientales concretos. El modus operandi del criminal puede evolucionar con el tiempo, bien por un aumento de su sofisticación o, simplemente, para adaptarse a nuevas circunstancias.
Javier Gómez Segura, 2007