lunes, 28 de diciembre de 2015

El corazón cría orgullo, como tocino el cerdo

Alexandr Soljenitsin
La sabiduría popular aconseja: si hablas contra el lobo, habla también en favor del lobo.
¿Cómo apareció esta raza de lobos entre nuestro pueblo? ¿Acaso no es de nuestra raíz? ¿No es de nuestra sangre?
Si, es de la nuestra.
Sin agitar demasiado los mantos blancos de justos, hagámonos cada uno esta pregunta: si mi vida hubiera dado un giro distinto ¿sería yo un verdugo igual que estos?
La pregunta es terrible si se pretende responder a ella con honradez.
Recuerdo mi tercer año en la universidad, el otoño de 1938. A los mozalbetes komsomoles nos llamaron al comité del distrito del Komsomol; una y otra vez, y casi sin preguntarnos nuestros deseos, nos metían por las narices encuestas a rellenar: basta ya de Física, Matemáticas y Química, la patria necesita que ingreséis en las escuelas de la NKVD. (Siempre pasa igual, no lo necesita éste o aquél, sino la patria misma, y lo que a la patria le conviene lo sabe perfectamente algún preboste y en nombre de ella habla).
Un año antes, el mismo comité nos quería enrolar en las escuelas de aviación. Y también nos escurrimos (nos daba pena dejar la universidad), pero no con la firmeza de ahora.
Un cuarto de siglo después se puede pensar: claro, es que sabíais que en torno bullían los arrestos, que torturaban en las cárceles y a qué sitio inmundo os arrastraban. ¡¡No!! Los furgones rodaban de noche y nosotros éramos los otros, los diurnos, los de las banderas. ¿De dónde íbamos a saber y por qué debíamos pensar en los arrestos? ¿Que habían renovado a todos los jefes regionales? Eso nos tenía sin cuidado. Encarcelaron a dos o tres profesores, bah, como con ellos no andábamos de parranda; además, los exámenes se ponían más fáciles. Los de veinte años marchábamos en las columnas de coetáneos de octubre y como coetáneos nos esperaba el futuro más radiante.
No es fácil precisar aquella cosa interior, no sostenida por razón alguna, que nos impedía dar la conformidad de ingreso en las escuelas de la NKVD. Esto no se aprendía en las lecciones de materialismo histórico: allí precisamente te enterabas de que la lucha contra el enemigo interno era un frente caliente, una misión de honor. Eso también estaba reñido con nuestra conveniencia práctica: una universidad de provincia entonces sólo nos podía ofrecer una escuela rural en algún lugar remoto y un salario escaso; las escuelas de la NKVD nos prometían raciones y salarios dobles o triples. Nuestras sensaciones no se podían expresar con palabras (aunque las supiéramos, nos habríamos cuidado de expresarlas unos a los otros). Lo que se resistía no era la cabeza, sino alguna parte del pecho. Ya te podían gritar de aquí y de allí: "¡es necesario!", pero el pecho se resistía: "No quiero, ¡ME REVUELVE LAS TRIPAS! Allá vosotros, que yo no entro en eso".
Eso venía de muy lejos, quizá de Lermontov, de aquellos decenios de la vida rusa en que, para el hombre decente, no había servicio peor ni más detestable que el de gendarme, lo cual se expresaba sin rebozo alguno. No, de más lejos aún. Sin saberlo nos redimíamos con el cobre por el que cambiamos el oro de nuestros antepasados, de aquellos tiempos en que la moral no se consideraba aún relativa y cuando el bien y el mal se distinguían simplemente con el corazón.
No obstante, alguno de los nuestros se enroló en aquello. Creo que si hubieran presionado con mucha fuerza, nos habrían quebrantado a todos. Y ahora quiero imaginarme: ¿Y si al empezar la guerra ya hubiera llevado yo las insignias de teniente en los galones azules? ¿Qué hubiera sido de mi? Claro, ahora puedo confortarme, pensando que mis vísceras no lo hubieran soportado, que allí me hubiera plantado, hubiera pegado un portazo. Pero, tumbado en la litera de la cárcel, rememoré mi verdadero camino de oficial y me asusté.
No llegué a oficial directamente del aula, no derrengado de tanto cálculo integral; anteriormente había servido medio año como soldado y, al parecer, a través de mi pellejo, supe qué significaba estar siempre dispuesto a obedecer con la barriga vacía a gente que quizá no fuera digna de ti. Y después otro medio año me martirizaron en la escuela de cadetes. Entonces tenía que haber asimilado para siempre el amargor del servicio de soldado si había sentido en mi pellejo el frío y las mataduras. Pues, no. Para consolarme me pusieron dos estrellas en los galones, después la tercera y la cuarta y lo olvidé todo....
Entonces, ¿conservé el amor a la libertad, del estudiante? En la vida lo tuvimos. Nuestro amor era por las formaciones, amor por las marchas.
Recuerdo muy bien que, precisamente en la escuela, experimenté la ALEGRÍA DE LA SIMPLIFICACIÓN: de ser un militar y NO RECAPACITAR. LA ALEGRÍA DE LA INMERSIÓN en aquello de como viven todos, como está aceptado en nuestro ambiente militar. La alegría de olvidar ciertas delicadezas espirituales aprendidas en la infancia.
En la escuela de cadetes andábamos siempre con hambre; estudiábamos la manera de raspar un cacho de más; nos observábamos celosamente unos a otros (algunos se dieron maña). Lo que más temíamos era no llegar a lucir los galones de oficial (los que no terminaban eran enviados a Stalingrado). Y nos enseñaban como a las fieras jóvenes: para enfierecernos más, para que después quisiéramos desquitarnos en alguien. Dormíamos poco, pero después de la retreta podían obligarnos, como castigo, a marcar el paso solos (bajo las órdenes de un sargento). O de noche levantaban a todo el pelotón y lo formaban en torno a una bota sucia: ahora este canalla limpiará la bota, y hasta que no brille, aquí os quedaréis todos.
Y, en la vehemente espera de los galones, ensayábamos los ampulosos andares de oficial y la voz metálica de las órdenes.
Y por fin nos atornillamos los cuadrados. Y, al mes escaso, cuando formaba mi batería en la retaguardia, obligué a mi negligente soldado Berbeniov a marcar el paso después de la retreta bajo el mando del indómito sargento Metlin... (¡Yo aquello lo tenía OLVIDADO, lo olvidé sinceramente con los años! Lo recuerdo ahora, inclinado sobre las cuartillas....) Y un viejo coronel que estaba de inspección me llamó y me abochornó. Y yo (¡había terminado la universidad!) me justificaba: así nos lo enseñaron en la escuela. O sea, ¿acaso podía haber razones humanitarias si estábamos en el Ejército?
(Tanto más en los Órganos)
El corazón cría orgullo, como tocino el cerdo.
Yo disparaba órdenes incontestables contra mis subordinados, convencido de que no podía haber nada igualable a aquellas órdenes. Hasta en el frente, donde la muerte al parecer nos equiparaba, mi poder me convenció rápidamente de que yo era de calidad superior. Sentado, los escuchaba a ellos de pie, cuadrados. Les cortaba la palabra, les hacía indicaciones. A padres y abuelos los trataba de "tú" (ellos a mi de "usted", claro). Los enviaba, bajo los proyectiles, a empalmar los cables rotos, para que los superiores no me lo reprocharan (Andriashin murió así). Comía mi mantequilla de oficial con galletas, sin pararme a pensar por qué a mi me correspondía y no al soldado. Claro, tenía ordenanza, al que yo cargaba de preocupaciones y obligaba a cuidar de mi persona y a prepararme toda la comida aparte de los soldados. (Los jueces de instrucción de la Lubianka no tienen ordenanza; de ellos no puedes decir eso.) Obligaba a los soldados a dar el callo, a excavarme refugios especiales en cada nuevo lugar y poner troncos gordos, para que yo estuviera cómodo y seguro. Oigan, perdón, pero en mi batería también había calabozo -¿cómo podría ser en el bosque?-, también un pozo, quizás algo mejor que el del grupo de Gorojovets, porque estaba techado y daban la comida de los soldados, y allí estuvo Viushkov, por perder un caballo, y Popkov, por mal estado de la carabina. Perdón, recuerdo algo más: me hicieron un portamapas de cuero alemán (no de cuero humano, no, del asiento del chofer), pero no tenía correa. Yo estaba desconsolado. De pronto, a un comisario de un destacamento guerrillero (del comité del distrito local) le vi una correa como la que me hacía falta, y se la quitamos: ¡nosotros éramos el Ejército, éramos superiores!
Eso hacen con el hombre unos galones. ¡Y qué fue de los consejos de mi abuela ante el icono! ¡Y qué fue de las ilusiones de pionero sobre la futura Santa Igualdad!
Y cuando en el puesto de mando del jefe de la brigada me arrancaron los del SMERSH los malditos galones y me quitaron la correa y me empujaban hacia su coche, con mi destino vuelto del revés, tanto más me dolía que, degradado, tenía que cruzar la habitación de los telefonistas. ¡Los soldados rasos no deberían verme con aquellas trazas!
Alexandr Soljenitsin (Archipiélago Gulag, 1973)

lunes, 15 de junio de 2015

La vida como obra de arte

Rafael Echeverría
Desde el camino del poder el ser humano se define, no como un ente contemplativo que se deleita en la observación de la verdad, tampoco como un alma en pena que transita por un camino de pruebas y sufrimientos, sino como un creador de su propia vida. El atributo fundamental de los seres humanos es su capacidad de actuar y, a través de ella, su capacidad de participar en la generación de sí mismo y de su mundo.

De todas las cosas que los seres humanos pueden crear nada posee la importancia que exhibe la capacidad de participar en la creación de su propia vida. Toda otra forma de creación sirve a esta, su obra principal: la vida. Desde esta perspectiva la comprensión del ser humano no se agota al concebirlo a través de la figura del político. Es más, ésta resulta completamente insuficiente. Por sobre tal figura se levanta ahora otra, la del ser humano como artista, como partícipe en la creación de su vida, como iniciado en el milagro y misterio de la invención de sí mismo.

El camino del poder es, en consecuencia, el camino de la creación. El ser humano es, ante todo, un ser creador. Como creador, nos dice Nietzsche, el ser humano se trasciende a sí mismo y deja de ser su propio contemporaneo. Pero en la creación surge otro aspecto importante: se transforma en un ser libre.
Friedrich Nietzsche

Creación y libertad se requieren mutuamente. Nuestra capacidad de creación nos hace libres. Pero así como la creación es el ejercicio de la libertad, esta última sólo emerge en el acto creativo. La libertad, en el sentido más profundo, no es una condición jurídica, sino una condición del alma humana.

El Concebir al ser humano en tanto artista que hace de su vida su gran obra de arte nos lleva a hacer algunas consideraciones adicionales.

La primera de ellas guarda relación con abrir espacio a las fuerzas destructivas que acompañan a toda creación. Si aceptamos la creación tenemos que aceptar también la destrucción. Como nos enseña Heráclito, no hay una sin la otra. No podemos trascendernos y alcanzar otras formas de ser sin dejar de ser quienes fuimos, sin abandonar nuestras formas anteriores de ser. Y ello resulta un desafío crucial en la vida. Para trascendernos debemos estar dispuestos a sacrificar nuestras formas presentes de ser. No hay trascendencia sin sacrificio, sin estar dispuesto a soltar aquello que pareciera sujetarnos sin antes haber encontrado un nuevo punto de apoyo.

Quien no pueda desprenderse de sí mismo restringe sus posibilidades de trascendencia. Toda trascendencia, por lo tanto, se nos presenta como un salto al vacío, como un sumergirse en la nada, en el principio de disolución del que somos para, desde allí, volver a emerger en las aguas de la vida. El camino del poder y, por consiguiente, de la creación es el camino del riesgo, de la vida como apuesta.


Optar por el camino del poder implica, en consecuencia, asegurar las condiciones emocionales que resultan necesarias para permitir tanto la creación como la destrucción, aspectos ambos inseparables de la dinámica de de autotrascendencia. Ello implica vencer lo que Nietzsche llama "el espíritu de la gravedad". Este nos ata a las formas existentes de ser, introduce pesadez en nuestro desplazamiento por la vida y nos impide despegar en nuestro salto al vacío.

Heráclito
El espíritu de la gravedad debe ser vencido con las fuerzas opuestas: aquellas que surgen de la inocencia del juego. Apoyándose en imágenes proporcionadas por Heráclito, Nietzsche identifica esta capacidad creativa con la figura del niño: aquel que construye castillos de arena en la playa para verlos enseguida destruídos por las olas y que vuelve a construir otros nuevos. El niño es para Nietzsche la figura predilecta de las formas superiores del poder, pues nos muestra un poder que se despliega de la inocencia del juego, desde la ausencia de gravedad.

A esta imagen del poder del niño, Nietzsche opone dos formas distintas, importantes, pero también inferiores del poder. La imagen de la bestia de carga que ilustra con la figura del camello. Y la imagen de las bestias de presa que responde a la figura del león. El camello se caracteriza por su resistencia, por su capacidad de absorver adversidades, por su capacidad de llevar a otros sobre sus espaldas. Es una forma de poder que no puede ser despreciada. Muchas veces en la vida tendremos que recurrir al poder del camello. El león, por el contrario, es quien se rebela, quién afirma su propio poder frente a los demás, quién declara la inviolabilidad de su territorio. La vida también nos exige muchas veces ser leones.

Pero ni el camello ni el león tienen el poder de quien, como el niño, crea desde la inocencia del juego. No hay otra forma superior de poder a la de éste. Desde la figura del niño podemos comprobar cuánto nos hemos alejado de nuestra concepción tradicional del poder y cuán distantes estamos del juicio de que el poder es maligno y fuente de corrupción.

La segunda consideración que efectuar es la que relaciona el poder creativo del ser humano con la interpretación que Nietzsche nos ofrece de la tragedia griega. Al concebir al ser humano como artista, Nietzsche sostiene que necesitamos del arte como disposición pues, sólo desde él, logramos alejarnos del sin sentido de la vida. El arte hace la vida soportable. Sólo el arte es capaz de conferirle a la vida el sentido, que ella de por sí no nos proporciona, de que ella merece vivirse. Desde la disposición del artista le "inventamos" el sentido a la vida, sin el cual no nos es posible vivirla. Esto es lo que, según Nietzsche, acomete la tragedia griega.



La tragedia griega se sustenta en la victoria de la belleza sobre el conocimiento. Los seres humanos se desplazan en ella eludiendo someterse al principio de la verdad y buscando, en cambio, la realización de la vida desde una perspectiva estética. No es extraño, por lo tanto, comprobar cómo Sócrates reaccionara contra el arte.

El arte nos permite vernos heroicamente y ello es necesario para vivir. Sólo el arte nos permite olvidarnos de nuestras limitaciones. Necesitamos el sentido trágico del héroe para responder a los desafíos de la autotrascendencia. El héroe trágico puede soportar la vida por cuanto se ha comprometido a hacer de ella una obra de arte. Y en cuanto obras de arte, los seres humanos alcanzan su más alta dignidad.

Rafael Echeverría (2014) Ontología del Lenguaje

sábado, 16 de agosto de 2014

Para soportarlo, para tolerar la idea, compartir el crimen

Marguerite Duras
Son muy numerosos, los muertos son verdaderamente muy numerosos.Siete millones de judíos han sido exterminados, transportados en furgones de animales, y luego asfixiados en las cámaras de gas construidas a tal efecto y luego quemados en los hornos crematorios construidos a tal efecto. En París todavía no se habla de los judíos. Sus recién nacidos fueron confiados a los cuerpos de mujeres encargadas del estrangulamiento de niños judíos, expertas en el arte de matar por medio de una presión en las carótidas. Mueren con una sonrisa, no causa dolor, dicen ellas. Este nuevo rostro de la muerte organizada, racionalizada, descubierto en Alemania, produce desconcierto antes que indignación. Nos quedamos atónitos. ¿Cómo es posible seguir siendo alemán? Se buscan equivalencias en otras partes, en otros tiempos. No hay nada. Algunos quedarán deslumbrados, incurables. Una de las mayores naciones civilizadas del mundo, la capital de la música de todos los tiempos, acaba de asesinar a once millones de seres humanos con el sistema metódico, perfecto, de una industria de Estado. El mundo entero mira la montaña, la masa de muerte dada por la criatura de Dios a su prójimo. Se cita el nombre de tal literato alemán que ha resultado afectado y que ha vuelto muy sombrío y a quien estas cosas han dado que pensar. Si no se considera este crimen nazi
como algo que hay que generalizar a escala del mundo entero, si no se entiende como un crimen a escala colectiva, el hombre del campo de concentración de Belsen ha muerto solo, con un alma colectiva y una conciencia de clase, la misma con la cual hizo saltar el perno del raíl, una noche, en un lugar de Europa, sin jefe, sin uniforme, sin testigos, ha sido traicionado. Si se toma el horror nazi como un hecho alemán, y no como un hecho colectivo, se reduce al hombre de Belsen a dimensiones de ámbito regional. La única respuesta que puede darse a este crimen es convertirlo en un crimen de todos. Compartirlo. Como las ideas de igualdad, de fraternidad. Para soportarlo, para tolerar la idea, compartir el crimen.
Marguerite Duras (1985) El dolor


domingo, 27 de julio de 2014

El horror se expresaba en la banalidad, ¿cómo se puede comprender esto?

Boris Cyrulnik
Yo no entendía nada. Me sentía mal en la escuela y era rechazado a la hora del recreo. Dora bailaba de noche y dormía de día. Estaba solo. Por suerte, Dora poseía dos grandes libros cuyas imágenes admiraba. Era una biblia ilustrada por Gustave Doré. Con ella aprendí a leer. En aquel libro encontraba historias terribles y maravillosas, templos que se derrumbaban sobre miles de hombres, niños abandonados en el desierto o degollados en su cama, hermanos mayores que vendían al pequeño, ejércitos enteros ahogados con los caballos. Maravilloso. Horrible. La vida normal, ¿no?.

Entre las hermosas imágenes y esos textos que intentaba descifrar, la historia de Lot se me quedó grabada en la memoria. Todavía hoy recuerdo con nitidez la parte izquierda de la imagen oscura donde el talento de Doré destacó a Lot huyendo con sus hijas. En la parte derecha, iluminada por el incendio de una ciudad, Sodoma o Gomorra sin duda, la mujer de Lot se volvía y, con un gesto implorante, tendía los brazos y se inmovilizaba transformándose en estatua de sal.

Contemplaba a menudo ese grabado, que adquirió para mí un valor moral: eso es lo que ocurre cuando se piensa en el pasado. La sal de nuestras lágrimas nos transforma en estatuas y la vida se detiene. No vuelvas la vista atrás si quieres vivir. ¡Adelante, adelante!

Esa historia edificante me sirvió de estrategia durante buena parte de mi vida. Adelante, no te vuelvas, no pienses más en tu pasado, de él sólo sacarás lágrimas. El futuro será de color de rosa. ¡Adelante!.

¿Es así como me habló la historia de Lot o soy yo quien la hago hablar así? Podría haber sacado otra moraleja. "Todo el mundo conoce la versión oficial del capítulo 19 del Génesis. En Sodoma, como en Gomorra, exactamente al sur del Mar Muerto (...), la corrupción estaba extendida y la sexualidad desbocada". En medio de este mar de vicio, la familia de Lot era virtuosa, ¡hasta había acogido a dos extranjeros! Así que Dios les permitió huir antes de la destrucción de aquella tierra de desenfreno. La mujer de Lot, añorando tal vez aquellos momentos de fiesta, se volvió, ¡por última vez!.

Gustave Doré
Así es como habría podido interpretarla. Hace poco he buscado el grabado de Gustave Doré que evocaba la historia de Lot. Los dos libros están aún en mi biblioteca. Los he hojeado cuidadosamente. He repasado todos los grabados cuyo recuerdo conservo nítido en la memoria, casi al detalle. Guardo las imágenes de Isaac llevando la leña de su propio sacrificio, de José vendido por sus hermanos, de Moisés rescatado de las aguas, de la muerte de Saul con el pecho atravesado por una espada y de Sansón derribando las columnas del templo, imágenes que cautivaron mi alma de niño.

Todo está grabado en mi memoria con una precisión asombrosa. Todo, excepto la huida de Lot, ¡que no encuentro! Y, sin embargo, la estoy viendo, se lo aseguro, la veo en aquel libro de páginas amarillentas. Es indiscutible, pero no está. Debí de verla en otra parte y, como hojeaba a menudo esta Biblia, la puse en ella, donde era lógico que estuviera. ¡Lógico, pero falso!.

He concedido mucha importancia a ese recuerdo falso (debería haber dicho "a ese recuerdo reconstruido a partir de fuentes distintas"), por que esa imagen me hablaba. Me decía esas gratas palabras: "Podrás vivir si lo deseas, a condición de no mirar hacia tu pasado".

¡Fácil!

Evitar la representación inquietante del pasado me permitía no angustiarme, no cavilar en exceso y no deprimirme. Pero al impedir la verdadera representación de mí, perturbaba la relación con los demás. Me sentía alegre, en paz y, de repente, cuando una palabra o un acontecimiento evocaban la ruina de mi infancia, me callaba.

En tiempos de paz, habría podido explicar lo que había ocurrido. No era "indecible", como se pretende hoy en día. Tal vez incluso, si hubiera encontrado un medio que me proporcionara seguridad, habría podido contar la guerra de una forma banal. "La guerra de una forma banal", ¿entienden? ¿Es que se puede contar "de una forma banal" la locura asesina? Esta expresión no es correcta, no era una locura asesina: una simple palabra pronunciada sin querer, un papel para firmar, la mirada de un vecino... bastaba para provocar la detención, una estrella amarilla oculta bajo un chal, justo antes de saltar por la ventana. El horror se expresaba en la banalidad, ¿cómo se puede comprender esto?.

Callándome, hacía creer que había salido indemne de la guerra. ¿Es posible?¿Es normal parecer normal después de una pesadilla diaria? No decir nada de la persecución me beneficiaba: "Adelante, adelante", como le hacía decir a Lot. Era una forma de adaptación, pero no era normal. Mi entorno era cómplice de esa negación. Los heridos se sentían felices mostrándose fuertes y sonrientes después del fragor de la guerra, y los allegados se sentían aliviados al no tener que enfrentarse a las cuestiones planteadas por la persecución.

En la época en que recibía el afecto de Dora y vivía las fiestas lujosas del Roxy, me desesperaba ser una nulidad en la escuela. Mis pésimas calificaciones confirmaban mi inferioridad, como la habían afirmado los alemanes y sus aliados colaboradores. Como yo no entendía nada, tenían razón en despreciarme y tal vez incluso en haber querido eliminarme.

Boris Cyrulnik (2013) Sálvate, la vida te espera.

martes, 21 de enero de 2014

Burnout en emergencias

En nuestra actual sociedad el estrés laboral no sólo es considerado una amenaza para la salud de los trabajadores sino como un peligro para las mismas organizaciones debido a los costes de absentismo, accidentes, patologías y conflictividad laboral.
La definición del término de estrés ha sido muy controvertida desde el momento en que se importó para la psicología por parte del fisiólogo Selye en 1956. En la actualidad se acepta como planteamiento más completo aquel en el que el estrés se define como la consecuencia de un desequilibrio entre las demandas del ambiente y los recursos disponibles del sujeto.
Toda persona hace constantes esfuerzos para manejar adecuadamente las situaciones que
Hans Selye
se le presentan y sólo cuando la situación desborda su capacidad de control se producen consecuencias negativas. Este resultado negativo se denomina distrés, a diferencia del estrés positivo, o eustrés, que puede ser un buen dinamizador de la actividad laboral.
Dentro del campo del Estrés Laboral, y en lo que se refiere a los profesionales de ámbitos asistenciales, tiene especial interés el estudio de lo que se ha venido en llamar el “Síndrome de Burnout” o del trabajador quemado.
En el sector de los Servicios Sociales los profesionales suelen verse en la necesidad de implicarse en los problemas y las preocupaciones de las personas que reciben sus servicios. En estas circunstancias, habitualmente cargadas de estados emocionales complejos, no siempre es fácil encontrar una solución a los problemas por lo que la interacción personal suele resultar ambigua y, en ocasiones, frustrante pudiendo terminar por llevar al profesional a una situación de “agotamiento”.
Con la palabra inglesa “Burnout” se alude a esta situación de agotamiento. La misma ya se empleaba entre atletas y deportistas para denominar ese estado en que la persona no logra los resultados esperados de un entrenamiento, pero el concepto aparece por primera vez en la literatura psicológica especializada en el año 1974, de la mano de Freudenberguer, para intentar dar una explicación al proceso de deterioro en los cuidados y atención profesional a los usuarios de las organizaciones de servicios (sanitarias, servicios sociales, educativas, etc.).
H. Freudenberguer
Inicialmente es definido como una sensación de fracaso, agotamiento emocional o sensación de estar exhausto, producida por la percepción interior que el individuo tiene acerca de las exigencias de su trabajo. Se trataría así de una forma de estrés ocupacional que sufren los individuos cuyas profesiones consisten principalmente en ofrecer servicios humanos directos y de gran relevancia para el usuario: profesores, médicos, enfermeros, policías, cuidadores, etc.
La definición más aceptada en la actualidad es la que formularon las psicólogas norteamericanas Christine Maslach y Susan Jackson en 1981, que lo consideraron como una respuesta al estrés laboral asistencial crónico caracterizada por los siguientes parámetros:
Christine Maslach
·  Agotamiento emocional: Se refiere a una sensación subjetiva de falta de recursos emocionales, con sentimientos de pérdida de energía y fatiga, con la sensación de que nada se puede ofrecer a otra persona.
·   Despersonalización: Desarrollo de actitudes y respuestas negativas e insensibles hacia las personas que reciben los servicios. Este síntoma viene habitualmente acompañado de un incremento en la irritabilidad.
·  Reducida Realización Personal: Pérdida de confianza en sí mismo y en el trabajo, lo que hace que disminuyan las expectativas personales e implica una baja motivación, con una reducción de la capacidad para soportar la presión, disminución de las relaciones interpersonales-profesionales y una baja autoestima con disminución de las expectativas de realización profesional.
Aunque hay cierta tendencia a confundir este síndrome con el término de “estrés laboral”, no son conceptos exactos. El Burnout sería una respuesta más de entre las posibles que da un trabajador frente a situaciones de estrés. El estrés no conllevaría necesariamente al Burnout. Muchos individuos son capaces de dar y conseguir lo mejor de sí mismos en trabajos estresantes, siempre que sientan que esto tiene sentido.
Las características individuales tienen un papel importante en la experiencia del estrés laboral. La combinación de una situación particular en un individuo determinado, con sus características personales específicas puede dar como resultado una falta de equilibrio que induzca al estrés. Hay que tener en cuenta que los aspectos personales pueden variar en el tiempo en función de factores tales como la edad, las necesidades y expectativas y los estados de salud y fatiga.
Entre los factores que influyen en el desarrollo de este síndrome destacan características como la estructura previa de personalidad del trabajador. En diversos estudios se viene comprobando como las personas con un patrón de personalidad de Tipo A (inestables, activos, irritables y competitivos) son más propensas a desarrollar el Síndrome.
En general las personas con baja autoestima son más vulnerables al estrés y tienden a desarrollar estrategias de afrontamiento más pobres y una competencia personal menor. Además una disminución en autoconcepto profesional suele ir asociada con altos niveles de estrés laboral.
Otra característica del trabajador que se está mostrando relevante es la variable que se ha denominado “Locus de control”. Una persona con locus de control externo tiende a interpretar que los acontecimientos que le suceden, positivos o negativos, no están relacionados con su propia conducta, es decir, se encuentran fuera del control personal. En general las personas que muestran este tipo de orientación externa tienen una mayor insatisfacción laboral, mayor estrés y menor autoestima.
No todas las organizaciones tienen la misma probabilidad de tener en su plantilla trabajadores “quemados”. Las variables organizacionales tienen mucho que decir al respecto. En aquellas organizaciones en las que hay escasez de refuerzos o reconocimientos, y se mantienen reacciones poco positivas hacia el trabajador por parte del inmediato superior, la incidencia del Síndrome es mayor. La percepción de falta de refuerzos es una de las tres variables más importantes para la predicción del Burnout, junto a la rigidez organizacional y el bajo apoyo social que percibe el individuo.
La falta de claridad o la excesiva ambigüedad en las funciones a realizar por el trabajador son también relevantes fuentes de estrés. Tanto las situaciones de conflicto de rol como las de ambigüedad de rol son variables muy importantes en la predicción del estrés laboral.
Otra característica del puesto de trabajo que puede aumentar la vulnerabilidad del trabajador se refiere a la autonomía personal que tiene el individuo para desarrollar su trabajo, o por contra, si depende siempre de un superior cuando tiene que tomar decisiones. El no tener apenas margen para tomar decisiones propias sobre el trabajo es un importante factor inductor de estrés laboral.
El desarrollo de la carrera profesional, entendido como la secuencia de actividades y conductas relacionadas con el trabajo, donde el individuo al principio se marca y crea unas expectativas  -a veces falsas e irreales- sobre su trabajo es muy relevante. Si las creencias y expectativas del sujeto están alejadas de la realidad de la organización sufrirá periodos de frustración, ansiedad y desilusión.
Una variable fundamental de la organización es la cohesión grupal, la carencia de apoyo por parte de compañeros y/o superiores en relación a la tarea que desempeña el trabajador es un gran predictor de Burnout.
Esta importancia del soporte social se extiende también fuera de los ámbitos estrictamente laborales. El soporte que la persona obtiene en su relación con los círculos sociales en los que se mueve, especialmente el grupo de amigos y la familia, es un factor de protección. La relación familiar es uno de los más importantes, o el que más, ya que puede suponer una fuente de tensión permanente a lo largo de la vida profesional de la persona.
De manera general las personas con pareja estable, amigos y familia que les proporcione recursos materiales y psicológicos, tienen niveles de salud más altos que aquellos con un apoyo social bajo.
En el desarrollo del Síndrome podemos observar varias etapas:
1.- Etapa inicial o de entusiasmo: aparece durante los primeros años del ejercicio de la profesión, período en el que las expectativas laborales están idealizadas, el trabajo se siente como algo estimulante y atractivo, existiendo una elevada motivación e identificándose de forma positiva con su entorno laboral, las personas con las que se trabaja y en general con toda la organización.
2.- Etapa de estancamiento: En esta etapa empieza a producirse una ruptura entre las expectativas iniciales y la realidad. El trabajador no siempre se siente  recompensado o valorado por los superiores, los usuarios de su servicio o la propia sociedad. Empieza a tomar conciencia de que una excesiva involucración en el trabajo puede dar lugar a un descenso de otras actividades interesantes y/o placenteras. Aunque el trabajo todavía representa una fuente de realización personal, se empieza a replantear la relación entre esfuerzo personal y beneficios.
3.- Etapa de frustración: constituye el núcleo central del síndrome de desgaste profesional y se caracteriza por el cuestionamiento del valor del trabajo en sí mismo. La sensación general de frustración se ve intensificada por el contagio que suponen los compañeros en situación similar. Hay un descenso de la motivación hacia los usuarios e incluso, en ocasiones, actitudes abiertamente negativas hacia los mismos. Se cuestiona la eficacia del esfuerzo personal frente a los obstáculos derivados de las demandas del trabajo. Todavía existe la posibilidad de afrontar la situación y encauzar el malestar hacia una nueva fase de entusiasmo, aunque la falta de recursos personales y organizacionales puede condicionar el tránsito a una fase de apatía. Se empieza a sentir el trabajo como algo carente de sentido, planteándose dudas sobre la decisión de haber elegido la profesión más adecuada y se empieza a ver de forma negativa todo lo relacionado con el trabajo.
4.- Etapa de apatía: a modo de mecanismo de defensa aparece una gradual indiferencia y falta de interés hacia la persona que recibe el servicio. Se establece un sentimiento de vacío que se puede expresar como distanciamiento emocional, desprecio y cinismo hacia los usuarios. El profesional desarrolla un distanciamiento de lo laboral, con inhibición y evitación de la actividad profesional.

5.- Etapa del quemado: ni siquiera con el alejamiento temporal de la tarea (con unas vacaciones) se logra una reducción de los síntomas, el trabajador se encuentra en una situación de colapso físico, emocional y cognitivo. Se plantea como única solución el dejar el empleo, ser trasladado, o arrastrar una vida profesional presidida por la frustración y la insatisfacción, incapacitando a la persona tanto en la esfera laboral como en la personal.
Esta respuesta que se inicia como un mecanismo de defensa, como una estrategia de afrontamiento a las fuentes de estrés laboral asistencial, finalmente se convierte en un problema en sí misma. Sus tres componentes (agotamiento emocional, despersonalización y sentimientos de inadecuación profesional) están ligados entre sí a través de una relación asimétrica en la que el primero conduce a los otros dos.

Una vez desarrollado el Síndrome ya se comporta como una variable continua, que se extiende desde una presencia de nivel bajo o moderado hasta altos grados de intensidad. Además la progresión no es lineal; más bien se trata de un proceso cíclico que puede repetirse varias veces en el tiempo, de forma que una persona puede experimentar los tres componentes varias veces en distintas épocas de su vida y en el mismo o diferentes trabajos.

La recuperación de este tipo de trabajadores es un reto para el que aún no tenemos una respuesta satisfactoria. En el campo del estrés laboral la intervención tradicional suele olvidar en muchas ocasiones los aspectos organizacionales de la cuestión, atribuyendo así el problema al individuo y situando bajo su responsabilidad la realización de los cambios para solucionarlo.

Pero el estrés laboral no puede ser enfocado sólo como un problema de los individuos, sino de toda la organización. Se hace necesario tomar conciencia de la importancia de articular programas de intervención y prevención centrados en variables organizacionales.

El objetivo de disminuir la carga de estrés de los trabajadores debe ser preventivo y esta prevención debe comenzar desde el proceso de diseño de la misma organización. De la misma forma que se piensa y se tienen en cuenta los mercados, los consumidores, la tecnología o los proveedores, la atención a los posibles procesos disfuncionales y estresantes de la organización debe ser otra pieza del entramado organizacional de las empresas e instituciones.

Lograr una intervención preventiva y paliativa puede ser relativamente sencillo si se tienen en cuenta variables que son relevantes durante el proceso de diseño inicial de una organización. O incluso, efectuando un rediseño parcial de los procedimientos o las condiciones ambientales, el enriquecimiento del puesto de trabajo, el clima organizacional , los horarios o los estilos de liderazgo. Sin embargo, será casi imposible la recuperación del trabajador ya "quemado". Para él probablemente será inevitable el cambiar de organización y/o de actividad.

Las consecuencias del problema son potencialmente muy serias, tanto para los profesionales como para las instituciones de que dependen, debido al incremento del absentismo laboral, la desmotivación laboral y la ineficacia del trabajo en equipo. Pero además de los problemas de tipo médico, con el sufrimiento humano que suponen, no debemos dejar de contemplar otros costos graves e importantes. En último término la principal víctima de esta situación es la propia sociedad que deja de recibir un servicio de la calidad que merece y necesita. 


Javier Gómez Segura, 2014

martes, 4 de junio de 2013

El instinto y la cólera

Clarissa Pinkola Estés
Las mujeres (y los hombres) tienden a dar por terminados los acontecimientos pasados diciendo: “yo/él/ella/ellos hicieron todo lo que pudieron”. Pero el hecho de decir “hicieron lo que pudieron” no equivale a perdonar. Aunque fuera cierta, esta perentoria afirmación excluye la posibilidad de sanar. Es algo así como aplicar un torniquete por encima de una profunda herida. Dejar el torniquete más allá de un determinado período de tiempo provoca gangrena por falta de circulación. El hecho de reprimir la cólera y el dolor no sirve de nada.

Si el instinto de una mujer ha resultado herido, ésta se enfrenta con varios retos relacionados con la cólera. En primer lugar, suele tener dificultades para reconocer la intrusión; tarda en percatarse de las violaciones territoriales y no percibe su propia cólera hasta que ésta se le echa encima. La rabia se abate sobre ella como en una emboscada.

Este desfase es el resultado de la lesión de los instintos de las niñas, causada por las exhortaciones que les suelen hacer a no reparar en los desacuerdos, a intentar poner paz a toda costa, a no intervenir y a resistir el dolor hasta que las cosas vuelvan a su cauce o desaparezcan provisionalmente. Tales mujeres no actúan siguiendo el impulso de la cólera que sienten sino que arrojan el arma o bien experimentan una reacción retardada varias semanas, meses o incluso años después, al darse cuenta de lo que hubieran tenido o podido decir o hacer.

Tal comportamiento no suele deberse a la timidez o a la introversión sino a una excesiva consideración hacia los demás, a un exagerado esfuerzo por ser amable en perjuicio propio y a una insuficiente actuación dictada por el alma. El alma salvaje sabe cuándo y cómo actuar, basta que la mujer la escuche. La reacción adecuada se compone de perspicacia y una adecuada cantidad de compasión y fuerza debidamente mezcladas. El instinto herido ha de curarse practicando la imposición de unos sólidos límites y practicando el ofrecimiento de unas firmes y, a ser posible, generosas respuestas que no cedan, sin embargo, a la tentación de la debilidad.



Una mujer puede tener dificultades en dar rienda suelta a su cólera incluso si esa supresión  resulta perjudicial para su vida, incluso en el caso de que ello la obligue a revivir obsesivamente unos acontecimientos de años atrás con la misma fuerza que si hubieran ocurrido la víspera. Insistir en hablar de un trauma y hacerlo con gran intensidad a lo largo de un determinado período de tiempo es muy importante para la curación. Pero, al final, todas las heridas se tienen que suturar y debe dejarse que se conviertan en tejido cicatricial.

La cólera o la rabia colectiva es también una función natural. Existe el fenómeno de la lesión de grupo, el dolor de grupo. Las mujeres que adquieren conciencia social, política o cultural descubren a menudo la necesidad de enfrentarse con la cólera colectiva que una y otra vez les recorre el cuerpo.

Desde un punto de vista psíquico es saludable que las mujeres experimenten semejante cólera. Y es psíquicamente saludable que utilicen esta cólera derivada de la injusticia para buscar los medios capaces de producir el cambio necesario. Pero no es psicológicamente saludable neutralizar la cólera con el fin de no sentir nada y, por consiguiente, no exigir la evolución y el cambio. Tal y como ocurre con la cólera de carácter personal, la cólera colectiva es también una maestra. Las mujeres pueden consultarla, hacerle preguntas en solitario o en compañía de otras mujeres y obrar en consecuencia. Existe una diferencia entre el hecho de llevar dentro una antigua cólera incrustada y el de agitarla con un nuevo bastón para ver a qué usos constructivos se puede aplicar.

La cólera constructiva se puede utilizar con provecho como motivación para la búsqueda o el ofrecimiento de apoyo, para la búsqueda de medios que induzcan a los grupos y a los individuos al diálogo o para exigir responsabilidades, progreso y mejoras. Esos son los procesos que las mujeres que adquieren conciencia han de seguir en las pautas de comportamiento. El hecho de experimentar unas profundas reacciones ante la falta de respeto, las amenazas y las lesiones forma parte de una sana psique. La reacción vehemente es una parte lógica y natural del aprendizaje acerca de los mundos colectivos del alma y la psique.



En caso de que la cólera vuelva a convertirse en un obstáculo para el pensamiento y la acción creativa, conviene suavizarla o modificarla. En las mujeres que se han pasado un considerable período de tiempo  superando un trauma, tanto si éste se debió a la crueldad, el olvido, la falta de respeto, la temeridad, la arrogancia o la ignorancia de alguien, como si se debió simplemente al destino, llega un momento en que hay que perdonar para que la psique pueda liberarse y recuperar su estado normal de paz y serenidad.

Cuando una mujer tiene dificultades para dar rienda suelta a la cólera o la rabia, ello suele deberse a que utiliza la cólera para fortalecerse. Y, si bien tal cosa pudo haber sido oportuna al principio, más tarde la mujer tiene que andarse con cuidado, pues una cólera permanente es un fuego que acaba quemando su energía primaria. La persistencia en dicho estado es algo así como pasar vertiginosamente por la vida y tratar de vivir una existencia equilibrada pisando el acelerador hasta el fondo.

Sin embargo el ardor de la cólera no se tiene que considerar un sucedáneo de una vida apasionada. No se trata de la vida en su plenitud; es una actitud defensiva que cuesta mucho mantener cuando esa actitud ya no es necesaria para protegerse. Al cabo de algún tiempo, la cólera arde hasta alcanzar unas temperaturas extremadamente altas, contamina nuestras ideas con su negro humo y obstruye otras maneras de ver y comprender.

Pero no pienso mentir descaradamente y decirle a una mujer que hoy o la semana que viene podrá eliminar toda su cólera y ésta desaparecerá para siempre. La ansiedad y el tormento del pasado afloran en la psique con carácter cíclico. Aunque una profunda purificación elimina buena parte del antiguo dolor y la antigua cólera, el residuo jamás se puede borrar por completo. Tiene que dejar unas ligeras cenizas, no un fuego devorador. Por consiguiente, la limpieza de la cólera residual debe convertirse en un ritual higiénico periódico que nos libere, pues el hecho de llevar la antigua cólera más allá del extremo hasta el que nos podía ser útil equivale a experimentar una constante ansiedad, por más que nosotras no seamos conscientes de ella.

A veces la gente se confunde y cree que el hecho de quedarse atascada en una antigua cólera consiste en armar alboroto, alterarse y arrojar objetos por ahí. En la mayoría de los casos no consiste en eso. Consiste más bien en una perenne sensación de cansancio, en andar por la vida bajo una gruesa capa de cinismo, en destrozar todo aquello que es esperanzador, tierno, prometedor. Consiste en tener miedo de perder antes de abrir la boca. Consiste en alcanzar por dentro el punto de ignición tanto si se nota por fuera como si no. Consiste en observar unos irritados silencios de carácter defensivo. Consiste en sentirse desvalida. Pero hay un medio de salir de esta situación y este medio es el perdón.

“Ah, ¿el perdón?”, dices. Cualquier cosa menos el perdón, ¿verdad? Sin embargo, tú sabes en lo más hondo de tu corazón que algún día, en algún momento, llegarás a ello. Puede que no ocurra hasta el momento de la muerte, pero ocurrirá. Piensa en lo siguiente: muchas personas tienen dificultades para conceder el perdón porque les han enseñado que se trata de un acto singular que hay que completar en una sola sesión. Pero no es así. El perdón tiene muchas capas y muchas estaciones. En nuestra cultura se tiene la idea de que el perdón ha de ser al ciento por ciento. O todo o nada. También se nos enseña que perdonar significa pasar por alto, comportarse como si algo no hubiera ocurrido. Tampoco es eso.

La mujer que es capaz de otorgar a alguien o a algo trágico o perjudicial un porcentaje del perdón del noventa y cinco por ciento es casi digna de la beatificación cuando no de la santidad. Un setenta y cinco por ciento de perdón y un veinticinco por ciento de “no sé si alguna vez podré perdonar del todo y ni siquiera sé si lo deseo” es más normal. Pero un sesenta por ciento de perdón acompañado de un cuarenta por ciento de “no sé, no estoy segura y todavía lo estoy pensando” está decididamente bien. Un nivel de perdón del cincuenta por ciento o menos permite alcanzar el grado de “obras en curso”. ¿Menos del diez por ciento? Acabas de empezar o ni siquiera lo han intentado en serio.

Pero, en cualquier caso, una vez has alcanzado algo más de la mitad, lo demás viene por sus pasos contados, por regla general con pequeños incrementos. Lo más importante del perdón es empezar y continuar. El cumplimiento es una tarea de toda la vida. Tienes todo el resto de la vida para seguir trabajando en el porcentaje menor. Está claro que, si pudiéramos comprenderlo todo, todo se podría perdonar. Pero la mayoría de la gente necesita permanecer mucho tiempo en el baño alquímico para llegar a eso. No importa. Contamos con la “sanadora” y, por consiguiente, tenemos la paciencia necesaria para cumplir la tarea.

Algunas personas, por temperamento innato, pueden perdonar con más facilidad que otras. En algunas se trata de un don, pero en la mayoría de los casos es un don que hay que aprender tal y como se aprende una técnica. Parece ser que la vitalidad y la sensibilidad esenciales afectan a la facilidad para pasar por alto las cosas. Una fuerte vitalidad y una alta sensibilidad no siempre permiten pasar fácilmente por alto las ofensas. No eres mala si te cuesta perdonar. Y no eres una santa si lo haces. Cada cual a su manera y todo a su debido tiempo.

Sin embargo, para poder sanar realmente, tenemos que decir nuestra verdad, no sólo nuestro pesar y nuestro dolor sino también los daños, la cólera y la indignación que se provocaron y también qué sentimientos de expiación o de venganza experimentamos. La vieja curandera de la psique comprende la naturaleza humana con todas sus debilidades y otorga el perdón siempre y cuando se diga la pura verdad. Y no solo concede una segunda oportunidad sino que muy a menudo concede varias oportunidades.

Veamos ahora cuáles son los cuatro niveles de perdón. Estas fases las he desarrollado y utilizado en mi trabajo con personas traumatizadas a lo largo de los años. Cada nivel tiene varios estratos. Se pueden aplicar en el orden que uno quiera y durante todo el tiempo que desee, pero yo los he dispuesto en el orden en el que animo a mis clientes a empezar a trabajar:

Las cuatro fases del perdón:

1.- Apartarse – Dejar correr.
2.- Tolerar – Abstenerse de castigar.
3.- Olvidar – Arrancar del recuerdo, no pensar.
4.- Perdonar – Dar por pagada la deuda

Apartarse

Para poder empezar a perdonar es bueno apartarse durante algún tiempo, es decir, dejar de pensar durante algún tiempo en aquella persona o acontecimiento. Eso no significa dejar algo por hacer sino más bien tomarse unas vacaciones. Eso evita que nos agotemos y nos permite fortalecernos de otra manera y disfrutar de otras felicidades en nuestra vida.

Es una buena práctica que nos prepara para la renuncia al cobro de la deuda que más tarde acompañará al perdón. Dejar la situación, el recuerdo, el asunto tantas veces como sea necesario. No se trata de pasar algo por alto sino de adquirir agilidad y fortaleza para poder distanciarnos del asunto. Apartarse quiere decir ponerse de nuevo a tejer, a escribir, ir a aquel océano, aprender o amar algo que nos fortalezca y distanciarnos del asunto durante algún tiempo. Es una actitud acertada, buena y saludable. Las lesiones del pasado acosarán mucho menos a una mujer si ésta le asegura a la psique herida que ahora le aplicará bálsamos suavizantes y más adelante abordará toda la cuestión de la causa de aquellas lesiones.

Tolerar

La segunda fase es la de la tolerancia, entendida en el sentido de abstenerse de castigar; de no pensar ni hacer ni poco ni mucho. Resulta extremadamente útil practicar esta clase de refrenamiento, pues con ello se condensa la cuestión en un lugar determinado y ésta no se derrama por todas partes. De esta manera, la mujer puede concentrarse en el momento en que empezará a pasar a la siguiente fase. Eso no significa quedarse ciega o muerta y perder la vigilancia defensiva. Significa contemplar la situación con una cierta benevolencia y ver cuál es el resultado.

Tolerar quiere decir tener paciencia, soportar, canalizar la emoción. Todas estas cosas son unas poderosas medicinas. Practícalas todo lo que puedas, pues se trata de una experiencia purificadora. No es preciso que las hagas; puedes elegir una de ellas, por ejemplo, la paciencia, y practicarla. Puedes abstenerte de hacer comentarios y murmullos de carácter punitivo, de comportarte con hostilidad o resentimiento. El hecho de abstenerse de aplicar castigos  innecesarios fortalece la integridad de la acción y del alma. Tolerar equivale a practicar la generosidad, permitiendo con ello que la gran naturaleza compasiva participe en cuestiones que previamente han provocado emociones que van desde una leve irritación a la cólera.

Olvidar

Olvidar significa arrancar de la memoria, negarse a pensar; en otras palabras, soltar, aflojar la presa, sobre todo de la memoria. Olvidar no significa comportarse como si el cerebro hubiera muerto. El olvido consciente equivale a soltar el acontecimiento, no insistir en que éste se mantenga en primer plano sino dejar más bien que abandone el escenario y se retire a un segundo plano.

Practicamos el olvido consciente, negándonos a evocar las cuestiones molestas, negándonos a recordar. El olvido es un esfuerzo activo, no pasivo. Significa no entretenerse con ciertas cuestiones y no darles vueltas, no irritarse con pensamientos, imágenes o emociones repetitivas. El olvido consciente significa abandonar deliberadamente las obsesiones, distanciarnos voluntariamente y perder de vista el objeto de nuestro enojo, no mirar hacia atrás y vivir en un nuevo paisaje, crear una nueva vida y unas nuevas experiencias en las que pensar, en lugar de seguir pensando en las antiguas. Esta clase de olvido no borra el recuerdo, pero entierra las emociones que lo rodeaban.

Perdonar

Hay muchos medios y maneras de perdonar una ofensa a una persona, una comunidad o una nación. Conviene recordar que el perdón “definitivo” no es una rendición. Es una decisión consciente de dejar de guardar rencor, lo cual significa perdonar una deuda y abandonar la determinación de tomar represalias. Tú eres la que tiene que decidir cuándo perdonar y qué ritual se deberá utilizar para celebrar el acontecimiento. Tú decides qué deuda no se tiene que seguir pagando.



Algunas personas optan por conceder un perdón total, eximiendo al ofensor de la obligación de pagar una indemnización ahora o más adelante. Otras optan por interrumpir el proceso, desistir de cobrar la deuda en su totalidad y decir que lo hecho hecho está y lo que se ha pagado hasta ahora es suficiente. Otra forma de perdón consiste en exonerar a una persona sin que ésta haya satisfecho ningún tipo de indemnización emocional o de otra clase.

Para algunas personas la conclusión del perdón significa mirar al otro con indulgencia, que es lo más fácil cuando se trata de ofensas relativamente leves. Una de las más profundas formas de perdón consiste en ofrecer de la manera que sea una compasiva ayuda al que nos ha ofendido. Lo cual no significa introducir la cabeza en el cesto de la serpiente sino responder desde una actitud de clemencia, seguridad y buena disposición.

El perdón es la culminación de todo lo precedente, toda la tolerancia y todo el olvido. No significa abandonar la propia protección sino la frialdad, una forma muy profunda de perdón consiste en no excluir al otro, en dejar de mantener distancias, ignorar o comportarse con frialdad o mantener actitudes falsas o condescendientes. Para la psique del alma es mejor limitar estrictamente el tiempo y las respuestas mordaces a las personas cuyo trato nos resulta difícil que comportarnos como maniquíes insensibles.

El perdón es un acto de creación. Se puede otorgar de muy variadas maneras. Se puede perdonar de momento, perdonar hasta entonces, perdonar hasta la próxima vez, perdonar pero no dar más oportunidades; el juego sería totalmente distinto si se produjera otro incidente. Se puede dar otra oportunidad, varias o muchas oportunidades o dar oportunidades con determinadas condiciones. Se puede perdonar en parte, en su totalidad o la mitad de una ofensa. Se puede otorgar un perdón general. La mujer es la que decide.


¿Cómo sabe la mujer si ha perdonado o no? En caso afirmativo tiende a compadecerse de la circunstancia en lugar de sentir cólera, tiende a compadecerse de la persona en lugar de estar enojada con ella. Tiende a olvidar lo que tenía que decir al respecto. Comprende el sufrimiento que dio lugar a la ofensa. Prefiere permanecer al margen. No espera nada. No quiere nada. Ningún estrecho lazo alrededor de los tobillos tira de ella desde lejos para arrastrarla hacia acá. Es libre de ir a donde quiera. Puede que la cosa no termine con un “vivieron felices y comieron perdices”, pero a partir de ahora estará esperándola con toda certeza un nuevo “había una vez” (Mujeres que corren con los lobos. Clarissa Pinkola Estés – 1998)