sábado, 31 de diciembre de 2011

El entrenamiento psicológico Pre-Incidente en unidades policiales especiales

Además de las técnicas estrictamente policiales y los conocimientos legales, administrativos o médicos pertinentes, hay una dimensión esencial en la formación de los agentes de policía: hablamos de los conocimientos de Psicología Aplicada en el terreno de las operaciones policiales y las relaciones humanas.

Efectivamente, las relaciones humanas son básicas en el trabajo del funcionario de policía, bien sea en sus tareas de información, de prevención, de vigilancia, de comprobación, de apoyo o de represión. De ahí la importancia de conocerse bien, de ser consciente de sí mismo y poder modificar o ajustar alguna de sus actitudes o alguno de sus comportamientos. Adquiriendo, también, un bagaje suficiente de conocimientos en el plano humano que le permita conocer mejor al otro, comprender mejor su comportamiento y anticipar mejor sus reacciones.

En este contexto destaca por su importancia la gestión del estrés por incidente crítico; tipo de estrés laboral que viene mereciendo una especial atención por parte de los psicólogos policiales.

Hay cierta evidencia del cambio de actitudes que se favorece con la adquisición de conocimientos acerca de los procesos psicológicos que están en la base de nuestras propias emociones. Este cambio de actitudes es un paso previo necesario para adquirir estrategias adecuadas de afrontamiento al estrés. Los agentes necesitan tener conocimiento sobre el estrés, su origen, sus efectos, la identificación de factores de riesgo, las estrategias de afrontamiento efectivas, así como dominar algunas técnicas de relajación y autocontrol emocional.

Dado el número de bajas que este tipo de estrés llega a generar en las plantillas de algunas unidades, durante la última década se ha puesto mucho interés en la intervención post-incidente, incluyendo la realización de sesiones de debriefing, defusing, primeros auxilios psicológicos, estrategias de apoyo entre compañeros (Peer Support) e incluso tratamiento médico o psicológico del personal afectado.

Este tipo de intervenciones post-incidente muestran ser muy eficaces a la hora de recuperar a los agentes expuestos a estresores violentos, pero en la actualidad el interés de los departamentos policiales más innovadores se está centrando en el entrenamiento pre-incidente.

Básicamente se trata de una intervención realizada desde modelos de evaluación conductual, en la que mediante el análisis de incidentes críticos, tanto de los casos de resolución positiva como en los de fracaso en la intervención, se descubren aquellas competencias necesarias para los agentes, se evalúan las necesidades formativas y se pueden guiar los procesos de reclutamiento y selección.

Para el entrenamiento se combinan clases intensivas de tipo teórico con instrucciones sobre técnicas de afrontamiento a situaciones de estrés y control emocional, que son cuidadosamente diseñadas, con ejercicios prácticos, de carácter individual y grupal, en los que desarrollar esas habilidades.

Idealmente esta formación debería darse ya desde el periodo académico. Se trata, de hecho, de un proceso de “inoculación” contra crisis psicológicas futuras por lo que estas intervenciones tradicionalmente han recibido la denominación de Programas de Inoculación de Estrés. Este tipo de programas hizo su primera aparición en el campo de la intervención psicológica grupal al principio de la década de los 70, de la mano de Donald Meichenbaum que lideró un importante equipo de investigadores en la Universidad de Waterloo, Ontario (Canadá). No obstante, la introducción de estos procedimientos en la formación de los agentes de policía es un fenómeno relativamente nuevo.

La respuesta de estrés se entiende como el resultado de la evaluación que el sujeto realiza en relación con las demandas de la situación y los recursos que él cree que posee para manejarlas. Si el balance de esta evaluación es negativo, es decir, si las demandas resultan percibidas como superiores a los recursos propios, entonces se generarán las respuestas de estrés que, si son muy elevadas, van a interferir gravemente en la capacidad del agente para llevar a buen puerto su intervención.

Por lo tanto, para fortalecer esta capacidad del agente se necesitará, por una parte, incrementar su repertorio de habilidades, y por otra, tomar una mejor conciencia de sus recursos para reducir la percepción de desproporción, facilitando así un afrontamiento más eficaz del peligro.

La forma más sencilla de conseguir este objetivo es la de enseñar a los sujetos a formular planes de actuación concretos que puedan guiar la intervención en distintas situaciones problemáticas. Estos deben contemplar siempre cinco aspectos: la preparación para la situación (identificación de la situación, análisis de posibilidades y preparación del plan de afrontamiento); la conducta de afrontamiento (con la puesta en marcha de las estrategias seleccionadas); la prevención de crisis durante el afrontamiento (en todo momento debe disponerse de una salida para el caso de un fracaso parcial o para un acontecimiento especialmente difícil); la recompensa de ejecuciones correctas (son muy importantes las autoverbalizaciones positivas por lo que todo plan de afrontamiento debe incluir frases como “qué bien lo he hecho” o “ha sido difícil pero he podido con ello”, expresiones que ayudan a instaurar el comportamiento más eficaz y producen aumentos en la autoestima) y el afrontamiento de fracasos (debe preverse la posibilidad de un fracaso total en alguna ocasión determinada, la persona debe disponer de estrategias de afrontamiento del fracaso ya que el hecho de anticipar su posibilidad ayuda enormemente a superarlos una vez ocurridos).

En los grupos más especializados el desarrollo de estos programas de inoculación de estrés debe complementarse con un Entrenamiento Pre-Incidente continuado, con los objetivos de favorecer un perfecto conocimiento del material; automatizar los procedimientos de actuación para que requieran la menor cantidad de recursos atencionales; mantener de manera permanente una forma física suficiente; practicar el autocontrol en situaciones de elevado estrés; motivar al personal para conseguir los objetivos y lograr grupos compatibles y bien cohesionados.

La mayoría de las unidades más especializadas de todos los cuerpos policiales del mundo introducen desde siempre, en sus programas de entrenamiento, medidas que en realidad están ayudando a los agentes a controlar su estrés. Pero habitualmente lo hacen de una forma no planificada y al no diseñarse unos mínimos controles no es posible valorar la eficacia de las mismas, o la necesidad de introducir cambios en los diseños de entrenamiento y, lo que es más importante, no favorecen en los agentes la toma de conciencia de sus verdaderos recursos.

Hay que ejercitar no solo los procedimientos de actuación sino también prepararse para hacerlo dominando situaciones angustiosas. Por esto, resulta esencial la práctica del autocontrol (capacidad para dirigir la propia conciencia y conducta) para lograr la autoconfianza (conciencia de la capacidad para afrontar dificultades) a través del diseño de maniobras que provoquen situaciones estresantes graduadas en entornos controlados, favoreciendo la adquisición de destreza y de confianza.

A la hora de diseñar estos entrenamientos conviene tener en cuenta algunos aspectos importantes como, por ejemplo, el hecho de que el factor que más influye en el miedo es el peligro de muerte. Éste será peor cuanto más intenso y prolongado sea, o cuando la persona ya se tambalea por uno anterior. Un miedo ligero mejora la actuación mientras que uno intenso la interfiere gravemente. El entrenamiento y el afrontamiento de situaciones reales es la mejor forma de superar el miedo. Es necesario evitar a toda costa el mantenimiento de actitudes temerarias. Estamos entrenando a un grupo de profesionales de la seguridad, no a una pandilla de locos o una partida de forajidos, por lo que hay que desterrar del grupo cualquier tipo de conducta irresponsable. Tendremos en cuenta que los miembros de un grupo bien cohesionado son siempre más eficaces. No necesitamos héroes individuales, la eficacia está en el grupo y dependerá de su grado de coordinación. El equipo es mejor si tiene los mismos miembros durante el entrenamiento y durante la intervención.

Las dinámicas de los grupos pueden ejercer una presión positiva sobre sus miembros, así, la necesidad de cuidar la imagen frente al grupo puede ayudar al agente a mantenerse más tiempo firme durante la crisis. La mejor fuente de apoyo y soporte frente al incidente crítico está en el propio grupo, por esta razón hay que cuidar y proteger todas las dinámicas que favorezcan su cohesión, tanto las formales como las informales. Las actividades lúdicas o de ocio que ayuden al grupo a mantenerse unido también son importantes.


Hay que ser conscientes de que la utilización del humor, aunque sea del humor negro, es una estrategia de defensa útil para hacer frente a las situaciones más dramáticas, por lo que no conviene sancionarla cuando aparece de manera espontánea en el grupo.

Por último hay que tener en cuenta que el ver desfallecer a un compañero es muy perturbador para el resto del grupo. Para estos casos deberá tenerse prevista una estrategia de evacuación inmediata.

Cuando en los procesos de entrenamiento aparezcan problemas concretos en un agente, éste será derivado a los psicólogos policiales de la organización que pueden ayudarle a superarlos a través del trabajo individual con técnicas de autoobservación, técnicas de exposición u otras estrategias de intervención psicoterapéutica como, por ejemplo, la desensibilización sistemática.

Javier Gómez Segura (2007)




jueves, 29 de diciembre de 2011

Me estoy preparando hace tiempo para escribirte sobre cómo echo en falta la libertad y la vida normal

Es un tema difícil y por ahora no sé exactamente cómo describirlo todo de manera que resulte elocuente. Las pocas observaciones que voy a dedicar hoy a este tema son provisionales, hablan de los aspectos más sencillos del tema y de ninguna manera lo agotan; más bien lo inician.

Durante las primeras semanas de detención añoraba muchas cosas distintas: antes que nada, naturalmente, a los más intimos, pero no sólo a ellos, sino muchas cosas concretas, atmósferas, anbientes, relaciones, situaciones, vivencias, etc. Pensaba mucho en lo que haría si me dejasen en libertad. Me imaginaba distintos seres próximos, amigos y conocidos, y una y otra vez me repetía todas las cosas de las que me gustaría hablar con ellos (y tenía remordimientos por no haberlo hecho cuando estaba en libertad); me imaginaba a mi mismo que sudaba en la sauna, nadaba en la piscina, paseaba por Malá Strana, dormía en mi cama y con mi pijama, comía en ese u otro restaurante un buen bistec o un cóctel de cangrejos o un pastel con nata, preparaba un pollo a la parrilla y una buena salsa tártara para acompañarlo, esto en Hrádecek, sorbiendo vino blanco y escuchando mis discos preferidos, estaba echado en la hierba tomando el sol, sorbía mi café habitual y bien cargado de las mañanas, frecuentaba las galerías de arte y los talleres de amigos pintores, entraba en los bares, iba a ver buenas películas y un largo etcétera.

Ese flujo de recuerdos concretos, martirizantes deseos, imágenes y proyectos que al principio volvían una y otra vez a mi mente, disminuyó con el paso de los meses y retrocedió; no era que empezase a olvidar mi ambiente familiar, más bien se fueron desdibujando los contornos concretos de ese ambiente y sus elementos perdieron su carácter excitante para amalgamarse en un cuadro monolítico y cubierto con un velo transparente, un cuadro que representaba mi hogar, el "paraíso perdido", algo alejado que antes existía y tal vez un día (quién sabe bajo qué aspecto, indudablemente transformado) volvería a existir. Todo ese mundo -que en una de mis cartas denominé "el horizonte concreto"-, ha perdido su presencia física y la intensidad de su ausencia y, de la esfera de lo específico, de los alegres o penosos recuerdos sensoriales, nostalgias, empeños y proyectos físicamente excitantes, se ha trasladado a una esfera más profunda de mi ser, a mi alma, donde está presente de una manera más espiritual y por lo tanto más esencial: como un conjunto oculto de parámetros vitales, como la medida y el punto de fuga de su sentido. Ahora ya no experimento la ausencia de ese mundo de un modo físico (hace tiempo que tengo la sensación de que si me comiera el antes tan codiciado cuarto de pollo con salsa tártara, acompañado con una botella de vino blanco, seguramente no tardaría en devolverlo todo), sino que lo percibo con mayor fuerza -en cuanto conjunto de valores- como la fuente de mis esperanzas y la razón de mis sacrificios (para decirlo de manera solemne), como aquello que contiene el sentido propio de todas mis acciones. Y cuanto menos echo en falta la forma material de ese cuadro, más su forma abstracta se hace cotidianamente presente en mi vida de forma penetrante e imprescindible configurando un segundo plano omnipresente aunque "borroso" que me ayuda a ver todo lo de aquí bajo una luz verídica, una silueta dibujada con absoluta precisión.

Todo ese desplazamiento es fruto de un cierto mecanismo de autodefensa existencial: si uno tuviese que pasar varios años pensando adónde podría ir y con quién, las cosas que podría hacer si estuviese en libertad, se volvería loco. Por eso se aferra cada vez más a los valores accesibles: procurarse un rato tranquilo, poder leer algo bueno, dormir bien, evitar un sufrimiento inútil, mantener sus cosas ordenadas y limpias, estar satisfecho con su trabajo, etc. La comparación siguiente no es precisa (espero no pasar aquí toda la vida): la falta de libertad es parecida a la situación de una persona a quien le cortan una pierna: en vez de plantearse que haría si tuviese ambas piernas le interesa aprender a caminar con una prótesis sin que ello le produzca dolor.

Repito que he escrito sólo sobre los aspectos más fácilmente descriptibles del tema. Ahora tendría que seguir una reflexión acerca de cómo soporta uno la falta de libertad, en qué consiste exactamente esa falta, qué es ese fenómeno, qué es lo que uno añora con más fuerza. Y es que no se trata sólo de la pérdida de la casa con todas las personas y valores que la constituyen; eso es sólo una parte de una pérdida mucho más amplia y compleja: y es que nuestro "hogar existencial" es, en cierto sentido, "únicamente" el resultado concreto de nuestra elección, y aquí uno no ha perdido tan sólo ese resultado sino también la posibilidad de elección en sí. De momento no me atrevo a escribir sobre cosas tan complejas; aún no lo tengo del todo claro.

Me despido por hoy, recuerdos a todas las amigas y amigos, y a tu madre. Quiero que estés alegre, activa, optimista, que pienses en mí, y sólo cosas buenas.

Besos. Vasek

Václav Havel (1983) Cartas a Olga

lunes, 12 de diciembre de 2011

Estrés policial por incidentes críticos

¿Quién puede calcular los efectos que tiene un trabajo en el que hay que estar continuamente expuesto a asesinatos, suicidios, raptos, violaciones y otros actos de violencia contra las personas?, ¿qué precio personal se paga por ser testigo de la parte mas cruel y salvaje de la humanidad?

De manera general, los profesionales del trabajo en emergencias están expuestos a situaciones altamente estresantes que repercuten en su bienestar personal, en su rendimiento laboral y en su entorno social y familiar. En el campo de la Psicología de Emergencias estas circunstancias han recibido tradicionalmente la denominación de Incidente Crítico y son objeto de estudio.

Se trata de situaciones que, por su naturaleza, producen en cualquier persona normal tal grado de afectación que la coloca en una situación de riesgo psicológico. Pueden tener muy diversa naturaleza, pero podemos señalar unas características comunes: son súbitas e inesperadas; producen pérdida de la sensación de control; ponen en entredicho los valores y asunciones básicas sobre el mundo en que vivimos, la gente y el trabajo que hacemos; Incluyen la sensación de amenazas a la integridad física y pueden conllevar pérdidas emocionales o físicas.

Como es lógico, el tener que enfrentarse con este tipo de situaciones es más probable en las profesiones relacionadas con la emergencia que en otros contextos laborales. Así un psicólogo policial tan importante como es John Violanti, (profesor del Rochester Institute of Technology) advierte que la mayoría de los agentes de policía pueden verse expuestos a más eventos traumáticos en un mes que los que se puede esperar encontrar el resto de la población durante toda su vida.

Incluso en labores policiales cotidianas de aparente bajo riesgo la probabilidad de enfrentarse con un incidente crítico es alta. Así en una investigación realizada en el Departamento de Policía de la Ciudad de Nueva York resultó que en un solo año un total de 134 agentes (9.18%) del total de la plantilla encargada de la vigilancia del tráfico, había sido víctima de agresiones por parte de ciudadanos (no delincuentes) enojados tras la notificación de una denuncia. De estos el 11.94 % (16 casos) resultaron gravemente lesionados y el resto presentó lesiones de carácter leve.

Quizá el incidente crítico de mayor gravedad en el ámbito policial sea el enfrentamiento armado. Otros incidentes críticos relevantes son la muerte de un compañero en acto de servicio, las lesiones en acto de servicio, los suicidios de compañeros, las muertes de niños y otras intervenciones con víctimas especialmente sensibles, la intervención en grandes accidentes, los pinchazos con agujas o la exposición a fluidos corporales, el realizar arrestos violentos y el atender casos con víctimas conocidas.

Los agentes de policía son tan humanos como cualquier otra persona. Esto tan obvio, implica que pueden verse tan afectados como cualquier otro. Así no es extraño que presenten alteraciones a nivel fisiológico (fatiga, tensión, opresión en el pecho, dolor de cabeza o espalda, mareos, escalofríos, temblor, respiración entrecortada, etc.); a nivel cognitivo (confusión, desconcierto, hipervigilancia, búsqueda de culpables, problemas para tomar decisiones, pensamientos intrusivos, disminución en la capacidad para solucionar problemas o para hacer razonamientos, falta de concentración, etc.); a nivel afectivo (tristeza, culpabilidad, miedo, ansiedad, agitación, irritabilidad, cólera, aprehensión, indefensión, etc.) y a nivel motor: (retraimiento, comportamiento antisocial, incapacidad de descansar, movimientos deambulantes, habla acelerada y balbuceante, apetito alterado, consumo de alcohol, tranquilizantes, coordinación y respuesta técnica deteriorada, etc.)

Si reflexionamos un instante sobre las consecuencias de este impacto psicológico veremos fácilmente como éstas se extienden afectando a varios núcleos:

El agente: la posibilidad de padecer serias consecuencias psicológicas en algún momento de su carrera (estrés postraumático o síndromes ansioso-depresivos) es un hecho que se puede dar con mayor probabilidad que en otro tipo de profesión.


El contexto laboral: Como es fácilmente deducible, el malestar psicológico del agente revierte de manera directa en la calidad de su trabajo y en su productividad. Así, no es extraño encontrar consecuencias como un deterioro en la calidad de la tarea; un aumento del absentismo laboral; una propensión al abandono del puesto o de la organización; una menor implicación laboral o un aumento de los conflictos interpersonales. Estos hechos, además del malestar que origina entre el personal afectado y el resto de la plantilla, suponen un gasto económico para la organización (gasto en formación y preparación de la persona que abandona la profesión, cobertura de bajas laborales, etc.), mucho mayor que el que supone adoptar medidas de calidad en prevención. Pocas organizaciones se han parado a hacer esta lectura.

El contexto extralaboral: La afectación del profesional salpica también su ámbito familiar. Por una parte, la pareja o familiar son a veces las personas sobre las que el profesional vuelca sus emociones, acompañándolas de detalles sobre la situación crítica. Los familiares, en ocasiones, no tienen capacidad para digerir lo que su ser querido les narra convirtiéndose también en víctimas vicarias. Por el contrario, es a veces el propio profesional el que se aísla de la familia para no implicarla en su problema. Tanto en uno como en otro caso, se generan barreras que impiden un afrontamiento familiar adecuado y acarrean consecuencias como rupturas o dinámicas familiares disfuncionales.

El entorno social: Por último, y elevando las consecuencias a marcos más generales, hay una última afectada. Esta, no es otra que la propia sociedad para la que trabaja el agente y que es, en definitiva, la beneficiaría real de su trabajo. Los ciudadanos desean tener buenos profesionales a su servicio y que estos se encuentren en las condiciones adecuadas para prestarlo.

Las organizaciones policiales empiezan a tomar conciencia de la importancia de afrontar cuanto antes las crisis derivadas de la exposición a situaciones críticas pero, en general, la comunidad policial tiene reticencias para aceptar que el estrés derivado de las situaciones críticas pueda ser un agente patológico que afecte tanto a su desempeño profesional como a su vida privada.

La subcultura policial suele incorporar muchos mitos que disminuyen la habilidad del agente para tratar con situaciones extremas. En este colectivo es frecuente la existencia de valores y normas no escritas que no aceptan en su seno muestras de debilidad, siendo frecuentes expresiones como “si no puedes con esto búscate otro empleo”, “ya sabías dónde te metías”, “aquí todos hemos venido voluntarios, nadie te obligó” y calificaciones del tono de “crybabies”.

Existe un sentimiento de invulnerabilidad y una percepción de ser distintos que, no sin ironía, ha sido denominada por algunos psicólogos policiales como el “Síndrome de John Wayne” y que es una consecuencia de la tendencia policial a “endurecerse emocionalmente” y aislarse del resto de la sociedad.

Los agentes de policía, y los trabajadores de emergencias en general, tienden a poseer una personalidad que puede aumentar la vulnerabilidad al estrés por incidente crítico: alta necesidad de control; tendencias perfeccionistas; valores tradicionales; altos niveles de motivación interna; orientación a la acción; elevada necesidad de estimulación; tendencia a asumir riesgos y alta dedicación e identificación con su rol profesional.

Estas características no solo les hacen ser unos buenos policías, sino que también hacen que sean más vulnerables.

Lamentablemente, la falta de sensibilidad por parte de las organizaciones policiales hacia sus miembros, se pone de manifiesto en la necesidad de que se den incidentes graves para que se pongan en marcha programas para disminuir el impacto del estrés entre los agentes.
Javier Gómez Segura, 2007