lunes, 1 de octubre de 2012

Inimaginable

Los hombres ya han vuelto a tomar contacto con la amabilidad. Se cruzan, acercándoseles mucho, con los soldados americanos, miran sus uniformes. La vista de los aviones que vuelan muy bajo les produce placer. Pueden dar la vuelta al campo si lo desean, pero si quisieran salir les dirían –de momento- simplemente: “Está prohibido, vuelvan a entrar, por favor”.
 
Son amables con ellos, y ellos también son amables. Cuando les dicen: “van ustedes a comer”, se lo creen. Desde ayer ya no desconfían de nada. Sin embargo, no pueden decir que estos soldados los quieran especialmente. Son soldados. Vienen de lejos, de Tejas, por ejemplo; han visto muchas cosas. Sin embargo, no se esperaban esto. Acaban de destapar un extraño puchero. Es una ciudad extraña. Hay muertos por el suelo, en medio de la basura, y unos tíos que se pasean alrededor. Los hay que miran insistentemente a los soldados. También los hay acostados en el suelo, con los ojos abiertos, que ya no miran nada. Hay también tipos que hablan correctamente y que saben cosas sobre la guerra. También hay tipos que se sientan al lado de las basuras y se quedan cabizbajos indefinidamente.
Los soldados piensan quizás que no hay gran cosa que decirles. Los han liberado. Sus músculos y sus fusiles. Pero no tienen nada que decir. Es horroroso, sí, eso es cierto, ¡esos alemanes son algo más que unos bárbaros! Frightful, yes, frightful! Sí, verdaderamente horroroso.
Cuando el soldado dice esto en voz alta, algunos intentan contarle cosas. El soldado escucha al principio, luego los tipos ya no paran: ellos cuentan, cuentan, y en seguida el soldado deja de escuchar.
Algunos mueven la cabeza y sonríen apenas al mirar al soldado, de modo que el soldado podría creer que lo desprecian un poco. Es porque la ignorancia del soldado se hace patente, inmensa. Y al preso se le revela por primera vez su propia experiencia, como ajena a él, en su totalidad. Delante del soldado, bajo esa reserva, ya siente surgir dentro de sí el sentimiento de poseer, de ahora en adelante, una especie de conocimiento infinito, intransmisible.
También hay otros que dicen con el soldado y con su mismo tono: “¡Sí, es escalofriante!” Éstos son mucho más humildes que los que no hablan. Al repetir la expresión del soldado, le dejan creer que no hay lugar para otro juicio que no sea el que él emite; le dejan creer que él, un soldado que acaba de llegar, que está limpio y es fuerte, ha captado cabalmente toda esta realidad, ya que ellos mismos, presos, dicen lo mismo que él al mismo tiempo, con el mismo tono; que de alguna manera están de acuerdo. Finalmente, algunos parecen haberlo olvidado todo. Miran al soldado sin verlo.
Las historias que los tipos cuentan son todas ciertas. Pero se necesita mucha habilidad para transmitir una parcela de verdad, y, en estas historias, no existe esta habilidad capaz de vencer la obligada incredulidad. Aquí habría que creerlo todo, pero la verdad, al ser oída, puede resultar más pesada que una fabulación. Una pizca de verdad bastaría, un ejemplo, una noción. Pero aquí cada cual tiene más de un ejemplo que ofrecer, y hay millares de hombres. Los soldados se pasean por una ciudad en la que sería necesario unir todas las historias una tras otra, en la que nada es desdeñable. Pero nadie tiene ese vicio. La mayoría de las conciencias se contentan con poco y con algunas palabras se forman una opinión definitiva de lo que no se puede llegar a conocer. Entonces por fin se cruzan tranquilamente con nosotros, se acostumbran al espectáculo de esos miles de muertos y de agonizantes (Es más, más adelante incluso, cuando Dachau esté en cuarentena a causa del tifus, llegarán a meter en la cárcel a algunos presos que quieren salir del campo a toda costa).
 
Inimaginable es una palabra que no divide, que no restringe. Es la palabra más cómoda. Pasearse con esta palabra como escudo, la palabra del vacío, y ya está; el paso coge aplomo, se vuelve firme, la conciencia se recupera (Robert Antelme. La especie humana, 1947)
 
 
 

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