domingo, 22 de enero de 2012

Arrepentimiento y reconciliación

Quiero empezar mi reflexión sobre el arrepentimiento recordando dos ideas que nos asaltan habitualmente a la hora de tratar este tema: ¿El arrepentido es un cobarde que no tiene valor para soportar las consecuencias de sus actos? ¿Sólo se arrepienten los derrotados?

Un primer aspecto que creo necesario reconocer, y que nos comentan habitualmente los psiquiatras que trabajan con nosotros en la asociación, es que los seres humanos tendemos a confundir el arrepentimiento con situaciones de auto tormento, enfado con nosotros mismos e incluso con comportamientos patológicos.

Todo esto es totalmente cierto, pero en ningún caso debe llevarnos a desautorizar o desacreditar el verdadero arrepentimiento, que por muy complejo que parezca, sinceramente, creo que está al alcance de todos los hombres.

El hombre que ha ejercido una violencia injusta sobre otras personas no puede hacer desaparecer la realidad de sus acciones y consecuencias; sin embargo, puede imprimir una nueva dirección a su vida con tal de que le sea posible obrar con libertad. Quien se arrepiente sinceramente expulsa de su interior la tendencia que le llevó a realizar ese mal, se libera de la férrea concatenación entre la culpa anterior y las nuevas, haciéndose libre para un nuevo comienzo. Max Scheler ha dicho al respecto que "el arrepentimiento engendra el rejuvenecimiento de la costumbre".

El arrepentimiento es una actitud legítima y reconocible del hombre, aunque no debe confundirse con los buenos propósitos. Hay gente que anuncia una gran serie de buenas intenciones, pero en ningún momento se arrepiente de su comportamiento anterior, con lo cual deslegitima en parte sus buenos planteamientos para el futuro. El arrepentimiento en sentido puro realiza una liberación del ser humano y permite tomar nuevamente posesión de la propia persona frente a la carga de culpas que sustente de sus comportamientos pasados.

Muchos pueden ser los obstáculos para este arrepentimiento. Uno de ellos es la soberbia, que provoca un empecinado y falso orgullo que los lleva a defender con testarudez los errores cometidos. En ocasiones, incluso cuanto más profunda es la culpa mayor es la soberbia que nos impide reconocer nuestros fallos.

Rendirse ante uno mismo superando la vergüenza y admitir la mala acción cometida suele ser lo que más cuesta. Estos comportamientos basados en la inevitable soberbia no deben inducirnos a pensar que el arrepentimiento es imposible cuando es algo perfectamente alcanzable para todos los seres humanos. Es más, cuando el arrepentimiento vence y supera la presión del orgullo, se abren las puertas a la veracidad para con uno mismo.

Arrepentirse y reconocerse culpable no es una manifestación patológica sino un acto de madurez, porque implica la superación de la propia imperfección (Ana María Vidal-Abarca -1999- Perdones difíciles)

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