viernes, 12 de octubre de 2012

Yo soy el amo de mi destino: Yo soy el capitán de mi alma

Nacido en Gloucester, Inglaterra, el 23 de agosto de 1849, el poeta, editor y crítico literario, William Ernest Henley era el mayor de una familia de seis hijos. Su padre era un librero y papelero que murió en 1868 dejando a la familia con bastantes deudas, su madre, Mary Morgan, era descendiente del poeta y crítico, Joseph Warton.

Entre 1861 y 1867 Henley fue alumno de la Crypt School, escuela de educación secundaria fundada en 1539 y que en aquellos momentos (entre 1857 y 1863) estaba dirigida por el brillante poeta y académico T.E. Brown. Aunque breve, la relación de Henley con su profesor supuso una verdadera revelación ya que le permitió conocer a un poeta y un "hombre de genio, el primero que había visto nunca". Este fue el comienzo de una amistad para toda la vida.

Desde la edad de 12 años le había sido diagnosticada una artritis tuberculosa que a menudo le impedía acudir a la escuela y que años después hizo necesaria la amputación de su pierna izquierda, justo por debajo de la rodilla. El otro pie se pudo salvar gracias a una cirugía radical practicada por el famoso cirujano Joseph Lister de la Royal Infirmary de Edimburgo.  En 1867 había logrado pasar con éxito el examen de entrada a la Universidad de Oxford, pero a causa de esta intervención quirúrgica se vio obligado a pasar tres años en el hospital (1873-1875), lugar donde escribió varios poemas de verso libre con los que posteriormente se granjeó una importante reputación.

Entre sus libros de poemas destacan “A Book of Verses” (1888), donde publicó por primera vez uno de los poemas que había escrito en 1875, en la cama del hospital, poema que aún no tenía título, pero que posteriormente llegaría a ser uno de sus poemas más conocidos: "Invictus”.

Otros importantes libros de poemas serán "Canción de la espada" (1892), "London Voluntaries" (1893), "Colección de Poemas" (1898), "Hawthorn and Lavender" (1901) y el libro titulado "In Hospital" (1903), donde volverá a publicarse el poema, esta vez ya titulado con esa palabra latina que denomina esta condición de inconquistable:

INVICTUS

Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.

 Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su insondable abismo,
agradezco a los dioses si existen,
por mi alma invicta.

Caído en las garras de la circunstancia,
nadie me vio llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.

Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años,
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.

No importa cuán estrecho sea el camino,
cuán cargada de castigo la sentencia.
Soy el amo de mi destino;
soy el capitán de mi alma.

Se dice que "Invictus" fue escrito como una demostración de su capacidad de recuperación después de la amputación de su pie debido a la infección tuberculosa. Este poema apasionado y desafiante se puede comparar con su aceptación hermosa y contemplativa de la muerte y el morir que muestra en otro impresionante poema: "Margaritae Sorori”.





MARGARITAE SORORI


A late lark twitters from the quiet skies:
And from the west,
Where the sun, his day’s work ended,
Lingers as in content,
There falls on the old, gray city
An influence luminous and serene,
A shining peace.             

The smoke ascends
In a rosy-and-golden haze. The spires
Shine, and are changed. In the valley
Shadows rise. The lark sings on. The sun,
Closing his benediction,              
Sinks, and the darkening air
Thrills with a sense of the triumphing night—
Night with her train of stars
And her great gift of sleep.       

So be my passing!
My task accomplished and the long day done,
My wages taken, and in my heart
Some late lark singing,
Let me be gathered to the quiet west,
The sundown splendid and serene,
Death.

Un último gorjeo de alondra desde los cielos tranquilos;
Y desde el oeste,
donde el sol, su jornada de trabajo terminada,
persiste en sí contenido,
allí cae en la ciudad vieja, gris,
una influencia luminosa y serena,
una paz que brilla.

El humo asciende
en una nube color de rosa-y-dorado. Las agujas
brillan, y se cambian. En el valle,
sombras aumentando. La alondra canta. El sol,
cerrando su bendición,
hundiéndose, y el aire oscureciendo
emociones con un sentido de la noche triunfante -
Noche con su séquito de estrellas
Y su gran don del sueño.

Así mi muerte!
Mi tarea realizada y cumplido el día,
mi sueldo recibido, y en mi corazón
alguna alondra tardía cantando,
Permítanme ser recogido por el oeste tranquilo,
La puesta del sol espléndido y sereno,
Muerte.

Este poema estaba dedicado a su pequeña hija Margaret que murió, a los 5 años de edad, de tuberculosis, y a la que su gran amigo, el famoso autor Sir James M. Barrie solía llamar su "fwendy-wendy", nombre que, en su honor, inmortalizó en el personaje de Wendy de su clásico infantil “Peter Pan”.


Henley fue crítico y editor de la “Art Review” (1882-86), y en 1889 se convirtió en el editor del “Scots Observer”,  una revista de Edimburgo similar a la antigua Saturday Review que más tarde se convertiría en el “National Observer” y que dirigió, ya desde Londres, hasta 1893. Su periódico publicó los primeros trabajos de Thomas Hardy (1840-1928), George Bernard Shaw (1856-1950), H.G. Wells (1866-1946) y Rudyard Kipling (1865-1936). También editó (junto a T.F. Henderson) la edición centenaria de los poemas de Robert Burns, y fue uno de los compiladores de un diccionario en 7 volúmenes de idiomas (1894-1904). Gracias a su actividad editorial pudo entablar amistad con escritores y artistas de gran prestigio.




Otro de sus amigos muy cercanos fue Robert Louis Stevenson que, inspirado en el gran tamaño de Henley, su carisma personal y su incapacitación física, nos dejó otro legado literario en la forma de “Long John Silver”, ese personaje de su novela, la "Isla del Tesoro" (1883), que describía como "jovial, brillante, asombrosamente inteligente, compañero de anchos hombros, con pata de palo, una muleta, una gran barba roja y una carcajada que retumba como música".

El propio Stevenson, en una carta escrita a Henley poco después de la publicación de “La isla del tesoro” escribió: “la idea del hombre mutilado, dominante y de voz atronadora, fue tomada totalmente de ti”.


La fuente de inspiración que ha supuesto la figura de Henley y su poema “Invictus” no acaba aquí. Así, en la película del mismo nombre, producida y dirigida por Clint Eastwood en el año 2009, y protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, se hace referencia al poema en varias ocasiones.

La película cuenta los primeros años vividos en Sudáfrica tras la abolición del sistema segregacionista del Apartheid. Años después de su liberación en 1990, el líder activista Nelson Mandela logra llegar a la presidencia de Sudáfrica, y desde ese puesto se dispone a construir una política de reconciliación entre la mayoría negra, que fue oprimida en el Apartheid, y la minoría blanca, que se muestra temerosa de un posible revanchismo por parte del nuevo gobierno.

Para tal fin, Mandela fija su atención en la selección sudafricana de rugby, conocida como "Springboks". Este equipo no pasa por una buena racha deportiva y sus fracasos se acumulan; además, no cuenta con el apoyo de la población negra, que lo identifica con las instituciones del apartheid. Mandela se da cuenta de que la población negra asistía a los juegos de los "Springboks" solo para apoyar a los contrarios, algo que él recordó que también hacía cuando estaba en prisión.

Debido a que Sudáfrica sería la sede de la Copa Mundial de Rugby de 1995, a un año de aquel entonces, Mandela decide apoyar al equipo nacional y para ello convence a las nuevas autoridades del Comité de Deportes Sudafricano, compuesta en su mayoría por dirigentes de raza negra, de que se unan a él en el apoyo a los "Springboks". Mandela convoca entonces al capitán del equipo, François Pienaar, a una reunión en la cual le señala que el triunfo de la selección de rugby en la Copa Mundial sería un logro capaz de unir e inspirar a una nación, y como muestra de ello, comparte con el deportista el poema escrito por Henley que le sirvió de inspiración durante sus años de prisión.


Henley murió el 11 de julio de 1903 a los 53 años en su casa de Woking (cerca de Londres) y sus cenizas fueron enterradas en la tumba de su pequeña hija Margaret, en el cementerio de Cockayne Hatley en Bedfordshire.
 Javier Gómez Segura (2012)


lunes, 1 de octubre de 2012

Inimaginable

Los hombres ya han vuelto a tomar contacto con la amabilidad. Se cruzan, acercándoseles mucho, con los soldados americanos, miran sus uniformes. La vista de los aviones que vuelan muy bajo les produce placer. Pueden dar la vuelta al campo si lo desean, pero si quisieran salir les dirían –de momento- simplemente: “Está prohibido, vuelvan a entrar, por favor”.
 
Son amables con ellos, y ellos también son amables. Cuando les dicen: “van ustedes a comer”, se lo creen. Desde ayer ya no desconfían de nada. Sin embargo, no pueden decir que estos soldados los quieran especialmente. Son soldados. Vienen de lejos, de Tejas, por ejemplo; han visto muchas cosas. Sin embargo, no se esperaban esto. Acaban de destapar un extraño puchero. Es una ciudad extraña. Hay muertos por el suelo, en medio de la basura, y unos tíos que se pasean alrededor. Los hay que miran insistentemente a los soldados. También los hay acostados en el suelo, con los ojos abiertos, que ya no miran nada. Hay también tipos que hablan correctamente y que saben cosas sobre la guerra. También hay tipos que se sientan al lado de las basuras y se quedan cabizbajos indefinidamente.
Los soldados piensan quizás que no hay gran cosa que decirles. Los han liberado. Sus músculos y sus fusiles. Pero no tienen nada que decir. Es horroroso, sí, eso es cierto, ¡esos alemanes son algo más que unos bárbaros! Frightful, yes, frightful! Sí, verdaderamente horroroso.
Cuando el soldado dice esto en voz alta, algunos intentan contarle cosas. El soldado escucha al principio, luego los tipos ya no paran: ellos cuentan, cuentan, y en seguida el soldado deja de escuchar.
Algunos mueven la cabeza y sonríen apenas al mirar al soldado, de modo que el soldado podría creer que lo desprecian un poco. Es porque la ignorancia del soldado se hace patente, inmensa. Y al preso se le revela por primera vez su propia experiencia, como ajena a él, en su totalidad. Delante del soldado, bajo esa reserva, ya siente surgir dentro de sí el sentimiento de poseer, de ahora en adelante, una especie de conocimiento infinito, intransmisible.
También hay otros que dicen con el soldado y con su mismo tono: “¡Sí, es escalofriante!” Éstos son mucho más humildes que los que no hablan. Al repetir la expresión del soldado, le dejan creer que no hay lugar para otro juicio que no sea el que él emite; le dejan creer que él, un soldado que acaba de llegar, que está limpio y es fuerte, ha captado cabalmente toda esta realidad, ya que ellos mismos, presos, dicen lo mismo que él al mismo tiempo, con el mismo tono; que de alguna manera están de acuerdo. Finalmente, algunos parecen haberlo olvidado todo. Miran al soldado sin verlo.
Las historias que los tipos cuentan son todas ciertas. Pero se necesita mucha habilidad para transmitir una parcela de verdad, y, en estas historias, no existe esta habilidad capaz de vencer la obligada incredulidad. Aquí habría que creerlo todo, pero la verdad, al ser oída, puede resultar más pesada que una fabulación. Una pizca de verdad bastaría, un ejemplo, una noción. Pero aquí cada cual tiene más de un ejemplo que ofrecer, y hay millares de hombres. Los soldados se pasean por una ciudad en la que sería necesario unir todas las historias una tras otra, en la que nada es desdeñable. Pero nadie tiene ese vicio. La mayoría de las conciencias se contentan con poco y con algunas palabras se forman una opinión definitiva de lo que no se puede llegar a conocer. Entonces por fin se cruzan tranquilamente con nosotros, se acostumbran al espectáculo de esos miles de muertos y de agonizantes (Es más, más adelante incluso, cuando Dachau esté en cuarentena a causa del tifus, llegarán a meter en la cárcel a algunos presos que quieren salir del campo a toda costa).
 
Inimaginable es una palabra que no divide, que no restringe. Es la palabra más cómoda. Pasearse con esta palabra como escudo, la palabra del vacío, y ya está; el paso coge aplomo, se vuelve firme, la conciencia se recupera (Robert Antelme. La especie humana, 1947)