
¡Pero resulta que no! En realidad no se cumplió ninguna de estas expectativas. El 90% de las charlas entre los reclusos giró en torno a la prisión. Sólo un simple 10% giró en torno a temas de carácter personal o autobiográfico que no tenían relación con la experiencia en la prisión. Los principales temas de conversación eran la comida, el acoso de los carceleros, la formación de una comisión de quejas, elaborar planes de fuga, las visitas, y la conducta de los reclusos de las otras celdas y de los encerrados en aislamiento.
Cuando tenían la oportunidad de distanciarse un poco del acoso de los carceleros y del tedio de programa de actividades, de trascender su papel de reclusos y establecer su identidad personal en alguna interacción social, no lo hacían. El rol de recluso dominaba todas sus expresiones individuales y el entorno de la prisión impregnaba todas sus actitudes y preocupaciones, obligándoles a adoptar una orientación temporal basada en el presente. La presencia o ausencia de alguien que les vigilara no tenía importancia.
Al no compartir con nadie sus expectativas pasadas y futuras, lo único que cada recluso sabía de los demás se basaba en observar cómo actuaban en el presente. Sabemos que lo que podían ver de los demás durante los recuentos y otras actividades degradantes era una imagen negativa. Esa imagen era lo único que tenían para hacerse una idea de la personalidad de sus compañeros. El hecho de que los reclusos se centraran en la situación inmediata también contribuyó a crear una mentalidad que intensificaba la negatividad de sus experiencias. En general, solemos hacer frente a las situaciones negativas encapsulándolas en una perspectiva temporal que combina la idea de un futuro diferente y mejor con el recuerdo de un pasado agradable.
Esta intensificación autoimpuesta de la mentalidad propia de un recluso tuvo una consecuencia aún más negativa: los reclusos empezaron a adoptar y a aceptar las imágenes negativas que los carceleros habían creado de ellos. La mitad de todas las interacciones privadas entre los reclusos se pueden clasificar de insolidarias y poco cooperadoras. Peor aún, cuando los reclusos hacían afirmaciones que evaluaban a sus compañeros o que expresaban el concepto que tenían de ellos, ¡el 85% eran comentarios de desprecio o desfavorables en general! Este porcentaje es estadísticamente significativo: el hecho de centrarse en temas relacionados con la prisión en lugar de temas ajenos a ella sólo se daría al azar una vez de cada cien, mientras que el hecho de hacer atribuciones negativas a los otros reclusos en lugar de atribuciones positivas o neutras sólo se daría al azar cinco veces de cada cien. Esto significa de que estos efectos conductuales son “reales” y que no cabe atribuirlos a fluctuaciones aleatorias en las conversaciones de los reclusos mientras se hallaban en la intimidad de sus celdas.

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