viernes, 30 de septiembre de 2011

Los perjuicios de la perversión moral.

A lo largo de la vida, mantenemos relaciones estimulantes que nos incitan a dar lo mejor de nosotros mismos, pero también mantenemos relaciones que nos desgastan y que pueden terminar por destrozarnos. Mediante un proceso de acoso moral, o de maltrato psicológico, un individuo puede conseguir hacer pedazos a otro. El ensañamiento puede conducir incluso a un verdadero asesinato psíquico. Todos hemos sido testigos de ataques perversos en uno u otro nivel, ya sea en la pareja, en la familia, en la empresa, o en la vida política y social. Sin embargo, parece como si nuestra sociedad no percibiera esta forma de violencia indirecta. Con el pretexto de la tolerancia, nos volvemos indulgentes (…….) Efectivamente, por medio de palabras aparentemente anodinas, de alusiones, de insinuaciones o de cosas que no se dicen, es posible desestabilizar a alguien, o incluso destruirlo, sin que su círculo de allegados llegue a intervenir.
El o los agresores pueden así engrandecerse a costa de rebajar a los demás, y evitar cualquier conflicto interior o cualquier estado de ánimo al descargar sobre el otro la responsabilidad de lo que no funciona: “¡No soy yo, sino el otro, el responsable del problema!”. Si no hay culpa no hay sufrimiento. Aquí se trata de perversidad en el sentido de perversión moral.
Cada uno de nosotros puede utilizar puntualmente un proceso perverso. Éste sólo se vuelve destructor con la frecuencia y la repetición a lo largo del tiempo. Todo individuo “normalmente neurótico” presenta comportamientos perversos en determinados momentos –por ejemplo, en un momento de rabia-, pero también es capaz de pasar a otros registros de comportamiento (histérico, fóbico, obsesivo…), y sus movimientos perversos dan lugar a un cuestionamiento posterior. Un individuo perverso, en cambio, es permanentemente perverso; se encuentra fijado a este modo de relación con el otro y no se pone a sí mismo en tela de juicio en ningún momento. Aun cuando su perversidad pase desapercibida durante un tiempo, se expresará en cada situación en la que tenga que comprometerse y reconocer su parte de responsabilidad, pues le resulta imposible cuestionarse a sí mismo. Estos individuos sólo pueden existir si “desmontan” a alguien: necesitan rebajar a los otros para adquirir una buena autoestima y, mediante ésta, adquirir el poder, pues están ávidos de admiración y de aprobación. No tienen compasión ni respeto por los demás, puesto que su relación con ellos no les afecta. Respetar al otro supondría considerarlo en tanto que ser humano y reconocer el sufrimiento que se le inflige.
La perversión fascina, seduce y da miedo. A veces envidiamos a los individuos perversos, pues imaginamos que son portadores de una fuerza superior que les permite ser siempre ganadores. Efectivamente, saben manipular de un modo natural, lo cual parece una buena baza en el mundo de los negocios o de la política. También los tememos, pues sabemos instintivamente que es mejor estar con ellos que contra ellos. Es la ley del más fuerte. El más admirado es aquel que sabe disfrutar más y sufrir menos. En cualquier caso, prestamos poca atención a sus víctimas, que pasan por ser débiles o poco listas, y, con el pretexto de respetar la libertad del otro, podemos vernos conducidos a no percibir ciertas situaciones graves. En efecto, una manera actual de entender la tolerancia consiste en abstenerse de intervenir en las acciones y en las opiniones de otras personas aun cuando estas opiniones o acciones nos parezcan desagradables o incluso moralmente reprensibles. Manifestamos asimismo una indulgencia inaudita en relación con las mentiras y las manipulaciones que llevan a cabo los hombres poderosos. El fin justifica los medios. Pero, ¿hasta qué punto es esto aceptable? ¿No corremos con ello el riesgo de erigirnos en cómplices, por indiferencia, y de perder nuestros límites o nuestros principios? La tolerancia pasa necesariamente por la instauración de unos límites claramente definidos. Ahora bien, este tipo de agresión consiste precisamente en una intrusión en el territorio psíquico del otro. El contexto sociocultural actual permite que la perversión se desarrolle porque la tolera. Nuestra época rechaza el establecimiento de normas. Nombrar la manipulación perversa supone establecer un límite, lo que se identifica con una intención de censura. Hemos perdido los límites morales o religiosos que constituían una especie de código de civismo y que podían hacernos decir: “¡Eso no se hace!”. Sólo nos volvemos a encontrar con nuestra capacidad de indignarnos cuando los hechos aparecen en la escena pública, presentados y amplificados por los medios de comunicación. El poder no establece un marco de acción y elude sus responsabilidades al respecto de las gentes a las que supuestamente dirige o ayuda.
Los mismos psiquiatras se muestran dubitativos a la hora de nombrar la perversión, y sólo lo hacen para expresar su incapacidad de intervenir, o bien para mostrar su curiosidad ante la habilidad del manipulador. Algunos de ellos discuten la misma definición de perversión moral y prefieren hablar de psicopatía, un vasto desván en el que tienden a acumular todo lo que no saben curar. La perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás como a seres humanos. Algunos de estos perversos cometen actos delictivos, por los que se los juzga, pero la mayoría de ellos usa su encanto y sus facultades de adaptación para abrirse camino en la sociedad dejando tras de sí personas heridas y vidas devastadas (Marie-France Hirigoyen. El acoso moral, 1998)

viernes, 23 de septiembre de 2011

Normas, desarrollo moral y la ética del cuidado.

Todo grupo social crea normas. Una de las características inherentes a la noción de grupos es esa: la generación de una normatividad que regule las relaciones entre sus miembros, ajustándose a unos valores que forman parte de la ideología del grupo. De esta manera el grupo asegura su continuidad, pues de la coercitividad externa de sus normas y de la internalización que de ellas tengan sus miembros dependerá la consolidación del grupo, a la vez que se garantizará cierta seguridad y bienestar para sus miembros.
En este sentido se puede hablar de los patrones culturales en los que es socializado el individuo y que, al ser seguidos por éste, hacen de él una persona adaptada. Podemos decir que cuando un sujeto está bien adaptado al grupo es cuando logra la internalización de la norma de manera que ésta pasa a formar parte de su arsenal de actitudes y valores.
Este proceso de aprendizaje de la norma ha sido un objeto de estudio preferente por parte de la Psicología Evolutiva. Los primeros psicólogos que se interesaron en este punto recibieron la influencia de filósofos, sociólogos y pedagogos modernos como John Dewey (1916 - 1972) o Emile Durheim (1922 - 1972), quienes buscaban definir qué era lo moral; cómo era posible concebir la autonomía; a partir de qué presupuestos era posible explicar el mundo de los valores y cómo era posible una educación moral en el contexto de las sociedades democráticas y laicas que estaban emergiendo.

Jean Piaget (1932 - 1983) ha sido uno de los pioneros en el estudio del desarrollo del pensamiento y del razonamiento lógico. Uno de los objetos de investigación de Piaget fue el estudio del desarrollo del juicio moral condensado en su obra “El criterio moral del niño”.
Desde el punto de vista de la práctica de las reglas Piaget distinguió cuatro estadios, los cuales no se dan en un continuo lineal, sino que cada uno puede darse con ciertas oscilaciones:
  • Un primer estadio es motor o individual, en donde el niño establece esquemas más o menos ritualizados, los cuales al ser obra de un solo individuo, no pueden provocar sumisión a algo superior al “yo”, sumisión que caracteriza la aparición de las reglas. El juego es individualizado, sólo hay reglas motrices y no existen aún reglas colectivas propiamente dichas. 
  • El segundo estadio es el egocéntrico, donde se da una primacía de la realidad psíquica interna y una indiferenciación entre el mundo exterior y el “yo”. Se da entre los dos y cinco años. Se inicia cuando el niño recibe del exterior el ejemplo de las reglas, el niño juega bien solo o bien con otros niños, pero sin preocuparse por dominar sobre ellos, de modo que pueden ganar todos. Esta conducta mixta es la que caracteriza este egocentrismo: de un lado el niño siente la necesidad de jugar como los demás, pero de otra parte no busca utilizar sus adquisiciones sino para sí mismo.
  • Entre los siete u ocho años se desarrolla la necesidad de un acuerdo mutuo en el juego. Aparece el tercer estadio de la cooperación, donde cada jugador busca dominar a sus vecinos, para ello intenta controlarlos y unificar las reglas, es decir se busca luchar por ganar, pero observando reglas comunes. 
  • Finalmente, establece un cuarto estadio de la codificación de las reglas, entre los 10 y 12 años, donde el juego es regulado de manera exhaustiva y las reglas son respetadas sin excepciones. Los niños además de entenderse y cooperar, poseen un código, desde el cual discuten creando, también, una jurisprudencia, de tal manera que pueden legislar el conjunto de casos posibles. Los niños han conseguido razonar formalmente, han adquirido conciencia de las reglas por lo cual pueden generalizarlas a cualquier caso. El interés predominante es por la regla como tal.
Desde el punto de vista de la conciencia de la regla señala tres fases:
  • En la primera fase la regla aún no es coercitiva. Esto puede obedecer a dos razones, a que la regla es puramente motriz o al seguimiento inconsciente de ésta regla. El juego busca satisfacer sus intereses motores o su fantasía simbolista. La conciencia de la regla consiste, en este momento, en rituales individuales.
  • En la segunda fase el niño, por imitación o por intercambio verbal, empieza a desear jugar de acuerdo a unas reglas que recibe del exterior. La regla es concebida como sagrada, intangible, su origen es adulto y su esencia eterna, de tal manera que todo intento por modificarla es visto por el niño como una falta. Este carácter sagrado de la regla se explica por el hecho de que las reglas participan de la autoridad paterna, por lo que el niño tiene hacia ellas un respeto místico.
  • A partir de la segunda mitad del estadio de la cooperación y durante todo el estadio de la codificación de las reglas (desde el punto de vista de la práctica de la regla) aparece una tercera fase de la conciencia de la regla; ésta se concibe como una ley que obedece al mutuo consentimiento, su respeto es obligatorio pero es posible su modificación con el acuerdo de la colectividad. La regla del juego se presenta al niño ya no como una ley exterior impuesta por el adulto y por lo tanto sagrada, sino como efecto de una decisión libre. La heteronomía se ha transformado en autonomía.
Lawrence Kohlberg (1927 - 1987), partiendo de los trabajos de Piaget, realiza su primera aproximación cognitivo evolutiva al estudio del desarrollo moral con ocasión de su tesis doctoral en el año 1958. Está interesado en explorar cómo continúa desarrollándose la autonomía en el juicio moral de los niños hasta la adolescencia y la edad adulta.
Para realizar su investigación diseñó una serie de dilemas morales hipotéticos que presentaba a su muestra (niños entre 10 y 16 años). El método pretendía diferenciar los tipos heterónomos y autónomos de Piaget y medir el desarrollo de la autonomía moral, pero tras el análisis de los datos obtenidos vio con claridad que los dos tipos propuestos por Piaget no eran suficientes para clasificar y categorizar todos los tipos de razonamiento moral que aparecieron en las respuestas de los niños. Así que definió tres niveles en el desarrollo moral, cada uno de los cuales está relacionado con la edad. Estos niveles son:
Nivel I: Moralidad Preconvencional (de los 4 a los 10 años)
El énfasis en este nivel está en el control externo. Los niños observan los patrones de otros ya sea para evitar el castigo o para obtener recompensas. En este nivel el niño responde a las reglas culturales y a las etiquetas de bueno y malo, correcto o equivocado, pero interpreta estas etiquetas ya sea en términos de las consecuencias hedonísticas o físicas de la acción (castigo, recompensa, intercambio de favores) o en términos del poder físico de quienes enuncian las reglas y etiquetas. El nivel se divide en las siguientes dos etapas:

  • Etapa 1. La orientación de obediencia por castigo: Las consecuencias físicas de una acción determinan la bondad o maldad de esta, sin considerar el significado humano o el valor de sus consecuencias. La evitación del castigo y el respeto incuestionable al poder son valiosos por sí mismos, es decir, las personas obedecen las reglas para evitar el castigo. El que una acción sea buena o mala viene determinado por sus propias consecuencias físicas.
  • Etapa 2. La orientación instrumental−relativista u orientación por el premio personal: La acción correcta consiste en aquello que instrumentalmente satisface las propias necesidades y, ocasionalmente, las necesidades de los otros. Las relaciones humanas son vistas en términos mercantilistas. Los elementos de igualdad, de reciprocidad y del mutuo compartir están presentes, pero siempre son interpretados en una forma práctica. La reciprocidad es un asunto de “me das y te doy” no de lealtad, gratitud o justicia. Se devuelven favores a partir del intercambio: “si te ayudo, me ayudarás”.
Nivel II: Moralidad de conformidad con el papel convencional (de los 10 a los 13 años)
Los niños ahora quieren agradar a otras personas. Todavía observan los patrones de otros pero los van interiorizando en cierta medida. Ahora quieren ser considerados buenos por aquella gente cuya opinión es importante para ellos. Son capaces de asumir los papeles de figuras de autoridad lo suficientemente bien como para decidir si una acción es buena según sus patrones. Con lo cual, tienen en cuenta las expectativas de la sociedad y sus leyes sobre un dilema moral.
  • Etapa 3. La orientación de concordancia interpersonal o de niño bueno-niña buena: El buen comportamiento es aquél que complace o ayuda a otros y es aprobado por ellos. Hay mucha conformidad a imágenes estereotipadas de lo que es un comportamiento natural o mayoritario. La conducta es frecuentemente juzgada por la intención (tiene una buena intención). Esta variable se convierte en relevante por primera vez.
  • Etapa 4. La orientación de ley y orden: Hay una orientación hacia la autoridad, las reglas fijas y el mantenimiento del orden social. El comportamiento correcto consiste en hacer el propio deber, mostrar respeto por la autoridad, y mantener un orden social que se justifica en sí mismo. Al decidir el castigo para una mala actuación, las leyes son absolutas. En todos los casos, debe respetarse la autoridad y el orden social establecido.
Nivel III: Moralidad de los principios morales autónomos (de los 13 años en adelante)
En este nivel se llega a la verdadera moralidad. Por primera vez, la persona reconoce la posibilidad de un conflicto entre dos patrones aceptados socialmente y la necesidad de tener que decidir entre ellos. El control de la conducta es interno tanto en los patrones observados como en el razonamiento acerca de lo correcto y lo incorrecto. Los juicios están basados en lo abstracto y por principios personales que no necesariamente están definidos por las leyes de la sociedad.
  • Etapa 5. La orientación legalística o de contrato social: Generalmente tiene tonalidades utilitaristas. La acción correcta tiende a ser definida en términos de los derechos generales del individuo, y de los estándares que han sido críticamente examinados y acordados por la sociedad. Hay una clara conciencia del relativismo de los valores y las opiniones personales, y un énfasis correspondiente hacia los procedimientos y reglas para llegar al consenso. Aparte de lo que es democráticamente acordado, lo correcto es un asunto de valores y opiniones personales. El resultado es una primacía del punto de vista legal, pero con un énfasis sobre la posibilidad de cambiar la ley en términos de consideraciones racionales de utilidad social (más que congelarse como ocurría en la Etapa 4). Fuera del ámbito legal, el contrato libremente acordado, es cumplido como obligatorio.
  • Etapa 6. La orientación de principios éticos universales: Lo correcto viene definido por la decisión de la conciencia de acuerdo con principios elegidos personalmente. Estos principios son abstractos y éticos, no son reglas morales concretas dictadas desde el exterior. La etapa 6 supone la comprensión de los principios universales de justicia, de reciprocidad, de igualdad de derechos humanos, o de respeto por la dignidad de las personas. Lo que es bueno y conforme a derecho, es cuestión de conciencia individual, e involucra los conceptos abstractos de justicia, dignidad humana e igualdad. En esta fase, las personas creen que hay puntos de vista que son universales en los que todas las sociedades deben estar de acuerdo. Según el propio Kohlberg no todos los adultos llegan a este nivel de desarrollo moral, siendo frecuente que se puedan quedar en las Etapas 4 y 5.
El modelo de Kohlberg ha sido bastante criticado por su relativismo moral. Kohlberg basa todo su modelo en el principio de justicia, caracterizado por su universalismo, prescriptivismo (determinación de lo que se ha de hacer) y autonomía. Pero para otros autores otros principios pueden ser igualmente relevantes a la hora de hablar de lo moral, por ejemplo, los de utilidad, la compasión o el amor responsable... que ignora Kohlberg.
Así se han observado importantes problemas a la hora de extender la validez del modelo en situaciones de transculturalidad o cuando se tienen en cuenta grupos femeninos. Aunque algunos estudios de razonamiento moral en la edad adulta han demostrado que los hombres tienden a obtener más puntuación que las mujeres en las tareas de Kohlberg, otros investigadores han discutido que esta diferencia se deba al nivel educativo u ocupacional alto de los hombres.

Críticos, como Carol Gilligan (1936 - ), sostienen que las mujeres definen la moralidad de manera diferente a como la definen los hombres y basan sus decisiones morales en hechos diferentes.
Carol Gilligan ha sido asistente e investigadora del equipo de Kohlberg, enfocando sus trabajos hacia el estudio del desarrollo moral en mujeres. A partir de estos ha consolidado una crítica y un importante complemento a las teorías morales desarrolladas por Freud, Piaget, Erikson y Kohlberg.
Para Gilligan las mujeres ven la moralidad no en términos abstractos de justicia e imparcialidad, sino en términos específicos de egoísmo versus responsabilidad; como una obligación de poner en práctica el cariño y evitar herir a otras personas. Con el título “In a Different Voice: Psychological theory and women’s development” ha publicado sus críticas en 1982. Su principal tesis es que las mujeres y los hombres tienen diferentes tendencias psicológicas y morales, lo que ocurre es que la tradición de la teoría moral excluye y devalúa la experiencia específica que las mujeres tienen de la vida moral, más particularista y afectiva.
Es un hecho que existen diferencias en las pautas de crianza, en las relaciones con el padre y la madre, o en los procesos de individuación en hombres y mujeres a lo largo del ciclo vital. Sin embargo, esto no quiere decir que uno sea mejor que otro, que el caso masculino sea el modelo o patrón del desarrollo, o que el caso femenino sea la excepción o la desviación de las tendencias predominantes.

Su modelo, denominado de la Ética del Cuidado, se diferencia fundamentalmente de los modelos de Piaget y Kohlberg en la consideración de que las mujeres reconocen como problemas morales aquellos que emergen de responsabilidades en conflicto; no de las competencias entre derechos. Así la resolución de los conflictos implica un modo de pensar contextual y narrativo, no uno formal y abstracto que es el característico masculino.
Mientras una moral basada en derechos hace énfasis en la separación entre personas, en la moral basada en la responsabilidad es clara la importancia que se da a la conexión, a la consideración del individuo y la relación con otros como partes fundamentales dentro del juicio moral.
La ética masculina de la justicia se basa en el presupuesto de la igualdad de trato para todos. La ética femenina del cuidado se basa en la premisa de la no violencia, de no dañar a nadie, que nadie esté desatendido. Esta concepción de responsabilidad, a diferencia de una de principios que buscaría la resolución justa e imparcial de los conflictos, reconoce las limitaciones de cualquier resolución particular. Lo que las mujeres tratan de evitar en sus juicios es el descuido y la indiferencia hacia alguna de las partes.
Aplicando a niños y niñas dilemas hipotéticos, de los utilizados por Kohlberg (un hombre necesita un medicamento para salvar a su mujer y el farmacéutico no se lo quiere dar porque no tiene dinero), Gilligan descubrió diferencias relevantes: los niños consideran los dilemas morales como problemas de matemáticas con seres humanos, como una ecuación que demanda solución, mientras que el razonamiento de las niñas se centra más en las relaciones existentes entre los personajes del dilema. Buscan ante todo proteger las relaciones fundamentales, apreciando que el mundo está constituido por relaciones, no por personas aisladas, cuya coherencia procede no de un sistema de reglas sino de conexiones humanas.
Así los acuerdos dentro de un conflicto se elaboran de manera diferente. Para los niños proceden de sistemas de lógica y de ley, para las niñas se generan a partir de una comunicación basada en las relaciones, lo que manifiesta una manera de razonar que después se conservará en los adultos: mientras que las mujeres buscan cambiar las reglas para hacer viable la vida en comunidad, los hombres, aferrados a las reglas suponen que las relaciones son las que deben cambiar.
Para Kohlberg el razonamiento de las niñas se ubicaría en los Estadios 2 y 3, evidenciando en ellas una incapacidad para pensar sistemáticamente acerca de los conceptos de moral o de ley, una renuencia a desafiar la autoridad o a examinar la lógica de las verdades morales recibidas.
Pero la lectura de Gilligan es muy diferente: para ella esto simplemente señala un mundo de relaciones, dentro de la perspectiva femenina, que no es tenido en cuenta desde la moral masculina, y en el que se otorga una mayor relevancia a la responsabilidad con los otros como valor ético. La moral en las niñas se entiende desde el reconocimiento de las relaciones y el valor de la comunicación. Todos estos elementos son los que caracterizan una ética del cuidado mutuo, cuya principal virtud es su carácter restaurador, protegiendo un sistema de relaciones sociales que es vital para todos los actores involucrados en el conflicto.
Este aporte de Gilligan es valioso en la medida en que ha cuestionado los análisis estructurales de lo moral. Los juicios morales han de vincular elementos contextuales, referencias a las identidades particulares y a las relaciones entre individuos.
Javier Gómez Segura, 2011

miércoles, 21 de septiembre de 2011

A menudo nos dicen que la venganza nos embrutece y el perdón nos purifica. Pero también puede darse el fenómeno contrario.

Hace tiempo estuve  hablando con un rabino sobre el perdón en el caso del holocausto y me comentaba: “el que sea misericordioso con el cruel sentirá indiferencia por el inocente”. Entendía, por tanto, que el perdón demasiado generoso puede hacer insensible a quien lo concede. Aunque añadía: “el perdón no condona o excusa, permite la redención, hace borrón y cuenta nueva, nos estimula para comenzar de nuevo”.
“Te perdono –solemos decir a los niños que ensucian la alfombra-, pero no vuelvas a hacerlo”. La próxima vez dejarán fuera las botas embarradas. El perdón, maestro eficiente, con su cualidad extensiva se lo habrá enseñado. Y mientras tanto las manchas ya se habrán lavado.
Pero el asesinato es irreparable. En el asesinato no existe una próxima vez. Aunque el perdón nos disuade de perpetrar una nueva serie de asesinatos, ¿puede hacer que regresen los muertos a la vida?
Se podrá objetar que si el perdón no puede lavar un asesinato, tampoco lo puede hacer la venganza, ya que esta compensa el mal con otro mal, añadiendo de este modo una nueva desgracia al mundo.
La venganza no puede compensar, reparar o equilibrar. Lo que llamamos venganza no es más que el acto de extender un mal sin tratar de reparar el anterior.
El perdón es una actitud personal y reflexiva del ser humano, pero también tiene una versión pública, que es su conocimiento por parte ya no sólo del perdonado sino también de un sector de la sociedad, que de una manera u otra participa en el crimen como cómplice anónimo.
La manifestación pública de este perdón es la reconciliación. Para llegar a esta reconciliación se necesita un proceso más largo y complejo, especialmente en un caso como puede ser el terrorismo. La reconciliación supone varias etapas: arrepentimiento, contrición, aceptación de la responsabilidad, curación y, finalmente, reunión. Esta reconciliación no se puede hacer de un día para otro. Todas estas etapas requieren un proceso largo de siembra y recolección.
Un primer e importante paso es sembrar la simiente de la reconciliación; con el paso del tiempo esta simiente será abonada y comenzará a crecer hasta que nos muestre su flor, que, finalmente, acabará convirtiéndose en fruto. Es un proceso largo, complejo, pero con generosidad puede llegar a convertirse en una evolución natural.
Éstos son algunos de los sentimientos que manifiestan las víctimas del terrorismo. Hablar de perdón siempre es muy difícil y más cuando se habla de un perdón ajeno. En mis conversaciones mucha gente me dice que el perdón de un asesinato es algo imposible porque el único que puede perdonar está muerto. Pero el difunto no es la única víctima; son también víctimas de esta violencia las viudas, los huérfanos, todos los que le lloran, y éstos sí pueden conceder el perdón, y ante ellos el criminal asesino deberá arrepentirse (Ana María Vidal-Abarca. Perdones difíciles, 1999).

lunes, 19 de septiembre de 2011

A mayor información, mejor percepción de riesgos (Javier Buster)


La comunicación de riesgos a la población permite tranquilizar a muchos ciudadanos y colectivos, dar confianza y ganar credibilidad. De ahí la importancia de la comunicación en la gestión de crisis y emergencias. No sólo de cara al exterior sino también entre los propios intervinientes. Cualquier fallo se magnifica cuando falla la comunicación.

La población no pretende el "riesgo cero". Las personas normales asumen riesgos todos los días. Lo que la gente no entiende es la improvisación, la falta de preparación o las actuaciones incompetentes.

El desafío para cualquier responsable de comunicación es lograr la confianza y la credibilidad. Ocurre en muchas ocasiones que, aún habiendo hecho el trabajo bien, desde la opinión pública se cree que éste ha sido mal realizado. Y es que en la gestión de crisis nos encontramos con que en la mayoría de los gestores, habitualmente políticos y altos funcionarios, hay una importante falta de cultura comunicacional.

El mundo ha cambiado mucho en las últimas décadas. El ciudadano ha perdido la confianza en los poderes públicos, en los políticos, en las empresas, en los medios de comunicación. Además, está internet, que no tiene credibilidad pero cada vez tiene más capacidad para distribuir la información sin tantos intermediarios, sobre todo a través de las redes sociales digitales.

Esto tiene importantes conscuencias para los políticos y gestores en general: la percepción de desconfianza, el desarrollo de actitudes persecutorias, la falta de cultura de diálogo, la falta de metodología para gestionar los riesgos y las crisis, y la inhabilidad a la hora de relacionarse con los medios.

Pero lo cierto es que estos medios juegan un papel fundamental en el manejo de las crisis. La incertidumbre es una de la principales fuentes de estrés (recuérdese, por ejemplo el desastre de Seveso) por lo que la gestión de la información es esencial.

Cuando se organiza bien la comunicación la ciudadanía entiende, cree y confía. La comunicación es tan fundamental en la prevención de riesgos que cualquier decisión política tiene que considerar la percepción de riesgos que existe en la población.

¿Conocemos nuestros riesgos? ¿Los controlamos? ¿Los contamos? Con una antigua actitud paternalista se ocultan, no se comunican a la población. Pero lo más correcto es hacerlos públicos para inmediatamente después decir lo que estamos haciendo para solucionar el problema, y cuál es el papel de la ciudadanía dentro de esta solución. Los riesgos son muchos pero hay que conocerlos y comunicarlos para poder educar a la ciudadanía.

Suelen existir graves lagunas en las políticas de comunicación de las organizaciones encargadas de la gestión de crisis. Desconocemos la percepción del riesgo que tienen las audiencias. Desconocemos el papel de los medios de comunicación en cada localidad. ¿Estamos preparados para comunicar en situaciones de crisis? ¿Disponemos de la estructura necesaria? ¿Y de equipos entrenados?

El concepto de seguridad integrada es importante. Todos formamos parte de la seguridad, cada uno desde su posión y función. Sin embargo los temas de comunicación parece que no interesan a los gestores de crisis, se limitan a delegarlos en algún responsable de turno para no prestar más atención a este asunto. No se planifica a largo plazo, no hay una planificación estratégica y las relaciones con los medios suelen ser precarias. Los medios piensan que ocultamos información, mientras nosotros pensamos que ellos sólo buscan el morbo y la exclusiva. Muchas veces entendemos por comunicación un simple comunicado de prensa o un folleto, y ya está.

Pero no es suficiente. La comunicación es algo mucho más complejo. Es pedagogía, es entrenamiento, simulacros. Todos formamos parte de la organización, todos somos de alguna forma portavoces, nos guste o no. No podemos permitir que se oculte la información. La organización no puede desconocer a las audiencias e ignorar sus percepciones.

A menudo "el problema es el jefe". Hay que estar preparado para lo peor. Hay que saber hacer análisis de riesgos, análisis de percepciones, identificación de audiencias, manuales de procecimientos. No puede ser que los hospitales de una zona desconozcan los procedimientos de gestión de crisis de esa misma zona. Necesitamos manuales de procedimientos para evitar las improvisaciones, especialmente las improvisaciones de los políticos.

Necesitamos formación, simulacros y planes de comunicación preventivos. No sólo para la comunicación con los medios, ellos ya no son los únicos participantes, también hay que tener previsto el contacto con las asociaciones, con la sociedad civil organizada, esto nos va a permitir llegar a la comunidad de una manera mucho más directa.

La gente tiene derecho a saber y eso también forma parte de la tarea a desarrollar en la gestión de las crisis (Notas tomadas durante el Seminario de Intervención Psicosocial en Emergencias y Catástrofes: Desarrollo de la Resiliencia. Celebrado en Madrid en febrero de 2010).



domingo, 18 de septiembre de 2011

Ante el triste poder de evocación de estos sitios, cada uno de nosotros, los sobrevivientes, se comporta de manera distinta, pero se distinguen dos grandes categorías

Volví a Auschwitz en 1965, con ocasión de una ceremonia conmemorativa de la liberación de los campos. Como señalé en mis libros, el imperio concentracionario de Auschwitz no estaba formado por un solo Lager, sino por unos cuarenta: el campo de Auschwitz propiamente dicho se alzaba en la periferia de la pequeña ciudad del mismo nombre (Óswiecim, en polaco), tenía capacidad para unos veinte mil prisioneros y, por así decir, era la capital administrativa del conjunto; además estaba el Lager (o más exactamente el grupo de Lager: de tres a cinco según la época) de Birkenau, que llegó a contener a sesenta mil prisioneros, de los cuales cuarenta mil eran mujeres y en los que funcionaban las cámaras de gas y los hornos crematorios; y finalmente un número continuamente variable de campos de trabajo, alejados de la “capital” hasta cientos de kilómetros: mi campo, llamado Monowitz, era el más grande de estos y había llegado a tener doce mil prisioneros. Estaba a unos siete kilómetros al este de Auschwitz. Toda esta zona se encuentra hoy en territorio polaco.
No me ha impresionado mucho visitar el campo central: el gobierno polaco lo ha transformado en una especie de monumento nacional, los barracones han sido limpiados y pintados, han plantado árboles, diseñado canteros. Hay un museo en el que se exponen miserables trofeos: toneladas de cabellos humanos, centenares de miles de gafas, peines, brochas de afeitar, muñecas, zapatos de niños; pero no deja de ser un museo, algo estático, ordenado, manipulado. El campo entero me pareció un museo. En cuanto a mi Lager, ya no existe: la fábrica de goma a la que estaba vinculado, hoy en manos polacas, ha crecido hasta ocupar todo el terreno.

He sentido una angustia violenta, en cambio, al entrar en el Lager de Birkenau, que nunca había visto como prisionero. Aquí nada cambió: había barro y sigue habiendo barro, o en verano un polvo que sofoca; los barracones (los que no fueron incendiados con el paso del frente) están tal cual, bajos, sucios, hechos de tablones mal ensamblados y con el suelo de tierra apisonada; no hay literas sino tableros de madera desnuda, hasta el techo.
Aquí nada ha sido embellecido. Venía conmigo una amiga, Giuliana Tedeschi, sobreviviente de Birkenau. Me hizo ver que sobre cada tablero de 1,80 por 2 dormían hasta nueve mujeres. Me hizo notar que por la ventanuca se ven las ruinas del crematorio; en esa época se veían llamas en la cúspide de la chimenea. Ella había preguntado a las veteranas: ¿Qué es ese fuego?, y le habían contestado: “somos nosotras, que nos quemamos”.
Ante el triste poder de evocación de estos sitios, cada uno de nosotros, los sobrevivientes, se comporta de manera distinta, pero se distinguen dos grandes categorías. Pertenecen a la primera categoría los que rehúsan regresar, o incluso hablar del tema; los que querrían olvidar pero no pueden, y viven atormentados por pesadillas; los que, al contrario, han olvidado, han extirpado todo y han vuelto a vivir a partir de cero. He notado que, en general, todos estos individuos fueron a parar al Lager “por desgracia”, es decir, sin un compromiso político preciso; para ellos el sufrimiento ha sido una experiencia traumática pero privada de significado y de enseñanza, como una calamidad o una enfermedad: el recuerdo es para ellos algo extraño, un cuerpo doloroso que se inmiscuyó en sus vidas, y han tratado (o aún tratan) de eliminarlo. La segunda categoría, en cambio, está constituida por los ex prisioneros “políticos”, o en todo caso con preparación política, o con una convicción religiosa, o con una fuerte conciencia moral. Para estos sobrevivientes recordar es un deber: estos no quieren olvidar, y sobre todo no quieren que el mundo olvide, porque han comprendido que su experiencia tenía sentido y que los Lager no fueron un accidente, un hecho imprevisto de la historia.
Los Lager nazis han sido la cima, la culminación del fascismo en Europa, su manifestación más monstruosa; pero el fascismo existía antes que Hitler y Mussolini, y ha sobrevivido, abierto o encubierto, a su derrota en la Segunda Guerra Mundial. En todo el mundo, en donde se empieza negando las libertades fundamentales del hombre y la igualdad entre los hombres, se va hacia el sistema concentracionario, y este es un camino en el que es difícil detenerse. Conozco muchos ex prisioneros que han comprendido bien la terrible lección implícita en su experiencia, y que cada año vuelven a “su” campo llevando de la mano peregrinajes de jóvenes: yo mismo lo haría de buen grado si el tiempo me lo permitiese y si no supiera que logro el mismo fin escribiendo libros y aceptando comentarlos ante los estudiantes (Primo Levi. Apéndice a la edición escolar de “Si esto es un hombre”, 1976).


jueves, 15 de septiembre de 2011

De cuando las víctimas aman y protegen a sus maltratadores (El Síndrome de Estocolmo)

Aunque la reacción de cada persona al ser cogido como rehén es única, puede ocurrir que se establezca un tipo de estado psicológico conocido como Síndrome de Estocolmo, que provoca los siguientes comportamientos:
  • Los rehenes empezarán a tener sentimientos positivos hacia sus secuestradores.
  • Los rehenes empezarán a tener sentimientos negativos hacia las autoridades.
  • Los secuestradores empezarán a desarrollar sentimientos positivos hacia sus rehenes.
El 23 de agosto de 1973, dos delincuentes armados con ametralladoras entraron en un banco de Estocolmo, Suecia. Blandiendo su arma, un hombre fugado de una prisión llamado Jan-Erik Olsson, anunció a los aterrados empleados del banco que "La fiesta acaba de empezar". Los dos atracadores tomaron cuatro rehenes, tres mujeres y un hombre. Durante las 131 horas siguientes los rehenes permanecieron atados con dinamita en una cámara acorazada del banco hasta que finalmente fueron rescatados el día 28 de agosto.
Tras su rescate, los rehenes mostraron una actitud curiosa, si tenemos en cuenta que los habían amenazado, maltratado y temieron por sus vidas durante unos 5 días. En sus entrevistas en la prensa fue evidente que apoyaban a los secuestradores y temían a los agentes de la ley que fueron en su rescate. Los rehenes habían llegado a pensar que los secuestradores estaban en realidad protegiéndoles de la policía. Una mujer mantuvo después una relación con uno de los criminales y otra creó un fondo de defensa legal para ayudar con los gastos de la defensa. Evidentemente, los rehenes habían creado un vínculo emocional con sus secuestradores.
El 4 de febrero de 1974 tuvo lugar en Berkeley (California) el secuestro de Patty Hearst, la nieta de William Randolph Hearst, multimillonario rey de la prensa estadounidense. Cuatro días más tarde, su familia recibe una comunicación firmada por el autodenominado grupo terrorista Ejército Simbiótico de Liberación (ESL), en la que se atribuía el secuestro. A manera de amenaza-advertencia, la imagen de una serpiente cobra con siete cabezas adornaba la carta.
Los captores acusaban a la familia Hearst de haber acumulado su riqueza robando al pueblo estadounidense, por lo que debía purgar esa culpa dando setenta dólares en alimentos a cada pobre de California, durante las siguientes cuatro semanas. El valor estimado de la exigencia se calculó, en ese entonces, en 133 millones de dólares. El 3 de abril, a los 58 días del secuestro, el planeta se conmocionó. Una emisora local recibió un casete con la declaración de rebeldía de Patricia: "Estoy libre, pero voluntariamente me he unido al Ejército Simbiótico de Liberación” . Se explicaba en el mensaje que la joven había adoptado como nombre de combate el de 'Tania', en homenaje a la guerrillera que acompañó al Che Guevara en su fatal misión en Bolivia.
Doce días más tarde, cuatro mujeres armadas y un hombre negro asaltaron el Banco Hibernia de San Francisco y se llevaron 10.960 dólares. Las cámaras de televisión del sistema de seguridad registraron todos los detalles. 'Tania' aparece amenazante con una ametralladora insultando a los cajeros. El 17 de mayo, a los 105 días del secuestro, la policía y el FBI localizaron la guarida del ESL en la que se hallaron los cadáveres calcinados de cuatro mujeres y dos hombres. Tomadas las impresiones dentales de los terroristas carbonizados, se concluyó que 'Tania' había escapado. La cadena de delitos en los que ésta se involucra continuará hasta su arresto, el 18 de septiembre de 1975. El Estado norteamericano gastó cinco millones de dólares en su persecución y en su juicio. Su familia, entre tanto, ya había gastado seis millones en alimentos y gastó otro tanto en el pago de los mejores siete abogados de la nación. Las ocho semanas del proceso concluyeron después de 12 horas de deliberaciones, con el fallo del jurado: "Es culpable", pero en febrero de 1979 el presidente Carter decreta el indulto para la última guerrillera sobreviviente del aniquilado ESL. La pesadilla de cinco años exactos terminó para los archimillonarios Hearst y para Patty.


Este estado psicológico de las víctimas en situaciones de secuestro se conoce como el "Síndrome de Estocolmo", término acuñado por el criminólogo Nils Bejerot poco después y a consecuencia de la publicidad que recibió el secuestro Sueco. Pero este vínculo emocional con los secuestradores es una historia que ya era familiar en psicología. Se había observado muchos años antes, encontrándose en estudios realizados con otros rehenes, prisioneros o víctimas de situaciones abusivas como:
  • Niños maltratados.
  • Mujeres maltratadas.
  • Prisioneros de guerra.
  • Miembros de sectas.
  • Víctimas de incesto.
  • Situaciones de secuestro criminal.
  • Prisioneros de campos de concentración.
  • Relaciones controladoras e intimidantes.
El desarrollo de este tipo de vínculo emocional de la víctima con el victimario es en realidad una estrategia de supervivencia. El síndrome de Estocolmo en situaciones de secuestro o abuso se conoce tan bien en estos tiempos que los negociadores de los cuerpos policiales no lo ven ya como inusual. De hecho, a menudo se promueve porque aumenta las oportunidades de supervivencia de los rehenes.  Por otro lado, implica que los rehenes que experimentan un síndrome de Estocolmo no cooperarán demasiado en el rescate o durante el proceso judicial. El personal policial ha reconocido desde hace tiempo este síndrome en mujeres maltratadas que se niegan a presentar cargos, pagan las fianzas de sus maridos o novios, e incluso atacan físicamente a los agentes de policía cuando llegan para rescatarlas de un ataque violento.
El Síndrome de Estocolmo puede también encontrarse en relaciones familiares, románticas o interpersonales. El maltratador puede ser un marido o esposa, novia o novio, padre o madre y cualquier otro rol en el que el maltratador esté en una posición de control o autoridad sobre la víctima.

Es importante entender los componentes del síndrome de Estocolmo relacionados con las relaciones abusivas y controladoras. Una vez que el síndrome se comprende, es más fácil entender por qué las víctimas apoyan, aman o incluso defienden a sus maltratadores. Siempre nos vamos a encontrar con varios de estos rasgos.
  • Sentimientos positivos de la víctima hacia el abusador/controlador.
  • Sentimientos negativos de la víctima hacia familiares, amigos, o autoridades que tratan de rescatarlos o apoyarlos en su liberación.
  • Apoyo a las conductas y sentimientos del abusador.
  • Sentimientos positivos del abusador hacia la víctima.
  • Conductas de apoyo de la víctima, a veces ayudando al abusador.
  • Incapacidad para llevar a cabo comportamientos que podrían ayudarla en su liberación o desapego.
Y, por supuesto, el síndrome no va a aparecer en todas las situaciones de secuestro o abuso. En su desarrollo van a estar implicados diversos factores como, por ejemplo, el tiempo de exposición de la víctima, o sus características previas de personalidad.
Se ha visto que cuatro situaciones o condiciones están presentes y sirven como base del desarrollo del síndrome de Estocolmo. Estas cuatro situaciones pueden encontrarse prácticamente siempre en casos de secuestro, maltrato severo y relaciones abusivas:
  • La percepción de una amenaza a la supervivencia física o psicológica y la creencia de que el abusador llevará a cabo la amenaza.
  • La percepción de cierta amabilidad del abusador hacia la víctima.
  • Ausencia de un punto de vista diferente al del abusador.
  • La percepción de la incapacidad de escapar de la situación.
Veamos cada una de estas situaciones:
La percepción de una amenaza a la supervivencia física o psicológica
La percepción de una amenaza puede generarse por métodos directos o indirectos. Las personas antisociales o criminales pueden hacer amenazas directas hacia la vida de su víctima, a la de sus amigos o familiares.

Indirectamente, el abusador/controlador puede amenazar sutílmente. Dando por supuesto que su víctima nunca podra tener otra pareja. Haciéndola creer que en el pasado hay gente que ha pagado caro el no haberse atenido a sus deseos. Las amenazas indirectas proceden también de las historias que cuenta: cómo se vengó de aquellos que lo han hecho enfadar en el pasado. Estas historias de venganza las cuenta para que la víctima sepa que la venganza es posible si se marcha.
Ser testigo de episodios de violencia o amenazas supone también otra forma de sentirse amenazado. Ser testigo de un estallido violento dirigido a un televisor, a otras personas en la carretera o una tercera persona nos envía el mensaje de que podemos ser el siguiente objetivo de un acto violento.
La percepción de "un pequeño gesto amabilidad"
En situaciones de amenaza y supervivencia, buscamos evidencias de esperanza, un pequeño signo de que la situación puede mejorar. Cuando el abusador/controlador muestra a la víctima cierto grado de amabilidad, la víctima lo interpreta como un rasgo positivo del secuestrador. En situaciones de secuestro criminal o de guerra, a menudo es suficiente con dejar a la víctima vivir. Conductas nimias como dejarlos que vayan al lavabo o proporcionarles agua y alimentos son suficientes para fortalecer el Síndrome de Estocolmo en los rehenes.
En las relaciones de pareja con abusadores, una tarjeta de cumpleaños, un regalo (generalmente tras un periodo de abuso) o un trato especial se interpreta no sólo como algo positivo, sino como una evidencia de que el abusador no es tan malo y puede corregir su conducta en algún momento.
Algo similar sucede con la percepción del "lado blando". A lo largo de la relación, el abusador/maltratador puede compartir información acerca de su pasado: cómo lo maltrataron, abandonaron o abusaron de él o ella. La víctima empieza a pensar que el abusador puede ser capaz de corregir su conducta o, aún peor, ver al abusador como una víctima.
Ausencia de otra perspectiva diferente a la del abusador
En las relaciones de abuso y control, las víctimas tienen la sensación de andar siempre "con pies de plomo", temerosas de decir o hacer algo que pudiera dar lugar a un estallido de violencia. Para sobrevivir, comienzan a ver el mundo desde la perspectiva del abusador. Empiezan a arreglar las cosas que podrían dar lugar a un estallido, actúan de modos que saben que agradarán al abusador o evitan aspectos de sus propias vidas que podrían causar un problema. La víctima empieza a centrarse en las necesidades, deseos y hábitos del abusador/controlador.
La adopción del punto de vista del abusador puede ser tan intensa que la víctima siente rabia hacia aquellos que intentan ayudarla. El abusador por lo general utiliza múltiples métodos para aislar a la víctima de los demás. Cualquier contacto que la víctima tenga con personas que la puedan apoyar es recibido por este con acusaciones, amenazas o estallidos violentos. Entonces las víctimas se alejan de sus familias, temiendo que el contacto familiar pueda provocar más abusos y agresiones en casa. En este punto, las víctimas reniegan de sus padres y amigos, diciéndoles que no llamen y dejen de interferir, rompiendo la comunicación con otros. Empiezan a verlos como personas que causan problemas y que hay que evitar. Muchas víctimas amenazan con denunciar a sus familias y amistades si continúan "interfiriendo".
Percepción de una incapacidad para escapar
En el caso de un rehén de un atraco a un banco, amenazado por delincuentes armados, es fácil entender que perciba una incapacidad de escapar. En las relaciones de pareja, la creencia de que no se puede escapar es también común. Muchas relaciones de abuso y control consideran que el vínculo debe existir hasta que la muerte los separe, atados juntos por temas financieros, familiares, el mutuo conocimiento íntimo o situaciones legales.
¿Qué mecanismo psicológico explica este proceso?
Los procesos dirigidos a la reducción de la “disonancia cognitiva” pueden explicar cómo y por qué las personas cambian sus ideas y opiniones para apoyar situaciones que no son sanas, positivas y normales.
Según esta teoría, las personas tratan de reducir la información u opiniones que les hacen sentir incómodos. Cuando tenemos dos grupos de cogniciones (conocimientos, opiniones, información de otros, etc.) que son opuestas, la situación se vuelve emocionalmente incómoda, así que tratamos de reducir la disonancia modificando o añadiendo nuevas cogniciones (añadiendo nuevos pensamientos y actitudes) o cambiando nuestras conductas. Veamos algunos ejemplos:
-   Los fumadores saben que fumar supone un importante riesgo para la salud, hasta tal punto de que puede llegar producir cáncer de pulmón. Para seguir fumando, el fumador cambia sus cogniciones: 1) ahora fumo menos que hace 10 años, 2) estoy fumando cigarrillos bajos en alquitrán, 3) esas estadísticas están echas por la conspiración de la industria del cáncer, 4) de algo hay que morirse. Estas nuevas cogniciones/actitudes les permiten seguir fumando y culpar a los restaurantes del "acoso" que supone el no permitirles fumar en su interior.
-   Alguien compra un flamante vehículo por 50.000 euros, pero resulta que gasta una gran cantidad de combustible. ¿Qué hacer? Pues justificar el gasto con: 1) es perfecto para viajar (sólo hace un viaje al año), 2) puedo usarlo para transportar cosas (una mesa de café en 12 meses), 3) puedes llevar mucha gente en él (el 95% de las veces va solo).
-   El marido o novio de una mujer se ha convertido en un maltratador. No puede dejarlo debido al dinero, a los niños u otros factores. A través de la disonancia cognitiva puede empezar a pensar: 1) en realidad sólo me golpea con la palma de la mano, 2) ha tenido demasiado estrés en el trabajo, 3) se enfada tanto conmigo porque en realidad me quiere y le importo.
Leon Festinger fue el psicólogo que describió este mecanismo y creó la expresión "disonancia cognitiva". En 1956 había observado cómo los miembros de una secta habían dejado sus casas, ingresos y empleos para trabajar para la secta. Sostenían la creencia de que el mundo iba a acabarse un día concreto a causa de una inundación. Este conocimiento lo habían obtenido los líderes de la secta gracias al contacto que mantenían con seres extraterrestres. Creían que su salvación se materializaría al ser rescatados por los extraterrestres, escapándose en naves espaciales. Así, cuando la hora del fin del mundo llegó, se reunieron y esperaron a ser rescatados por los ovnis. Pero esa hora pasó y ni hubo inundaciones ni aparecieron los ansiados platillos volantes En vez de creer que los habían engañado, tras toda su implicación emocional y financiera, decidieron pensar que sus creencias habían salvado al mundo y continuaron manteniéndolas a pesar del fracaso de la profecía. La moraleja: cuando más inviertas (dinero, trabajo, casa, tiempo, esfuerzo, etc.) con más fuerza necesitarás justificar tu posición.Desde la Psicología Social sabemos que tendemos a desarrollar más lealtad y compromiso con las cosas que son difíciles, incómodas e incluso humillantes. Los rituales de iniciación en colegios mayores, los centros militares de formación, etcétera, producen individuos leales y comprometidos con el grupo. Casi cualquier experiencia dura crea un vínculo.

En muchos casos tendemos a permanecer y apoyar una relación abusiva debido a nuestra inversión en ella. Varios tipos de inversiones nos pueden hacer mantener una relación inadecuada:
  • Inversión emocional: Hemos invertido tantas emociones, hemos llorado tanto, nos hemos preocupado tanto, que creemos que tenemos que seguir hasta el final.
  • Inversión social: Es una cuestión de orgullo, hay que evitar la humillación social y continuar con la relación.
  • Inversión familiar: Si hay niños por medio, las decisiones relacionadas con la relación se ven empañadas por la situación y necesidades de los niños.
  • Inversión económica: En muchos casos, la pareja controladora y abusiva ha creado una situación financiera compleja. Muchas víctimas permanecen en la mala relación esperando una mejoría económica que hiciese su marcha más fácil.
  • Inversión en el estilo de vida: Muchas parejas controladoras o abusivas utilizan el dinero o el estilo de vida como inversión. Las víctimas en esta situación no quieren perder ese estilo de vida.
  • Inversión de intimidad: A menudo invertimos intimidad emocional y sexual. La pareja abusiva puede amenazar con extender rumores o contar detalles íntimos o secretos.
No son sólo nuestros sentimientos por una persona los que nos mantienen en una mala relación, también tienen mucha influencia todas estas inversiones. Las relaciones son complejas y a menudo vemos sólo la punta del iceberg. Por este motivo, la frase más común que utiliza la víctima para defender su relación es "tú no lo entiendes".
Es importante destacar que tanto el Síndrome de Estocolmo como la disonancia cognitiva se desarrollan de modo involuntario. La víctima no inventa todo esto a propósito. Ambos mecanismos se desarrollan en un intento de existir y sobrevivir en un ambiente amenazante y controlador. Su personalidad está desarrollando los sentimientos y pensamientos necesarios para sobrevivir y disminuir el ataque emocional y físico. Todos nosotros hemos desarrollado actitudes y emociones que nos ayudan a aceptar y sobrevivir en ciertas situaciones. Tenemos esas actitudes y emociones acerca de nuestros trabajos, de nuestra comunidad y de otras áreas de la vida. Como hemos visto a lo largo de la historia, cuanto más disfuncional sea la situación, más disfuncional es nuestra adaptación a ella para sobrevivir.
Javier Gómez Segura, 2011

domingo, 11 de septiembre de 2011

Kim Phuc

En la guerra de Vietnam el fotógrafo Nick Ut captó una instantánea sorprendente que le valió el premio Pulitzer. En ella aparecía una niña corriendo por una calzada, iba desnuda y lloraba. Su cuerpo presentaba terribles quemaduras, la marca inconfundible del napalm. Esa niña era Kim Phuc.

Kim Phuc vivía en la aldea de Trang Gang, situada en la carretera que une Saigón con Camboya. Durante un bombardeo de la aviación norteamericana sus dos hermanos murieron como consecuencia de las explosiones, y ella sufrió quemaduras en la mitad de su cuerpo. Permaneció catorce meses ingresada en un hospital, donde fue sometida a diecisiete trasplantes de piel, entre otras operaciones.
Cualquiera que conozca su historia puede creer que es una mujer llena de odio y rencor, pero Kim es la personificación de ese perdón que todas las víctimas deberían conceder, tal como se refleja en sus propias palabras, que recogemos de una entrevista que la periodista Imma Sanchís publicó en el diario La Vanguardia.
-¿Es usted la niña que Nick Ut fotografió cuando huía desnuda tras caer una bomba de napalm en Vietnam del Sur?
-Sí. Tenía once años. Fue en 1972. Todos los habitantes del pueblo, una pequeña aldea cercana a la frontera con Camboya, nos refugiamos durante tres días en una pagoda. Pero los norteamericanos nos bombardearon.
-¿Y qué ocurrió?
-Los niños salimos primero. Recuerdo la luz roja señalando el objetivo que arrasar e, inmediatamente, mi cuerpo ardiendo. Me quité la ropa y corrí. Por fortuna mis pies no estaban quemados.
-Con esa foto Nick Ut ganó el Pulitzer. ¿Qué ganó usted?.
-Sobrevivir a aquella fotografía. Nick Ut me recogió y me llevó al hospital, donde estuve catorce meses.
-¿Y la curaron?
-Nunca lo estaré del todo. Una gran parte de mi cuerpo estaba quemada. Regresé a mi pueblo con grandes dolores. Al llegar tuve la buena noticia de que mis padres se habían salvado.
-¿Cómo vivía entonces?
-No vivíamos, sobrevivíamos. Y tuvimos que separarnos.
(….)
-¿Hizo las paces con su pasado?
-Sí, fui a Washington en 1996 para dar un discurso en el memorial en honor de los veteranos de Vietnam, y allí estaba el capitán John Plumber, el oficial que ordenó lanzar las bombas de napalm contra mi pueblo.
-¿Lo abofeteó?
-No. Lo abracé. La guerra hace que todos seamos víctimas. Yo, como niña, sufrí, fui una víctima, pero él, que hacía su trabajo como soldado, también era una víctima. Yo tengo dolores físicos, pero él los tiene emocionales, y creo que son peores que los míos. Al volver de Vietnam él supo lo que me había provocado. Cada vez que veía mi fotografía tenía pesadillas y oía mis lloros. Se convirtió en un alcohólico. Su vida estaba destrozada.
-¿Se recuperó?
-Es un hombre muy creyente, pero no rehízo su vida hasta obtener mi perdón. Creo que ahora es feliz, y yo también lo soy por haber podido ayudarle.
-Y con su fundación podrá ayudar a muchas personas más.
-Mi sueño es poder ayudar a otros niños que sufren el terror de una guerra. Buscamos financiación para facilitar medios a hospitales y que atiendan a los niños víctimas de guerras.
(Ana María Vidal-Abarca. Perdones difíciles, 1999)