miércoles, 1 de agosto de 2012

El otro como despreciable

Una de las peores cosas que podemos hacer a otro ser humano es privarle de su humanidad, despojarlo de todo valor mediante el proceso psicológico de la deshumanización. Esto sucede cuando pensamos que los "otros" no tienen los mismos sentimientos, pensamientos, valores y metas que nosotros. Rebajamos o borramos de nuestra conciencia toda cualidad humana que esos "otros" puedan tener en común con nosotros. Lo hacemos mediante los mecanismos psicológicos de la intelectualización, la negación y el aislamiento de las emociones. En contraste con las relaciones humanas, que son subjetivas, personales y emocionales, las relaciones deshumanizadas tienen un carácter objetivo y analítico y carecen de empatía o de contenido emocional.
Usando los términos de Martin Buber, las relaciones humanizadas son "yo-tú", mientras que las relaciones deshumanizadas son "yo-eso". Con el tiempo, la persona deshumanizadora suele ser absorbida por la negatividad de la experiencia y luego el "yo" mismo cambia para producir una relación "eso-eso" entre objetos, o entre la persona y la víctima. El hecho de ver a esos "otros" como subhumanos, inhumanos, infrahumanos, prescindibles o "animales" se facilita mediante etiquetas, estereotipos, consignas e imágenes propagandísticas.

A veces la deshumanización desempeña una función adaptativa para alguien que deba suspender su respuesta emocional habitual en una emergencia, en una crisis o en una situación de trabajo que exija invadir la intimidad de otras personas. Puede que los cirujanos tengan que hacerlo al llevar a cabo operaciones que violen el cuerpo de otra persona, y lo mismo pueden tener que hacer las primeras personas que responden a un desastre. Suele ocurrir lo mismo cuando una persona desempeña un trabajo que le exige atender a muchas otras. En algunas profesiones de naturaleza asistencial, como la psicología clínica, la asistencia social o la medicina, este proceso recibe el nombre de "preocupación indiferente". El profesional se encuentra en la posición paradójica de tener que deshumanizar a los clientes para ayudarlos o curarlos.
 
La deshumanización suele facilitar la realización de actos abusivos y destructivos contra las personas que se cosifican de este modo. "Hacía que se insultaran unos a otros, les hacía limpiar los retretes con las manos. Prácticamente llegué a ver a los internos como si fueran ganado y no dejaba de pensar: no debo quitarles el ojo de encima por si están tramando algo". Es difícil imaginar que uno de nuestros carceleros pudiera caracterizar de este modo a los reclusos, otros estudiantes universitarios como él que, de no ser porque la moneda cayó del lado malo, estarían llevando su uniforme.

Otro carcelero del EPS nos da un ejemplo más: "Estaba harto del hedor de la prisión, de ver a los reclusos con harapos y oliendo tan mal. Veía como se atacaban unos a otros porque se lo ordenábamos".

Como ocurre en las prisiones de verdad, el experimento de la prisión de Stanford creó una ecología de la deshumanización mediante muchísimos mensajes directos que se repetían constantemente. Empezó con la pérdida de libertad, se extendió hasta la pérdida de intimidad y finalmente llegó a la pérdida de la identidad personal. Separó a los internos de su pasado, de su comunidad y de su familia y sustituyó su realidad habitual por una realidad presente que les obligaba a convivir con otros reclusos en una celda anónima y sin espacio personal. Su conducta estaba dictada por unas normas coactivas externas y por las decisiones arbitrarias de los carceleros.En un nivel mucho más sutil, en nuestra prisión, como en todas las prisiones que conozco, las emociones estaban reprimidas, inhibidas, distorsionadas. Al cabo de unos pocos días, las emociones relacionadas con el afecto y la bondad habían desaparecido de los carceleros y los reclusos.


En los entornos institucionales, la expresión de las emociones humanas se reprime porque representan unas reacciones individuales impulsivas y con frecuencia imprevisibles, cuando lo que se espera es una uniformidad de las reacciones colectivas. Los reclusos del EPS se vieron deshumanizados de muchas maneras por el trato de los carceleros y por unos procedimientos institucionales degradantes. Sin embargo, no tardaron en agravar ellos mismos esta deshumanización reprimiendo sus respuestas emocionales salvo cuando se "desmoronaron". Las emociones son esenciales para la humanidad. Mantener las emociones bajo control es esencial en las prisiones porque son una señal de debilidad y vulnerabilidad para los carceleros y para los otros reclusos (Philip Zimbardo. El efecto Lucifer, 2008)

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