lunes, 15 de junio de 2015

La vida como obra de arte

Rafael Echeverría
Desde el camino del poder el ser humano se define, no como un ente contemplativo que se deleita en la observación de la verdad, tampoco como un alma en pena que transita por un camino de pruebas y sufrimientos, sino como un creador de su propia vida. El atributo fundamental de los seres humanos es su capacidad de actuar y, a través de ella, su capacidad de participar en la generación de sí mismo y de su mundo.

De todas las cosas que los seres humanos pueden crear nada posee la importancia que exhibe la capacidad de participar en la creación de su propia vida. Toda otra forma de creación sirve a esta, su obra principal: la vida. Desde esta perspectiva la comprensión del ser humano no se agota al concebirlo a través de la figura del político. Es más, ésta resulta completamente insuficiente. Por sobre tal figura se levanta ahora otra, la del ser humano como artista, como partícipe en la creación de su vida, como iniciado en el milagro y misterio de la invención de sí mismo.

El camino del poder es, en consecuencia, el camino de la creación. El ser humano es, ante todo, un ser creador. Como creador, nos dice Nietzsche, el ser humano se trasciende a sí mismo y deja de ser su propio contemporaneo. Pero en la creación surge otro aspecto importante: se transforma en un ser libre.
Friedrich Nietzsche

Creación y libertad se requieren mutuamente. Nuestra capacidad de creación nos hace libres. Pero así como la creación es el ejercicio de la libertad, esta última sólo emerge en el acto creativo. La libertad, en el sentido más profundo, no es una condición jurídica, sino una condición del alma humana.

El Concebir al ser humano en tanto artista que hace de su vida su gran obra de arte nos lleva a hacer algunas consideraciones adicionales.

La primera de ellas guarda relación con abrir espacio a las fuerzas destructivas que acompañan a toda creación. Si aceptamos la creación tenemos que aceptar también la destrucción. Como nos enseña Heráclito, no hay una sin la otra. No podemos trascendernos y alcanzar otras formas de ser sin dejar de ser quienes fuimos, sin abandonar nuestras formas anteriores de ser. Y ello resulta un desafío crucial en la vida. Para trascendernos debemos estar dispuestos a sacrificar nuestras formas presentes de ser. No hay trascendencia sin sacrificio, sin estar dispuesto a soltar aquello que pareciera sujetarnos sin antes haber encontrado un nuevo punto de apoyo.

Quien no pueda desprenderse de sí mismo restringe sus posibilidades de trascendencia. Toda trascendencia, por lo tanto, se nos presenta como un salto al vacío, como un sumergirse en la nada, en el principio de disolución del que somos para, desde allí, volver a emerger en las aguas de la vida. El camino del poder y, por consiguiente, de la creación es el camino del riesgo, de la vida como apuesta.


Optar por el camino del poder implica, en consecuencia, asegurar las condiciones emocionales que resultan necesarias para permitir tanto la creación como la destrucción, aspectos ambos inseparables de la dinámica de de autotrascendencia. Ello implica vencer lo que Nietzsche llama "el espíritu de la gravedad". Este nos ata a las formas existentes de ser, introduce pesadez en nuestro desplazamiento por la vida y nos impide despegar en nuestro salto al vacío.

Heráclito
El espíritu de la gravedad debe ser vencido con las fuerzas opuestas: aquellas que surgen de la inocencia del juego. Apoyándose en imágenes proporcionadas por Heráclito, Nietzsche identifica esta capacidad creativa con la figura del niño: aquel que construye castillos de arena en la playa para verlos enseguida destruídos por las olas y que vuelve a construir otros nuevos. El niño es para Nietzsche la figura predilecta de las formas superiores del poder, pues nos muestra un poder que se despliega de la inocencia del juego, desde la ausencia de gravedad.

A esta imagen del poder del niño, Nietzsche opone dos formas distintas, importantes, pero también inferiores del poder. La imagen de la bestia de carga que ilustra con la figura del camello. Y la imagen de las bestias de presa que responde a la figura del león. El camello se caracteriza por su resistencia, por su capacidad de absorver adversidades, por su capacidad de llevar a otros sobre sus espaldas. Es una forma de poder que no puede ser despreciada. Muchas veces en la vida tendremos que recurrir al poder del camello. El león, por el contrario, es quien se rebela, quién afirma su propio poder frente a los demás, quién declara la inviolabilidad de su territorio. La vida también nos exige muchas veces ser leones.

Pero ni el camello ni el león tienen el poder de quien, como el niño, crea desde la inocencia del juego. No hay otra forma superior de poder a la de éste. Desde la figura del niño podemos comprobar cuánto nos hemos alejado de nuestra concepción tradicional del poder y cuán distantes estamos del juicio de que el poder es maligno y fuente de corrupción.

La segunda consideración que efectuar es la que relaciona el poder creativo del ser humano con la interpretación que Nietzsche nos ofrece de la tragedia griega. Al concebir al ser humano como artista, Nietzsche sostiene que necesitamos del arte como disposición pues, sólo desde él, logramos alejarnos del sin sentido de la vida. El arte hace la vida soportable. Sólo el arte es capaz de conferirle a la vida el sentido, que ella de por sí no nos proporciona, de que ella merece vivirse. Desde la disposición del artista le "inventamos" el sentido a la vida, sin el cual no nos es posible vivirla. Esto es lo que, según Nietzsche, acomete la tragedia griega.



La tragedia griega se sustenta en la victoria de la belleza sobre el conocimiento. Los seres humanos se desplazan en ella eludiendo someterse al principio de la verdad y buscando, en cambio, la realización de la vida desde una perspectiva estética. No es extraño, por lo tanto, comprobar cómo Sócrates reaccionara contra el arte.

El arte nos permite vernos heroicamente y ello es necesario para vivir. Sólo el arte nos permite olvidarnos de nuestras limitaciones. Necesitamos el sentido trágico del héroe para responder a los desafíos de la autotrascendencia. El héroe trágico puede soportar la vida por cuanto se ha comprometido a hacer de ella una obra de arte. Y en cuanto obras de arte, los seres humanos alcanzan su más alta dignidad.

Rafael Echeverría (2014) Ontología del Lenguaje