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Clarissa Pinkola Estés |
Las mujeres (y
los hombres) tienden a dar por terminados los acontecimientos pasados diciendo:
“yo/él/ella/ellos hicieron todo lo que pudieron”. Pero el hecho de decir “hicieron
lo que pudieron” no equivale a perdonar. Aunque fuera cierta, esta perentoria
afirmación excluye la posibilidad de sanar. Es algo así como aplicar un
torniquete por encima de una profunda herida. Dejar el torniquete más allá de
un determinado período de tiempo provoca gangrena por falta de circulación. El
hecho de reprimir la cólera y el dolor no sirve de nada.
Si el instinto de
una mujer ha resultado herido, ésta se enfrenta con varios retos relacionados
con la cólera. En primer lugar, suele tener dificultades para reconocer la
intrusión; tarda en percatarse de las violaciones territoriales y no percibe su
propia cólera hasta que ésta se le echa encima. La rabia se abate sobre ella
como en una emboscada.
Este desfase es
el resultado de la lesión de los instintos de las niñas, causada por las
exhortaciones que les suelen hacer a no reparar en los desacuerdos, a intentar
poner paz a toda costa, a no intervenir y a resistir el dolor hasta que las
cosas vuelvan a su cauce o desaparezcan provisionalmente. Tales mujeres no
actúan siguiendo el impulso de la cólera que sienten sino que arrojan el arma o
bien experimentan una reacción retardada varias semanas, meses o incluso años
después, al darse cuenta de lo que hubieran tenido o podido decir o hacer.
Tal
comportamiento no suele deberse a la timidez o a la introversión sino a una excesiva
consideración hacia los demás, a un exagerado esfuerzo por ser amable en
perjuicio propio y a una insuficiente actuación dictada por el alma. El alma
salvaje sabe cuándo y cómo actuar, basta que la mujer la escuche. La reacción
adecuada se compone de perspicacia y una adecuada cantidad de compasión y
fuerza debidamente mezcladas. El instinto herido ha de curarse practicando la
imposición de unos sólidos límites y practicando el ofrecimiento de unas firmes
y, a ser posible, generosas respuestas que no cedan, sin embargo, a la
tentación de la debilidad.
Una mujer puede
tener dificultades en dar rienda suelta a su cólera incluso si esa
supresión resulta perjudicial para su
vida, incluso en el caso de que ello la obligue a revivir obsesivamente unos
acontecimientos de años atrás con la misma fuerza que si hubieran ocurrido la
víspera. Insistir en hablar de un trauma y hacerlo con gran intensidad a lo
largo de un determinado período de tiempo es muy importante para la curación. Pero,
al final, todas las heridas se tienen que suturar y debe dejarse que se
conviertan en tejido cicatricial.
La cólera o la
rabia colectiva es también una función natural. Existe el fenómeno de la lesión
de grupo, el dolor de grupo. Las mujeres que adquieren conciencia social,
política o cultural descubren a menudo la necesidad de enfrentarse con la
cólera colectiva que una y otra vez les recorre el cuerpo.
Desde un punto de
vista psíquico es saludable que las mujeres experimenten semejante cólera. Y es
psíquicamente saludable que utilicen esta cólera derivada de la injusticia para
buscar los medios capaces de producir el cambio necesario. Pero no es
psicológicamente saludable neutralizar la cólera con el fin de no sentir nada
y, por consiguiente, no exigir la evolución y el cambio. Tal y como ocurre con
la cólera de carácter personal, la cólera colectiva es también una maestra. Las
mujeres pueden consultarla, hacerle preguntas en solitario o en compañía de
otras mujeres y obrar en consecuencia. Existe una diferencia entre el hecho de
llevar dentro una antigua cólera incrustada y el de agitarla con un nuevo
bastón para ver a qué usos constructivos se puede aplicar.
La cólera
constructiva se puede utilizar con provecho como motivación para la búsqueda o
el ofrecimiento de apoyo, para la búsqueda de medios que induzcan a los grupos
y a los individuos al diálogo o para exigir responsabilidades, progreso y
mejoras. Esos son los procesos que las mujeres que adquieren conciencia han de
seguir en las pautas de comportamiento. El hecho de experimentar unas profundas
reacciones ante la falta de respeto, las amenazas y las lesiones forma parte de
una sana psique. La reacción vehemente es una parte lógica y natural del
aprendizaje acerca de los mundos colectivos del alma y la psique.
En caso de que la
cólera vuelva a convertirse en un obstáculo para el pensamiento y la acción
creativa, conviene suavizarla o modificarla. En las mujeres que se han pasado
un considerable período de tiempo
superando un trauma, tanto si éste se debió a la crueldad, el olvido, la
falta de respeto, la temeridad, la arrogancia o la ignorancia de alguien, como
si se debió simplemente al destino, llega un momento en que hay que perdonar
para que la psique pueda liberarse y recuperar su estado normal de paz y
serenidad.
Cuando una mujer
tiene dificultades para dar rienda suelta a la cólera o la rabia, ello suele
deberse a que utiliza la cólera para fortalecerse. Y, si bien tal cosa pudo
haber sido oportuna al principio, más tarde la mujer tiene que andarse con
cuidado, pues una cólera permanente es un fuego que acaba quemando su energía
primaria. La persistencia en dicho estado es algo así como pasar
vertiginosamente por la vida y tratar de vivir una existencia equilibrada
pisando el acelerador hasta el fondo.
Sin embargo el
ardor de la cólera no se tiene que considerar un sucedáneo de una vida
apasionada. No se trata de la vida en su plenitud; es una actitud defensiva que
cuesta mucho mantener cuando esa actitud ya no es necesaria para protegerse. Al
cabo de algún tiempo, la cólera arde hasta alcanzar unas temperaturas
extremadamente altas, contamina nuestras ideas con su negro humo y obstruye
otras maneras de ver y comprender.
Pero no pienso
mentir descaradamente y decirle a una mujer que hoy o la semana que viene podrá
eliminar toda su cólera y ésta desaparecerá para siempre. La ansiedad y el
tormento del pasado afloran en la psique con carácter cíclico. Aunque una
profunda purificación elimina buena parte del antiguo dolor y la antigua
cólera, el residuo jamás se puede borrar por completo. Tiene que dejar unas
ligeras cenizas, no un fuego devorador. Por consiguiente, la limpieza de la
cólera residual debe convertirse en un ritual higiénico periódico que nos
libere, pues el hecho de llevar la antigua cólera más allá del extremo hasta el
que nos podía ser útil equivale a experimentar una constante ansiedad, por más
que nosotras no seamos conscientes de ella.
A veces la gente
se confunde y cree que el hecho de quedarse atascada en una antigua cólera
consiste en armar alboroto, alterarse y arrojar objetos por ahí. En la mayoría
de los casos no consiste en eso. Consiste más bien en una perenne sensación de
cansancio, en andar por la vida bajo una gruesa capa de cinismo, en destrozar
todo aquello que es esperanzador, tierno, prometedor. Consiste en tener miedo
de perder antes de abrir la boca. Consiste en alcanzar por dentro el punto de
ignición tanto si se nota por fuera como si no. Consiste en observar unos
irritados silencios de carácter defensivo. Consiste en sentirse desvalida. Pero
hay un medio de salir de esta situación y este medio es el perdón.
“Ah, ¿el perdón?”,
dices. Cualquier cosa menos el perdón, ¿verdad? Sin embargo, tú sabes en lo más
hondo de tu corazón que algún día, en algún momento, llegarás a ello. Puede que
no ocurra hasta el momento de la muerte, pero ocurrirá. Piensa en lo siguiente:
muchas personas tienen dificultades para conceder el perdón porque les han
enseñado que se trata de un acto singular que hay que completar en una sola
sesión. Pero no es así. El perdón tiene muchas capas y muchas estaciones. En nuestra
cultura se tiene la idea de que el perdón ha de ser al ciento por ciento. O
todo o nada. También se nos enseña que perdonar significa pasar por alto,
comportarse como si algo no hubiera ocurrido. Tampoco es eso.
La mujer que es
capaz de otorgar a alguien o a algo trágico o perjudicial un porcentaje del
perdón del noventa y cinco por ciento es casi digna de la beatificación cuando
no de la santidad. Un setenta y cinco por ciento de perdón y un veinticinco por
ciento de “no sé si alguna vez podré perdonar del todo y ni siquiera sé si lo
deseo” es más normal. Pero un sesenta por ciento de perdón acompañado de un
cuarenta por ciento de “no sé, no estoy segura y todavía lo estoy pensando”
está decididamente bien. Un nivel de perdón del cincuenta por ciento o menos
permite alcanzar el grado de “obras en curso”. ¿Menos del diez por ciento?
Acabas de empezar o ni siquiera lo han intentado en serio.
Pero, en
cualquier caso, una vez has alcanzado algo más de la mitad, lo demás viene por
sus pasos contados, por regla general con pequeños incrementos. Lo más
importante del perdón es empezar y continuar. El cumplimiento es una tarea de
toda la vida. Tienes todo el resto de la vida para seguir trabajando en el
porcentaje menor. Está claro que, si pudiéramos comprenderlo todo, todo se
podría perdonar. Pero la mayoría de la gente necesita permanecer mucho tiempo
en el baño alquímico para llegar a eso. No importa. Contamos con la “sanadora”
y, por consiguiente, tenemos la paciencia necesaria para cumplir la tarea.
Algunas personas,
por temperamento innato, pueden perdonar con más facilidad que otras. En algunas
se trata de un don, pero en la mayoría de los casos es un don que hay que
aprender tal y como se aprende una técnica. Parece ser que la vitalidad y la
sensibilidad esenciales afectan a la facilidad para pasar por alto las cosas. Una
fuerte vitalidad y una alta sensibilidad no siempre permiten pasar fácilmente
por alto las ofensas. No eres mala si te cuesta perdonar. Y no eres una santa
si lo haces. Cada cual a su manera y todo a su debido tiempo.
Sin embargo, para
poder sanar realmente, tenemos que decir nuestra verdad, no sólo nuestro pesar
y nuestro dolor sino también los daños, la cólera y la indignación que se
provocaron y también qué sentimientos de expiación o de venganza
experimentamos. La vieja curandera de la psique comprende la naturaleza humana
con todas sus debilidades y otorga el perdón siempre y cuando se diga la pura
verdad. Y no solo concede una segunda oportunidad sino que muy a menudo concede
varias oportunidades.
Veamos ahora
cuáles son los cuatro niveles de perdón. Estas fases las he desarrollado y
utilizado en mi trabajo con personas traumatizadas a lo largo de los años. Cada
nivel tiene varios estratos. Se pueden aplicar en el orden que uno quiera y
durante todo el tiempo que desee, pero yo los he dispuesto en el orden en el
que animo a mis clientes a empezar a trabajar:
Las cuatro
fases del perdón:
1.- Apartarse –
Dejar correr.
2.- Tolerar –
Abstenerse de castigar.
3.- Olvidar –
Arrancar del recuerdo, no pensar.
4.- Perdonar –
Dar por pagada la deuda
Apartarse
Para poder
empezar a perdonar es bueno apartarse durante algún tiempo, es decir, dejar de
pensar durante algún tiempo en aquella persona o acontecimiento. Eso no
significa dejar algo por hacer sino más bien tomarse unas vacaciones. Eso evita
que nos agotemos y nos permite fortalecernos de otra manera y disfrutar de
otras felicidades en nuestra vida.
Es una buena
práctica que nos prepara para la renuncia al cobro de la deuda que más tarde
acompañará al perdón. Dejar la situación, el recuerdo, el asunto tantas veces
como sea necesario. No se trata de pasar algo por alto sino de adquirir
agilidad y fortaleza para poder distanciarnos del asunto. Apartarse quiere
decir ponerse de nuevo a tejer, a escribir, ir a aquel océano, aprender o amar
algo que nos fortalezca y distanciarnos del asunto durante algún tiempo. Es una
actitud acertada, buena y saludable. Las lesiones del pasado acosarán mucho
menos a una mujer si ésta le asegura a la psique herida que ahora le aplicará
bálsamos suavizantes y más adelante abordará toda la cuestión de la causa de
aquellas lesiones.
Tolerar
La segunda fase
es la de la tolerancia, entendida en el sentido de abstenerse de castigar; de
no pensar ni hacer ni poco ni mucho. Resulta extremadamente útil practicar esta
clase de refrenamiento, pues con ello se condensa la cuestión en un lugar
determinado y ésta no se derrama por todas partes. De esta manera, la mujer
puede concentrarse en el momento en que empezará a pasar a la siguiente fase. Eso
no significa quedarse ciega o muerta y perder la vigilancia defensiva. Significa
contemplar la situación con una cierta benevolencia y ver cuál es el resultado.
Tolerar quiere
decir tener paciencia, soportar, canalizar la emoción. Todas estas cosas son
unas poderosas medicinas. Practícalas todo lo que puedas, pues se trata de una
experiencia purificadora. No es preciso que las hagas; puedes elegir una de
ellas, por ejemplo, la paciencia, y practicarla. Puedes abstenerte de hacer
comentarios y murmullos de carácter punitivo, de comportarte con hostilidad o
resentimiento. El hecho de abstenerse de aplicar castigos innecesarios fortalece la integridad de la
acción y del alma. Tolerar equivale a practicar la generosidad, permitiendo con
ello que la gran naturaleza compasiva participe en cuestiones que previamente
han provocado emociones que van desde una leve irritación a la cólera.
Olvidar
Olvidar significa
arrancar de la memoria, negarse a pensar; en otras palabras, soltar, aflojar la
presa, sobre todo de la memoria. Olvidar no significa comportarse como si el
cerebro hubiera muerto. El olvido consciente equivale a soltar el
acontecimiento, no insistir en que éste se mantenga en primer plano sino dejar
más bien que abandone el escenario y se retire a un segundo plano.
Practicamos el
olvido consciente, negándonos a evocar las cuestiones molestas, negándonos a
recordar. El olvido es un esfuerzo activo, no pasivo. Significa no entretenerse
con ciertas cuestiones y no darles vueltas, no irritarse con pensamientos, imágenes
o emociones repetitivas. El olvido consciente significa abandonar
deliberadamente las obsesiones, distanciarnos voluntariamente y perder de vista
el objeto de nuestro enojo, no mirar hacia atrás y vivir en un nuevo paisaje,
crear una nueva vida y unas nuevas experiencias en las que pensar, en lugar de
seguir pensando en las antiguas. Esta clase de olvido no borra el recuerdo,
pero entierra las emociones que lo rodeaban.
Perdonar
Hay muchos medios
y maneras de perdonar una ofensa a una persona, una comunidad o una nación. Conviene
recordar que el perdón “definitivo” no es una rendición. Es una decisión
consciente de dejar de guardar rencor, lo cual significa perdonar una deuda y
abandonar la determinación de tomar represalias. Tú eres la que tiene que
decidir cuándo perdonar y qué ritual se deberá utilizar para celebrar el
acontecimiento. Tú decides qué deuda no se tiene que seguir pagando.
Algunas personas
optan por conceder un perdón total, eximiendo al ofensor de la obligación de pagar
una indemnización ahora o más adelante. Otras optan por interrumpir el proceso,
desistir de cobrar la deuda en su totalidad y decir que lo hecho hecho está y
lo que se ha pagado hasta ahora es suficiente. Otra forma de perdón consiste en
exonerar a una persona sin que ésta haya satisfecho ningún tipo de
indemnización emocional o de otra clase.
Para algunas
personas la conclusión del perdón significa mirar al otro con indulgencia, que
es lo más fácil cuando se trata de ofensas relativamente leves. Una de las más
profundas formas de perdón consiste en ofrecer de la manera que sea una
compasiva ayuda al que nos ha ofendido. Lo cual no significa introducir la
cabeza en el cesto de la serpiente sino responder desde una actitud de
clemencia, seguridad y buena disposición.
El perdón es la
culminación de todo lo precedente, toda la tolerancia y todo el olvido. No significa
abandonar la propia protección sino la frialdad, una forma muy profunda de
perdón consiste en no excluir al otro, en dejar de mantener distancias, ignorar
o comportarse con frialdad o mantener actitudes falsas o condescendientes. Para
la psique del alma es mejor limitar estrictamente el tiempo y las respuestas
mordaces a las personas cuyo trato nos resulta difícil que comportarnos como
maniquíes insensibles.
El perdón es un
acto de creación. Se puede otorgar de muy variadas maneras. Se puede perdonar
de momento, perdonar hasta entonces, perdonar hasta la próxima vez, perdonar
pero no dar más oportunidades; el juego sería totalmente distinto si se
produjera otro incidente. Se puede dar otra oportunidad, varias o muchas
oportunidades o dar oportunidades con determinadas condiciones. Se puede
perdonar en parte, en su totalidad o la mitad de una ofensa. Se puede otorgar
un perdón general. La mujer es la que decide.
¿Cómo sabe la
mujer si ha perdonado o no? En caso afirmativo tiende a compadecerse de la
circunstancia en lugar de sentir cólera, tiende a compadecerse de la persona en
lugar de estar enojada con ella. Tiende a olvidar lo que tenía que decir al
respecto. Comprende el sufrimiento que dio lugar a la ofensa. Prefiere permanecer
al margen. No espera nada. No quiere nada. Ningún estrecho lazo alrededor de
los tobillos tira de ella desde lejos para arrastrarla hacia acá. Es libre de
ir a donde quiera. Puede que la cosa no termine con un “vivieron felices y
comieron perdices”, pero a partir de ahora estará esperándola con toda certeza
un nuevo “había una vez” (Mujeres que corren con los lobos. Clarissa Pinkola
Estés – 1998)