viernes, 17 de junio de 2011

Lo único ilimitado y universal es la responsabilidad.

La memoria de las víctimas es la memoria de daños a seres inocentes, es decir, de injusticias. Esto vale también para ETA. Quienes sufren, o han sufrido la muerte, la extorsión, las torturas o el miedo han sido objeto de unos daños que hay que especificar, porque son injusticias a las que hay que hacer justicia. Podríamos hablar de un triple daño: a) un daño material a sus personas y a la de los suyos. Esto exige reparación material de lo reparable y memoria de lo irreparable; b) un daño político. Pensamos que el criminal, cuando mata, lo hace en el supuesto de que el asesinado está de más en la sociedad por la que él lucha. No le necesita, le estorba, no vale nada. Le está negando su ser ciudadano, su derecho a la ciudadanía; c) un daño social. Esa muerte política afecta profundamente a la sociedad en la que se produce el terror, pues, por un lado, se la empobrece al privarse la sociedad tanto de la ciudadanía de la víctima (que se mata) como de la ciudadanía del asesino (que se autoexcluye al convertirse en delincuente); y, por otro, divide a la sociedad vasca entre quienes comulgan, aprueban, toleran o callan ante la causa del terrorista y quienes padecen la violencia de esa causa. Lo que se quiere decir es que el daño a las víctimas es algo más que un sufrimiento privado, pues afecta a toda la estructura social.

Una respuesta política justa al terrorismo etarra tiene que tener en cuenta todos estos elementos, es decir, debería consistir en reparación de lo reparable y memoria de lo irreparable; en reconocimiento de la centralidad política de la ciudadanía de la víctima, negada por el terror, y por tanto, en cuestionamiento de todo planteamiento excluyente (esto alcanza al llamado nacionalismo moderado); en asumir que la superación de esta sociedad dividida y empobrecida plantea el problema de una recuperación de la víctima y del verdugo. Este es un asunto particularmente delicado, pues obliga a pensar los pasos que partiendo de la memoria y pasando por el perdón, entendido como virtud política, pueden conducir a la reconciliación. Todo pasa por el perdón que es un gesto gratuito de la víctima (lo puede dar o no, es su derecho), pero no gratis, pues implica que el victimario reconozca que lo que hizo no fue un acto-heróico-por-la-causa, sino el asesinato de un inocente. Gracias a la significación de las víctimas nos está vedado dar soluciones políticas al terrorismo etarra que consistan en pasar página; o dicho de otra manera, el eje de una solución política, moralmente aceptable, pasa por hacer justicia a las víctimas (Manuel Reyes-Mate, 2010)

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