lunes, 23 de julio de 2012

Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mi y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano

El exilio tiene una larga y triste historia. Más larga que la existencia misma del término latino que refiere al "salir fuera" -ex: fuera, silium: salto- o, tal vez más fantásticamente, fuera del suelo, por que lo que es claro es que el exilio ha hecho referencia desde siempre al destierro como forma terrible de castigo, de venganza, de agresión, de violencia.

En español este término se instituye en la alta Edad Media, pero su uso frecuente se produce a partir de 1939. A partir de entonces el exilio, referido solamente a lo político en un primer momento, se extiende a la emigración por motivos económicos. Extensión esta que encierra una verdad profunda: tanto uno como otro son expresión de la violencia que ejerce una parte de la sociedad contra otra. Con todo, sin desconocer la similitud, también es cierto que el exiliado económico parte de su país con sentimientos de dolor y resentimiento contra una tierra que "no le dió trabajo, educación, salud o derecho a criar hijos".

Expulsados, son también "abandonantes": "el último que se vaya que apague la luz", sarcástica expresión del exiliado económico. Y van a otras tierras para afincarse y hacerlas suyas. El exiliado económico se va para quedarse, el exiliado político se va soñando volver.

Huyendo, al exiliado político le cabe el término de desterrado obligado a irse y sin poder volver. No eligió irse, lo expulsaron o fue la opción que le quedó: huir antes que caer preso o morir. Y los que debieron marcharse son los que más amaban a su tierra. Parten en medio del dolor y el amor. En su patria quedan los otros, insiliados. Si aquellos son desterrados, éstos quedan soterrados, enterrados, todos aterrados, desolados.

En diáspora van a otras tierras cuyas costumbres y códigos no conocen, a veces "errantes entre dos lenguas". Desconocidos, tratan de vivir, de sobrevivir, no sabiendo quienes son. En su patria se los conocía en el barrio, en el lugar de trabajo, en el gremio: eran personas; de pronto se dan cuenta que son personne (nadie).

Seres desterrados, desgarrados, desenraizados: "No debiera arrancarse a la gente de su tierra o su país, no a la fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida. Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, los colores. Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mi y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano".

¿Y dónde está su tierra? Allá lejos. Desde ella llegan cartas, familiares, amigos, en largos y recurrentes peregrinajes. A ella se acercan sin poder llegar. Los hijos van creciendo y se llenan de asombro cuando ven a sus padres reír o llorar ante las noticias. No comprendem, pero sienten, los enormes abrazos, los besos, las lágrimas en los encuentros con aquellos que a veces les habían ayudado a dar sus primeros pasos. Llegan de lejos seres que han oído nombrar, que conocen por fotos, o han escuchado su voz en cassettes. Vienen, lloran, hablan de una tierra que ellos no conocen o que poco recuerdan. Evocan cosas vividas juntos, les duelen los que han muerto, los que también mató el fascismo. Preguntan por presos, por amigos, por lugares.... Llegan y parten en medio de lágrimas.

¿Qué objeto es este que se comparte, tan querido y anhelado, tan soñado? Es el "objeto nostálgico" propio de los exiliados. Su relación con él no es lo característico del duelo, porque en éste el objeto está perdido por muerto. En cambio el "objeto nostálgico" no está muerto, está vivo, pero está impedido el acceso a él. Por eso la nostalgia, el deseo doloroso del retorno. El objeto está lejos "y yo sin él y él sin mi", pero no está irremediablemente perdido. Viven en otro lado pero luchan por volver a él, sueñan con el retorno. El objeto nostálgico no es el país que fue, tampoco al que van a volver. Es todo eso pero mucho más. Es la tierra que pobló la infancia: "yo no me voy a avergonzar de mis tristezas, mis nostalgias. Extraño la callecita donde mataron a mi perro, y yo lloré junto a su muerte, y estoy pegado al empedrado con sangre donde mi perro se murió, existo todavía a partir de eso, existo de eso, soy eso, a nadie pediré permiso para tener nostalgia de eso".


Pero no es sólo el pasado que pasó; es también el pasado que no fue, las fantasías que soñamos, que nos soñaron y que aún viven allí. "Ahora he empezado a querer a París, pero ¿te das cuenta? ¿Cómo puedo vivir nueve meses bajo este cielo gris? Y pienso, alucino, aquel cielo y aquel sol".

Es en este sentido que el objeto nostálgico es como un muerto-vivo y todo se confunde: lo real y lo imaginario, lo extremo y lo interno, el sujeto y el objeto, el ayer y el hoy. Y así andan los desterrados, divididos entre el yo presente del hoy doloroso y su otro yo en un futuro entre incierto y esperanzado......
Parten algunos y "los que aún no volvemos sentimos grandes vacíos"...

Nuevas marchas, desarmar (desamar) la casa, trabajo de retorno, y los temores; algunos saben que lo que van a encontrar dista mucho de lo soñado: "hay que ir perdiendo los miedos al reencuentro. Las fantasías vuelan y están teñidas del temor de no tener lugar. ¡Tantas cosas! ¿Me podré integrar a algo? ¿Cómo encontraré a la gente? ¿Cómo me podré preparar? La distancia abruma, no permite ver matices. Uno se pierde.....

Angustias y nuevos temores persecutorios de no ser reconocidos. En el momento del "encuentro" con el objeto nostálgico, intuyen que no lo van a encontrar y que ese objeto es utópico y atópico (sin lugar, sin realidad). La no existencia del objeto es vivida como desencuentro con los seres porque no hay desexilio posible, no hay acto que anule y conjure el exilio.

Nuevos duelos por lo doblemente perdido: por el país que nos cobijó y por la tierra soñada no encontrada. Pero aún así, como dice Neruda:

Vuelvo..
más joven y más viejo
esta vez como siempre he regresado,
más joven por amor, amor, amor...
más viejo porque sí, porque me muerden
los relojes, los meses, los agudos
dientes del calendario
lo que fui ayer, allá a lo lejos
aquí lo traigo aquí
lo dejaré a tus pies
áspera y dulce, pequeña patria mía.



Daniel Gil (en el prólogo de Fracturas de Memoria. Maren y Marcelo Viñar: 1993)

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